El día 4 de diciembre de 1975 fallecía Hannah Arendt. Se cumplen 50 años de la desaparición de una mujer, filósofa, cuyas obras se siguen editando en la actualidad por la clarividencia con que trató el autoritarismo, el uso y el abuso de la libertad, la manipulación del lenguaje para crear verdades alternativas, los efectos tóxicos del sionismo, siendo ella judía, o una interpretación del mal hasta entonces inédita.

Entre sus libros "Los orígenes del totalitarismo", "La condición humana", "Sionismo reconsiderado" o "Eichmann en Jerusalén". Será en este último donde descubra y describa que el mal no es una atribución exclusiva de seres monstruosos, sino que puede anidar en cualquier persona, nuestro vecino cercano, nuestro compañero de trabajo, cualquiera que consideremos un hombre normal. Ahora, cuando se cuestiona que Sánchez no conociera en realidad a aquellos que se embarcaron en recuperar al PSOE de la confusión, viene a cuento porque nadie, cuando se afilia a un partido, va diciendo que quiere enriquecerse en política o que sea un putero. Las debilidades se ocultan en lo más profundo del ego para evitar que enemigos o adversarios exploten esas debilidades. Lo más frecuente es que sean los mejores divulgadores de las ideas y proyectos del jefe.

Las ideologías y la sumisión son los instrumentos ideales para esconder otras intenciones. En abril de 1961 Hannah Arendt es enviada como corresponsal de la revista "The New Yorker" para cubrir el juicio de Adolf Eichmann, el nazi que había organizado con precisión milimétrica la logística del holocausto. Alguien de una eficacia tan pavorosa debía ser un individuo monstruoso, la encarnación del mal, la perversidad ilimitada, un demonio. En cambio se encuentra con un hombre pequeño, mediocre, deslucido tal vez por la rocambolesca huida y persecución en Argentina, donde se escondía, que repite de manera incesante que "cumplía órdenes". Seis siquiatras habían diagnosticado que era un hombre normal. Otro testificó que su actitud hacia su familia, esposa, hijos, padre, madre, hermanos era ejemplar. Tras los diferentes exámenes se concluyó que no era un enajenado mental o un caso de insania moral. Tampoco tenía razones para odiar a los judíos, pues tenía relaciones cordiales con ellos. No era un débil mental, ni un cínico, ni un doctrinario, ni un tipo incapaz de distinguir entre el bien o el mal. Como usted o como yo, este hombre fue capaz de organizar con una perfección inaudita la industria de matar más completa que se pudiera imaginar.

Lo hace porque es su obligación, lo que le han mandado. Aunque a lo largo del libro se irá descubriendo que con esa perfección metódica aspira a formar parte de las clases más altas. La perfección y la eficacia es su forma de buscar su ascenso social. Como muchos en la actualidad que se dedican a la política, su obediencia rigurosa les sirve para escalar a situaciones con las que nunca podía soñar. Reciben órdenes y las cumplen sin pestañear. "El éxito alcanzado por Hitler era razón suficiente para obedecerle”, que es lo que hacía la "buena sociedad" de la época.

Se necesitaron cuatro semanas y dos días, un mes, para "transformar un Estado de derecho en una dictadura sin escrúpulos". Lo cual debiera servir como aviso en el presente: las democracias pueden dejar de existir en un mes, las dictaduras son más longevas. Los demás horrores vinieron después. Tales consideraciones le servirán a Hannah Arendt para acuñar el concepto de “banalidad del mal”. Trump habla de corregir la trayectoria de la UE, apoyando a los partidos de ultraderecha. Lo que suceda a continuación será lo de menos. Las ruinas y los cascotes los limpiarán otros.