En nuestro primer encuentro, en otoño de 2007, en el encuentro que coordinó Eduardo Lago en el Cervantes de Nueva York, recuerdo que, antes de salir a hablar en público, lo primero de lo que hablamos fue de qué hablaríamos. Se trataba de encontrar algún punto en común que facilitara la conversación entre los dos.



Fue risible porque algunos amigos ya lo habían encontrado: íbamos vestidos de forma casi idéntica, lo atestiguan algunas fotos de aquel día. ¿De qué podíamos hablar? De Sophie Calle, propuse. Era un personaje importante en una de sus grandes novelas, Leviatán. Y a mí me había pedido que le escribiera su vida durante unos meses prometiendo que llevaría a cabo lo que le dijera que tenía que vivir.

Nuestro último encuentro fue en Madrid en el verano del 22. Allí hablamos de un libro ensayístico que tiene algo de biblia para mí: La invención de la soledad. Meses después, al tener noticia de su cáncer y habiendo sabido que le alegraba que los amigos le escribieran, hubo un intercambio epistolar, retomamos la conversación de Madrid sobre ese admirable libro y otros suyos extraordinarios, todos tocados por una claridad de luz casi sobrenatural que desciende sobre el campo donde la literatura y la vida se fusionan de una manera especial. En su respuesta, no se despedía, sino que hablaba de un largo camino por delante. “Con la más cálida y profunda amistad, Paul”

[Muere a los 77 años el escritor Paul Auster, el Dickens de Nueva York]