Sabina Urraca

Escritora. Su último libro es Las niñas prodigio (Fulgencio Pimentel)

Ese señor que te dice que le gusta el rock

“A mí me gusta el rock”, te dice.



Acabas de conocerlo, es el amigo de no sé quién, le preguntas qué música le gusta (pregunta absurda, imposible de responder, primera memez cometida) y te responde eso de ahí arriba (respuesta absurda, coja, segunda memez). Si bien es cierto que en los 80 aún sonaba molón decir que te gustaba el rock, ahora una respuesta así sólo podría venir de alguien un pelín anclado en el pasado, un señor –lo imagino, lo estoy viendo– con un intento de patillas, con vaqueros negros y una camiseta con la efigie de algunos de sus grupos favoritos. Un señor –y cuando digo señor, puedo estar refiriéndome a un tipo de 25 a 70 años– que agarra su cerveza por el gollete, un señor que se menea flexionando las piernas un poco, adelantando las caderas, al ritmo de un tema que le chifla. ¿Qué hace ahora? Joder, no mires, NO MIRES. Mierda, lo has visto: ha hecho la guitarrita invisible.

Es decir, el rock ya no es lo que era. Y no porque su calidad haya ido en descenso o porque “ya no existan grupos como los de antes” (que el dios del rock me libre de pronunciar una frase así); yo ahí no me meto. El rock se ha quedado obsoleto en lo que a rebeldía se refiere. Es como si te digo que yo soy muy rebelde porque me pongo falda por encima de la rodilla o que mi novio lleva el pelo largo. La falda corta, el pelo largo, antaño rasgos de rebeldía, están relegados al mismo chamizo de normalidad en el que ese tipo te dice que le gusta el rock. Ese señor que baila su rock, ese tipo pretendidamente canallita que en realidad es normal, que no está transitando ningún lado salvaje de la vida (y bien que hace, porque la zona de confort debe estrecharse fortísimo entre los brazos). El rock no es ya un muchacho que tiene ideales a años luz de sus padres, que se enfrenta a una sociedad anquilosada con furia y guitarras eléctricas desgañitándose. El rock es ese mismo muchacho, años después, poniéndole los Cantajuegos a sus hijos en un viaje a Tudela, donde viven sus suegros.

"El rock irá transmutando, nunca morirá. no tiene por qué hacerlo. Lo que irá debilitándose, desnutrido por falta de palmaditas en la espalda, será el concepto “me gusta el rock”"

Sexo, drogas y rock and roll ya no significa nada. Si alguien te describe su noche anterior con esa frase manoseada, podrías desencriptar el mensaje: estuvo en la fiesta de Navidad de su empresa y no hubo casi nada de las tres cosas mencionadas, pero es que hacía tiempo que no salía y se lo pasaba bien. Incluso si hubiese habido alguna de estas cosas, da igual. Porque ahora las drogas son otras, la gente es asexual o, en caso de ser sexual, su sexualidad tantea otras preocupaciones; simplemente practicarlo no es rebelde o contestatario, o no de la forma que lo fue cuando Ian Dury cantaba esa cancioncilla.

Tampoco nos pongamos dramáticos: el rock como música irá transmutando, nunca morirá. No tiene por qué hacerlo. Lo que irá debilitándose, desnutrido por falta de palmaditas en la espalda, será el concepto “me gusta el rock”, ese señor que ahora, en ese bar en el que estás tú, agita una melenita que ya no significa rebeldía. Espera. NO MIRES. Mierda, lo has visto. Ha vuelto a hacer la guitarrita invisible. ¿Y ahora qué dice? Ya lo has oído. Ha dicho: “El trap, eso ni es música ni es ná”. Sí, exactamente, lo mismo que tu abuelo dijo del rock.

Santi Carrillo

Director editorial de Rockdelux

I love rock'n'roll (but)...

El rock’n’roll primigenio fue trascendental porque dio visibilidad a la adolescencia. Los fuegos artificiales que alumbraron el esplendor de la juventud en la década de los cincuenta del siglo XX transformaron, extendiéndolo a todas las clases sociales, el tránsito díscolo entre la infancia y el mundo adulto, algo que no se había dado jamás en la historia de la humanidad hasta ese instante. El rock propulsó ese cambio como una celebración, que los jóvenes vivieron primero como una liberación, después como una reafirmación y finalmente como una gran revolución que modificó progresivamente las costumbres e influyó en los comportamientos de la sociedad.

A partir de los años sesenta, con la consolidación del disfrute y el hedonismo juvenil, la música explosionó en una gran amalgama de estilos. Al mismo tiempo, se afianzó el papel del autor concienciado, integrándose la literatura en los textos de las canciones. Entre la reflexión personal y el compromiso social, aferrándose al detallismo narrativo o al simbolismo poético, y desde un activismo político o una provocadora perversión conceptual, nacieron vibrantes himnos que todavía hoy perduran en el imaginario colectivo. Al dar relevancia a las palabras que acompañaban a sus melodías, los grandes compositores del rock se convirtieron en los nuevos trovadores de la época moderna y en el espejo y modelo para que las siguientes generaciones continuaran profundizando en el ambicioso empeño de intentar explicar la vida a través del efecto instantáneo de una canción.

"Sin darse cuenta, el rock pasó a ser más mentira que verdad, con más tragedia que aventura y con más mártires que héroes. Fue perdiendo su poder emancipador a fuerza de clichés musicales"

El rock se desarrolló preservando esa idiosincrasia a lo largo de las décadas siguientes, pero, al mismo tiempo, presa de una mitificación extrema, acabó enfangado en lugares comunes y refugiado en topicazos que malbarataron su soñada esencia original; esa mitología formada por rebeldía, excitación y peligro acabó siendo un eterno maná de afectados por el síndrome de Peter Pan. Sin darse cuenta, el rock pasó a ser más mentira que verdad, con más tragedia que aventura y, en su uso y abuso, con más mártires que héroes. Y, mucho peor, fue perdiendo su poder emancipador a fuerza de ir repitiendo clichés musicales. Se acabó recluyendo en un parque temático de gestos antiguos, revivalismos constantes y dinosaurios marchosos en giras clónicas.

Hoy, esa chispa creativa que consagró al rock como una nueva religión necesita urgentemente un milagro redentor. Se consume más música que nunca, pero el espacio prioritario en cuanto a sonidos innovadores y al mismo tiempo populares lo ha copado el hip hop, o la música negra travestida de nuevo pop comercial, o la mezcla de R&B con electrónica y músicas latinas. El rock de formulación clásica ha quedado relegado, tristemente, a una especie de cosa antigua para gente nostálgica desconectada de la actualidad. Se siguen haciendo buenos discos de rock, pero, con salvedades puntuales, no suelen ser los más importantes que se publican en estos tiempos. Sí, si no reconocemos la enfermedad, no podremos empezar con un buen tratamiento curativo. I love rock’n’roll (but)…