No es un tiempo limpio, un tiempo claro en el que se puedan aventurar perspectivas concretas de futuro. Desde un presente confuso resulta complicado otear el horizonte del futuro máxime cuando hay gente muy poderosa interesada en escamotear ese horizonte hipotético. Unas sociedades sin perspectivas razonables en el tiempo son más fáciles de manipular. Sin la percepción de un horizonte, aunque sea brumoso, es imposible sentirse seguro. No sabemos hacia dónde camina el mundo pues sus líderes actuales no parecen muy orientados. Tan solo el presidente Sánchez se muestra decidido a apostar por el multilateralismo como expresión de progreso.

Estados Unidos, el último imperio, ha optado por replegarse a su política interior. Ya no quiere saber nada de Europa que, en su versión ignorante, nació para fastidiar a los Estados Unidos. Solo le importa disponer de delegaciones territoriales de las que extraer sus recursos e impedir su autonomía. Por mucho que se repita que es el momento de que Europa se independice, no resultará fácil, pues ni a Trump ni a Putin les conviene una Europa autosuficiente e independiente. Para Trump la mejor fórmula es la actual de vasallaje y humillación. Para Rusia, una Europa desorientada y revuelta. En el marco institucional que ambos dibujan solo cabe la fuerza o la resistencia.

La resistencia difícilmente la realizará la derecha entregada a los postulados totalitarios y aislacionistas de Trump. Así que la resistencia le corresponde a la izquierda y los progresistas de Europa. La Europa de 2025 ya no es aquella a la que arribó España tras años de autarquía de la dictadura. Ahora hay que construir ese espacio de progreso, de libertad y de democracia de las que Putin y Trump reniegan. España, en esa nueva construcción, puede desempeñar un papel preponderante. Y por si sirve de pista Starmer presentó a Sánchez como ejemplo de liderazgo progresista y la prueba de que la política de centroizquierda no está desapareciendo en el mundo. Los grandes desafíos del presente solo se pueden afrontar desde el reforzamiento de las propuestas socialdemócratas y de progreso que todavía sobreviven en una Europa asediada. Que España fuera de los primeros países en denunciar el genocidio palestino y formular la propuesta de dos Estados, recién ratificada en la ONU, habla del papel que puede protagonizar España y el actual gobierno minoritario de progreso.

Mientras, más allá de los Pirineos, España y su presidente actual figuran como indiscutibles referentes en el interior los intereses mezquinos de la derecha se empeñan en opacar el brillo exterior. A la derecha española tradicionalmente nunca le ha interesado la política internacional. Prefiere el cortijo en el que las fuerzas reaccionarias imponen sus leyendas. Un país encerrado en sí mismo en el que invocar un patriotismo chusquero. Así que en la coyuntura mundial y europea actual le corresponde a la izquierda liderar la resistencia, protagonizar las políticas proactivas que luchan contra las desigualdades, que defienden los derechos humanos universales y que promueven el bienestar de la población con políticas eficientes de sanidad, educación y dependencia, valores bases de las democracias liberales.

Solo así será posible esa autonomía real tan necesaria y la liberación del protectorado limitante que ejercen los Estados Unidos. Eso y no olvidar la necesidad de responder a los populismos de extrema derecha y de ultraderechas xenófobas. La izquierda, en este caso la izquierda española, tiene la obligación de olvidarse de sus rencillas permanentes, de olvidarse de viejas recetas caducas y de adaptarse a las nuevas necesidades de un mundo en cambio y transformación. Construir una Europa cada vez más democrática es el deber de la izquierda. Es la resistencia contra las mareas que atacan a Europa para destruirla.