Una de las imágenes más icónicas del Corpus de Toledo es la de la Custodia, el elemento central de la procesión y sobre el que se concentran las miradas de los asistentes. La fiesta se creó en 1264 como una exaltación de la Eucaristía, de la presencia de Cristo en la hostia, venerada por el pueblo primero en la misa y luego por las calles. Las piezas de orfebrería en las que se colocaba para su adoración fueron ganando en riqueza y se convirtieron en la esencia del Corpus. Como escribía Juan de Arfe (nieto de Enrique) en 1587 en su De varia commensuración para la Esculptura y Architectura:

“Custodia es templo rico, fabricado

para triunfo de Christo verdadero.

Donde se muestra en pan transustanciado

en que está Dios y hombre todo entero”

Unos doscientos años después de la creación de la fiesta, a finales del siglo XV, junto a las primitivas custodias portátiles empleadas en la liturgia aparecieron las procesionales, que se acabaron convirtiendo en una especialidad de los plateros españoles. Se trataba de piezas de gran tamaño a las que se daba forma de capilla o de torre por ser templos en los que Dios se hacía presente. En los inventarios medievales de la catedral de Toledo se cita una custodia esmaltada que se usaba para la procesión del Corpus.

En 1505, tras la muerte de Isabel la Católica, el Cabildo compró una custodia que la monarca había encargado al platero barcelonés Jaume Aimeric, que la había realizado entre 1495 y 1499, usando (según una idea muy repetida) el primer oro procedente de América. La pieza pesaba 10,5 kilos y se adornaba con perlas y piedras preciosas, pero quizá sus dimensiones eran modestas. Por ello, unos años después se encomendó al orfebre alemán Enrique de Arfe que realizase una nueva custodia que habría de envolver la de la reina Isabel. En 1515 comenzó a trabajar en ella siguiendo las trazas de Copín de Holanda y Juan de Borgoña, pero fue a partir de 1520 cuando el proyecto avanzó con mayor rapidez. Fue terminada en 1524, con un coste superior al millón y medio de maravedíes, entre los que se incluyó el coste de los 183 kilos de plata y 18 de oro empleados. Unos meses después de su terminación el veneciano Andrea Navagero, de paso por Toledo la contempló y quedó admirado: “en verdad es muy bella y rica.

Foto: V.Martín

Paralelamente el empleo en la procesión de la custodia de Arfe sirvió para consolidar otra de las imágenes que con más frecuencia se asocia al Corpus toledano: los toldos. La altura de la pieza dificultaba el empleo de un palio, de modo que se optó por entoldar las calles por las que pasaba la procesión, aunque algunos documentos indican que ya antes de que estuviese terminada la obra de Arfe ocasionalmente se ponían toldos en algunos lugares.

Durante más de dos siglos la Custodia fue llevada a hombros por sacerdotes, entre 24 y 36, que la portaban en andas doradas. Cabe pensar que el mal estado del pavimento y los continuos balanceos a los que era sometida la pieza comenzaron a deteriorarla, por lo que en la documentación catedralicia hay referencias a reparaciones constantes. En 1550 el viril fue sustituido por otro que realizó Pedro Hernández, en 1582 se repusieron once estatuillas que se habían perdido y en 1590 se cambió el techo del cuerpo interior.

La gran transformación, sin embargo, tuvo lugar a finales del siglo XVI. El 20 de julio de 1594 el canónigo Obrero Francisco de Monsalvo “haviendo visto la necesidad que tiene la custodia de plata en que se saca el sanctísimo sacramento de la reparar, fixar y hazer clavaçones, linpiar y dorar algunas partes de ella”, firmó un contrato con los plateros Diego de Valvidielso y Francisco Merino en el que se detallaban las intervenciones a realizar. El documento, bastante extenso, parece sugerir que la Custodia no estaba en buen estado: había algunas piezas que habían desaparecido, y otras estaban torcidas o “hechas pedaços”. Aunque se aprovechó para cambiar algunos detalles (por ejemplo se borraron las inscripciones que había en el pedestal) la finalidad principal de la intervención fue fortalecer la estructura, para evitar que los daños que se producían tras la procesión pudieran poner en peligro la solidez de la pieza. Además, el dorado de la custodia exterior permitió darle un aspecto uniforme.

Foto: V.Martín

El trabajo fue bastante laborioso y se extendió a lo largo de un año. Un grupo de oficiales dirigidos por Diego de Valdivielso, platero de la Catedral, le dio la pátina dorada. Para ello, según la crónica del racionero Arcayos, fue preciso desmontar las más de 7.000 piezas de las que constaba, y volverlas a armar. Fue la primera vez que se llevó a cabo esta compleja operación, que se repitió, por distintas razones, en 1756, 1936, 1981 y 2015.

Los intentos de consolidar la resistencia de la custodia no parece que tuviesen demasiado éxito. Tras el Corpus de 1617, el platero Lorenzo de Marches trabajó con dos oficiales durante dos días para desarmar y volver a armar la Custodia interior “que estaba toda ornaguera” (es decir, floja) y limpiarla junto con la exterior “del polvo y agua que le avía dado quando la procesión”. El peso era sin duda excesivo para quienes la portaban, y quizá ahí estaba la causa de su deterioro. En el mismo año de 1524, cuando se había terminado, se intentó construir un carro para llevarla en procesión, pero la irregularidad del terreno lo hacía poco menos que imposible. Tampoco dieron fruto tentativas similares que se realizaron en 1600 y 1617, y hubo que esperar a la época final del siglo XVIII para encontrar una solución definitiva, en una época en la que el pavimiento urbano había mejorado notablemente.

El arzobispo Lorenzana, leonés, conocía la existencia en la ciudad de León de un carro que servía para llevar la custodia, y solicitó al arquitecto Bernardo Miguélez que fabricase uno similar para Toledo. En 1775 se usó por primera vez, si bien antes de poner la Custodia se hizo una prueba por el recorrido procesional con la carroza, a la que se cargó con un peso parecido en una disposición similar. El mecanismo de nivelación incorporado en el carro para evitar la oscilación de la pieza funcionó correctamente, de modo que desde entonces la custodia dejó de salir a hombros.

Casi 500 años después de su terminación, la obra de Arfe ha terminado por simbolizar el Corpus toledano pero además, en palabras de Ángel Fernández Collado, es “expresión de la vida y vitalidad creadora de la catedral de Toledo durante el siglo XVI”.

Alfredo Rodríguez González. Técnico del Archivo y Biblioteca Capitulares de Toledo

Fotos: V. Martín