En política, como en la vida, hay momentos que definen el rumbo de una trayectoria. Para Carlos Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana, ese momento ha llegado. Lo sucedido durante el funeral, más allá de los gestos, los silencios o los murmullos con el presidente García-Page como testigo de excepción a su lado, ha marcado un antes y un después en su liderazgo. No tanto por la escena en sí, sino por lo que simboliza: la pérdida del control del relato, el desgaste público y el inevitable cuestionamiento interno dentro del Partido Popular.

El PP valenciano se enfrenta ahora a una encrucijada que va más allá de los titulares. La pregunta no es solo qué debe hacer Mazón, sino qué le conviene al partido. ¿Dimisión o reconstrucción? ¿Reconocer los errores o apostar por resistir y recomponer el proyecto desde dentro? Si Mazón decidiera dimitir, su renuncia podría interpretarse como un gesto de responsabilidad y autocrítica, dos virtudes escasas en la política actual. Sería reconocer que su gestión ha cometido errores, algunos evitables, otros estructurales, y que el liderazgo debe renovarse para que el PP mantenga credibilidad en la Comunidad Valenciana.

Esa salida, aunque dolorosa, podría servir de catarsis al partido. Una dimisión voluntaria, acompañada de un discurso sereno y de autocrítica, permitiría al PP marcar distancia con las polémicas recientes y presentar una imagen de regeneración ante el electorado. En un contexto de desconfianza política, asumir errores y hacerse a un lado puede ser, paradójicamente, el gesto más valiente y rentable.

Sin embargo, el riesgo es evidente; la sensación de vacío. La dimisión de Mazón abriría un proceso interno complejo, con posibles luchas de poder, intereses cruzados y un calendario electoral que no espera. La Comunidad Valenciana, además, es estratégica para el PP, perder estabilidad allí tendría repercusiones directas en el equilibrio territorial del partido y en su imagen nacional; más aún cuando tenemos en ciernes otros comicios en Extremadura.

La otra vía es la de la resistencia. Mazón puede optar por mantenerse en el cargo y encarar el desgaste con trabajo, presencia pública y una narrativa de reconstrucción. Esa opción implicaría aceptar los errores sin abandonar el timón, y convertir la crisis en un punto de inflexión. Rehacer la confianza ciudadana no es tarea fácil, pero tampoco imposible. El PP valenciano tiene una estructura sólida, cuadros experimentados y una base social que, aunque desconcertada, sigue identificándose con el proyecto popular. Si Mazón consigue transmitir humildad, reformismo y resultados, podría revertir la tendencia y salir reforzado de una situación que hoy parece adversa. Además, el tiempo juega a su favor si sabe administrarlo. La política tiende a olvidar rápido. Lo que hoy parece un escarnio, mañana puede ser un episodio más si se acompaña de gestión eficaz y una comunicación más cercana.

Para lograrlo, eso sí, Mazón debería impulsar una renovación profunda en su entorno, escuchar más a las bases y dejar espacio a nuevas voces que conecten con la ciudadanía. El PP se encuentra, en el fondo, ante un dilema ético y estratégico. Si fuerza la dimisión de Mazón, enviará un mensaje de regeneración, pero también reconocerá de forma implícita que su gestión ha fracasado. Si lo mantiene, apostará por la estabilidad, pero correrá el riesgo de que el desgaste se cronifique y la oposición capitalice el malestar.

Quizás la clave esté en encontrar un punto intermedio: una reconfiguración del liderazgo sin necesidad de ruptura inmediata, pero con señales claras de cambio y autocrítica. Carlos Mazón tiene por delante una decisión que marcará su legado político. Puede optar por retirarse a tiempo, asumiendo los errores y dando una lección de dignidad, o puede mantenerse para demostrar que las caídas no definen a un líder, sino su capacidad de levantarse. Ambas opciones son legítimas. Lo que no puede permitirse el PP es la indecisión. Porque en política, cuando uno no elige, el tiempo elige por él. Y el tiempo, casi siempre, es implacable.