En una época en la que cada vez estamos más conectados, he realizado un experimento, decidiendo eliminar toda interacción con las notificaciones de mi móvil. Esto es lo que he aprendido de mi experiencia.

Vivimos enganchados al móvil, sí

En los últimos días he visto como varios medios comentaban algo que ya debería ser una obviedad. Vivimos enganchados al móvil, y la causa más probable es porque estos mismos están diseñados para que vivamos enganchados para ellos.

Este artículo no pretende dar lecciones morales ni nada por el estilo. A fin de cuentas, si vivimos enganchados al móvil es porque nos gusta, así que no creo que deba considerarse como algo negativo. Al menos, no con cierta medida.

Hay una charla (en inglés) que ya tiene un tiempo, pero aún así es muy interesante para aquellos que tengan interés. Merece la pena si le puedes echar un vistazo.

Renunciando a lo mejor de Android

Reconozco que comenzar el experimento me ha costado, aunque ya había vivido parte de la experiencia. Hace ya un tiempo tuitee sobre ello, y es que en mi iPad las notificaciones me parecen tan terribles que acabé optando por acabar con todas ellas. Lo mismo en Windows 10, que rozan lo lamentable.

Dar el paso en Android me ha costado bastante más, y el motivo es muy simple. Para mi, las notificaciones son lo mejor de Android con diferencia, y deshacerme de algo tan precioso y útil, me ha costado. La experiencia ha sido bastante más dura de lo que me esperaba, ya que al ser estudiante y trabajar en el blog, me es importante estar al tanto de cualquier novedad.

En el móvil

Desde hace un tiempo es posible desactivar las notificaciones de Android. Si te diriges a Ajustes -> Aplicaciones, es posible desactivar o activar las notificaciones de cada aplicación. Lo que he hecho ha sido desactivar manualmente todas las notificaciones de las aplicaciones que utilizo. Si me ha aparecido alguna notificación más la he desactivado en el acto.

En el wearable

Para mi, el wearable se ha convertido en una herramienta indispensable para hacer seguimiento de mi actividad diaria, pero también es imprescindible para gestionar las notificaciones. En el caso de mi Samsung Gear Sport, lo que he hecho directamente es dejarlo en esta prueba en modo avión, activándolo por las noches para sincronizar mis ejercicios en Samsung Health.

Los primeros días, crisis nerviosa

Los primeros días sin notificaciones son caóticos, pero me sirvieron para darme cuenta del enganche que tenía hacia el móvil. Desde el primer día me di cuenta de la cantidad de veces que enciendo la pantalla o miro al reloj para comprobar si tengo notificaciones.

Notas que estás enganchado porque no te parece normal que a lo largo de la mañana no hayas recibido un solo mensaje o correo electrónico. Abres la aplicación y ahí se encuentran cientos de mensajes, esperando para leerte. Muchos compromisos por atender, muchas respuestas que eran urgentes. Los lunes son más lunes cuando son así de caóticos.

Poco a poco te adaptas, y encuentras el término medio

El resto de la semana aprendes la lección y lo que significa no tener notificaciones. «Si quieres leer los mensajes, abre manualmente la aplicación».

Ahí entra el problema número dos, y es que una vez sabes que tienes que abrir la aplicación, regresa la obsesión por tener la bandeja de entrada limpia. Es incluso más ineficiente, porque pierdes aún más tiempo para lo mismo. A fin de cuentas, para eso existen las notificaciones.

Durante los días he aprendido una valiosa lección, y es a dejar de utilizar el móvil en los momentos que no debería utilizarlo. Día tras día, he aprendido a regular mejor el uso que hago para consultar todos los temas pendientes. No es como si leyera mis mensajes cada cierto tiempo, sino adaptarme al tempo de mi vida. Si estoy ocupado, estoy ocupado para leer mensajes. Si es tan importante, ya te llamarán.

Valora que es lo más importante, y podrás vivir mejor

Tras las pruebas, he vuelto a activar las notificaciones, pero no tal y como las tenía antes de la experiencia. Lo cierto es que me he vuelto muy selectivo, y he comenzado a valorar lo que más me importa, lo que merece que alce la vista al reloj y diga «dejaré lo que estoy haciendo para responder».

Lo primero de todo, las aplicaciones de mensajería completamente silenciadas, salvo para las personas que sean muy importantes para mí. En Telegram ha sido bastante sencillo, mientras que en WhatsApp me ha costado un poco más (echo en falta una opción para «silenciar todo menos contactos destacados»).

Evidentemente, los grupos de trabajo y universidad no están silenciados, aunque me gustaría que Android tuviese una opción para silenciarlos durante una franja horaria. De momento, la característica de Android 8.0 Oreo para aplazar notificaciones me ha comenzado a parecer extremadamente útil.

Redes sociales y juegos, fuera notificaciones. Ya decidiré yo cuando es momento de ver los likes o cofres del Clash Royale. Son cosas secundarias. Y el correo electrónico, pues he activado el modo de notificaciones de prioridad de Inbox, mi actual y favorito cliente de correo electrónico.

Lo cierto es que es una experiencia que me ha visto ver en profundidad los malos hábitos que he cogido con mi móvil, y cuanto tiempo perdía de forma ineficiente. Ahora ese tiempo lo aprovecho en otras tonterías, eso sí.