Tengo delante la entrevista que un diario toledano ha hecho a Gregorio Marañón, publicada el lunes 10 de noviembre. La impresión general de la entrevista es que se imponen palabras como liberalismo, centrismo, diálogo, pactos, concordia. La palabra "liberal" surge varias veces tanto en la voz de Marañón como en las preguntas del periodista. Es como un señalamiento, una identificación intencionada. Oiga, lector, me considero un liberal tradicional y, por consiguiente, partidario del diálogo, del centrismo, de la concordia. Vocablos desaparecidos del lenguaje actual de la política en España. Unidos estos términos en el mismo discurso pareciera que son sinónimos de liberalismo. O, mejor, que se relacionan íntimamente con una forma de pensar, de entender la sociedad, de acercarse al mundo. No ese sucedáneo de "iliberalismo libertario", tipo Milei, que los populistas de derechas pretenden colarnos en su confusión ideológica y narcisista.

Casi al comienzo de la entrevista, como ocurrió en la presentación del último libro de Gregorio Marañón Reflejos de mi tiempo, prologado por Pedro J. Ramírez e Iñaki Gabilondo, se invoca el legado moral e intelectual del abuelo: el "espíritu liberal". La herencia que el nieto considera ha marcado su vida. Gregorio Marañón, el abuelo, vivió con entusiasmo el advenimiento de la República. Con la llegada de la República de Weimar en Alemania, los intelectuales de allí también se entusiasmaron con ella. Lo mismo sucedería en España. Por fin, tras siglos de historias turbulentas, el "espíritu liberal", lo mismo que en Weimar, se asentaba en la República española. Pero el paralelismo no termina aquí. Pronto, los intelectuales que se habían ilusionado con el advenimiento de Weimar sintieron la decepción. Ni para Alemania ni para España, las Repúblicas aplicaban los principios esenciales del liberalismo. Quienes en España habían visto en la Segunda República la solución a los problemas seculares de atraso, incultura, miseria, fanatismo, dogmatismo, contemplaron cómo el proyecto se les escapaba de las manos. Después se sucedieron años vertiginosos: el golpe militar, la guerra civil, la dictadura, el exilio y, para algunos, la cárcel o la muerte. Tras la profunda decepción y el dolor por aquellos años traumáticos, exilio propio incluido, Gregorio Marañón se refugia en la pequeña Arcadia que ha construido en el Cigarral de Menores. En ese lugar, con la panorámica de la ciudad que en un tiempo promovió la coexistencia de culturas diferentes, cultiva todas las facetas del "espíritu liberal": el diálogo, la amistad, la concordia que atenúan el sabor ácido de la decepción. Los principios del "espíritu liberal" le serán transmitidos a nuestro Gregorio Marañón que él vincula en un acto de voluntad supremo con el Cigarral de Menores.

El "espíritu liberal" es lo que ahora reivindica Gregorio Marañón, cuando se desconocen el significado de conceptos como liberalismo, socialismo, marxismo, comunismo. Reducidos a mensajes de marketing, pasados por una ignorancia brutal, todo se centra en el insulto, en el agravio, en el victimismo, en la irresponsabilidad. Tal vez por eso Marañón -un romántico- se siente obligado a reivindicar el liberalismo, el centrismo, el diálogo, la concordia y, por supuesto, la crítica. Frente a tanta polarización reduccionista, reclama el "espíritu liberal" de su herencia como solución a los males actuales de la sociedad. Aunque de momento, ¡ay!, la batalla parece perdida. Seguiremos añorando ese liberalismo tradicional que se nutre del diálogo. Un diálogo que genera acuerdos y pactos. Unos acuerdos y unos pactos que sostienen las convivencias entre los diferentes, incluidos los territorios. Y termino con unas palabras aplicables a Gregorio Marañón de Vaclav Havel: "La Historia no es algo que ocurra en otro sitio: ocurre aquí. Todos contribuimos a hacerla". Extraído del libro En busca de consuelo, del ilustre liberal Michael Ignatieef.