Hay despedidas que no suenan a adiós, sino a susurro. A ese murmullo valiente que rompe el ruido de la plaza y deja al aire, no el estoque, sino el alma. Se ha retirado Morante de la Puebla. No por miedo, no por presión, sino por algo mucho más profundo, por salud mental. Y entre tanto titular, sobresale el gesto humano de un torero que ha decidido mirarse hacia adentro, quitarse el capote y rendirse, no al enemigo, sino a la necesidad de encontrarse.
La genialidad, a veces, camina de la mano de una bendita locura. Lo sabían Van Gogh, Sylvia Plath, Dalí, Hemingway… Y lo sabemos los que, alguna vez, hemos sentido que la mente puede ser el mayor de los ruedos. Hay hombres gigantes que brillan no a pesar de su fragilidad, sino con ella. Porque el genio no siempre se esconde en la perfección, sino en lo imperfectamente humano.
Hablar de salud mental sigue siendo incómodo. Porque no se ve. Porque no sangra. Porque no deja cicatrices físicas. Pero impregna todo: el cuerpo, el ánimo, los pasos, el amor de los que rodean al que cae. Y retirarse para sanar no es debilidad, es la forma más sincera de cuidar la vida. Es, tal vez, la única forma digna de seguir viviéndola.
En un mundo que aplaude la resistencia, el que decide parar se convierte en valiente. Y si lo hace delante de todo un país, es además generoso. Morante ha honrado su nombre, su oficio, su leyenda. Pero también ha honrado a los suyos. A su gente. A los que le quieren más allá de la plaza.
Porque a veces, el mayor acto de amor no es quedarse, sino irse a tiempo. El ruedo espera, pero el alma no. Y cuando el alma grita, hay que escucharla, incluso si el eco desconcierta a quien solo quiere ver faena y orejas al viento.
Es fácil idolatrar a los grandes cuando brillan. Más aún, criticar cuando tambalean. Pero pocos saben lo que significa abrir el pecho en mitad del aplauso y decir: "Hoy no puedo". Solo lo hacen los hombres que, además de arte, tienen entrañas. Y Morante las ha mostrado. No como torero, sino como hombre. En este tiempo de juicios rápidos y titulares feroces, el silencio de su retirada es una lección. No todo se torea. No todo se vence con fuerza. Hay dolores que solo se calman con pausa. Con abrazo. Con distancia. Y, sobre todo, con la honestidad de asumir que no somos invencibles.
Hoy, ese niño valiente que huye buscando la paz de los suyos, nos recuerda que la gloria también habita en el repliegue. Que no hay más grandeza que la de quien sabe cuándo parar. Que la salud mental no es una moda, es urgencia. Y que a veces, los héroes también se bajan del caballo, o del toro.
Y si vuelve, porque ojalá vuelva, será otro. Más sereno. Más fuerte. Más libre. Porque nadie regresa igual después de habitar su abismo. Y si no vuelve, ya ha hecho lo más difícil, mostrarse vulnerable en mitad de una plaza que aún no sabe bien cómo aplaudir eso.