¿Sabían ustedes que el granado (Punica granatum L.) es el emblema del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)? No solo eso, es también el árbol de la ciencia, porque sus ramas tienden al cielo seguras, rectas y robustas, tal y como ramifica el saber.
Un magnífico granado señorea en el Real Jardín Botánico de Madrid y recibe al visitante del Itinerario andalusí, uno de los que propone este gran museo de la diversidad vegetal, archivo, biblioteca y centro de investigación que celebra sus primeros 270 años este mes de octubre.
En el recorrido que tuve la fortuna de realizar se habla también del ciprés (el árbol más viejo del lugar, con la friolera de 350 años), del olivo y del laurel, del mirto o arrayán, del algarrobo y de la higuera, de la lavanda, la melisa, el hinojo y el romero, del cedro y el jazmín o de la adelfa y el cinamomo, especies todas que, por su simbología o utilidad instrumental, medicinal o culinaria, abundaban en los jardines de la España islámica.
El granado, presente en el Botánico también en su versión bonsái, cierra esta ruta tan edificante y quiero detenerme en él porque estos días sus frutos regresan a las cestas otoñales. Es un árbol de origen asiático introducido por los árabes, quienes aseguraban que comer granadas purga el odio y la envidia. En Oriente, esta fruta simbolizaba el amor y la fecundidad, cómo no teniendo en cuenta su color y la multiplicidad de semillas. Mucho antes, en la mitología griega, le costó un disgusto a Perséfone, obligada a permanecer seis meses en el inframundo tras comer unos granos de granada.
Hay quienes se han empeñado en probar científicamente, con nulo éxito, el poder afrodisíaco de esta fruta, pero lo cierto es que la belleza de sus semillas, que parecen granates, y esos sépalos que simbolizan la corona real, la llevó directamente al escudo nacional desde el emblema de los Reyes Católicos. Representa a las ciudades de Granada y Tetuán (Marruecos) y aparece a menudo en la iconografía cristiana de la virgen y el niño.
El Real Jardín Botánico me pareció aquel día un remanso de placidez frente a los fragores del Prado. Madrileños y visitantes se refugiaban a la sombra de fragantes cedros y cipreses, majestuosos almeces y pinos patrios, robles, encinas, castaños de indias y del precioso ginkgo biloba, vestido ya con sus galas de otoño. Otras personas seguían los itinerarios temáticos guiados por códigos QR y algunas visitaban una exposición, todavía abierta, que ensalza las aportaciones femeninas al progreso científico. Cuánto talento, también en las fotografías y en la instalación audiovisual. Qué pena que el Botánico, que tanto invierte en inclusión facilitando información en lectura fácil a personas con dificultades de comprensión lectora, no amplíe esta práctica, que no debería ser opcional en el sector público, a este tipo de muestras.
En cualquier caso, coman ustedes granadas, que son antioxidantes a la par que deliciosas, y, si son de las afortunadas personas dueñas de su tiempo, dense una vuelta esta semana por el Botánico. Hoy mismo arrancan las celebraciones, porque un 17 de octubre de 1755 el rey Fernando VI creó el jardín en la huerta de Migas Calientes, el emplazamiento que precedió al actual. La fiesta incluye una exposición, cine documental, una conferencia, la presentación de un libro, teatro, visitas guiadas y una jornada de puertas abiertas, el próximo viernes, para conocer este espléndido paisaje y las figuras que lo pueblan.