Fran G. Matute nació en Mérida en 1977, pero siempre ha vivido en Sevilla. El periodista, profesor y crítico literario, colaborador habitual de El Cultural y asesor fiscal a ratos, creció en el barrio de Los Remedios de la ciudad hispalense. Era solo un niño cuando comenzó a relacionarse con la contracultura sevillana, que se extendió desde la segunda mitad de la década de 1960 hasta la primera de 1970. Esta vez venimos a golpear (Sílex) es la crónica minuciosa de aquel movimiento. Acaba de publicar el primer volumen de un trabajo que pretender ser “una panorámica de los hitos culturales más transgresores vividos en la ciudad de Sevilla”, según anuncia en la introducción.

La inauguración de la galería de arte La Pasarela en enero de 1965 y el estreno, en diciembre de 1968, de la versión a cargo de Bertolt Brecht de Antígona, de Sófocles, por el grupo Esperpento son los hitos que abrochan el período al que se ciñe el primer libro. Cuatro años tan solo, pero todo un crisol de efervescencias. Si los acontecimientos citados corresponden a la pintura, en el primer caso, y al teatro, en el segundo, diremos que la música fue el eje transversal del movimiento.

Es en Sevilla donde se analizan las primeras fusiones entre el jazz y el flamenco. El productor Ricardo Pachón, responsable de La leyenda del tiempo de Camarón, es uno de los entrevistados —son más de cien y en la nómina está incluida la galerista Juana de Aizpuru o el escritor Javier Salvago— que completan la investigación de Matute. Además, el pensador Agustín García Calvo, el singularísimo filósofo sin licenciatura Juan Blanco de Sedas “El Pájaro”, los pintores Fernando Zóbel o Paco Molina y el inclasificable Gonzalo García Pelayo son algunas de las figuras que desfilan por estas curiosísimas páginas.

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También, personajes tan interesantes como Paco Lira, que impulsó La Cuadra como centro neurálgico de una contracultura incipiente. Inicialmente fue un tablao flamenco, pero terminó albergando tertulias de toda índole. El Centro Cultural Tartessos, vinculado al PCE, acogió las conferencias de figuras tan ilustres como Julián Marías, Gabriel Celaya, José Manuel Caballero Bonald o Paco Rabal.

La iconoclastia presidió la corriente contracultural durante los primeros años. También más tarde, pero el especial interés de los balbuceos iniciales, los que recoge este libro, reside en su verdadera naturaleza vanguardista. El espíritu ideológico de izquierdas se trenzaba con el arte pop, el expresionismo abstracto, la música psicodélica y la presencia de la burguesía. El franquismo, que comenzaba a languidecer, se convirtió en el contexto ideal para impulsar una revolución artística contra la moralidad católica imperante. Matute, por cierto, no se conforma con la mera crónica de los hechos, apasionante y detallada, sino que revela los aspectos más interesantes de las disciplinas artísticas que confluyeron en aquellos años.

Pregunta. ¿Cómo ha sido el procedimiento para abordar un trabajo tan ambicioso?

Respuesta. La investigación de la que trae causa el libro se fue forjando a través de dos vías fundamentales: la realización de entrevistas a protagonistas directos de la época y un repaso minucioso de la hemeroteca. Los recuerdos personales, muchas veces difusos, los fui contrastando gracias a la prensa local. Sevilla contaba entonces con al menos cinco cabeceras importantes. Siendo una ciudad en la que no pasaban tantas cosas a nivel cultural era fácil que hasta las actividades más transgresoras quedaran registradas en los periódicos. Yo fui el primer sorprendido de esto.

P. ¿Es mayor la voluntad de registro o la de reivindicación de una época?

R. En el fondo son voluntades inseparables, aunque la segunda tuviera al principio más peso que la primera. El motor de la investigación fue claramente el intento de reivindicar la labor de unos pocos (o muchos, según se mire) subversivos a los que les tocó vivir una época para mí fascinante, jugándose muchas veces su estatus por el camino. Ocurrió, no obstante, que a medida que investigaba me fui encontrando con tantos datos de interés que decidí al final darle prioridad al relato histórico por encima del relato “emocional”, por así llamarlo.

"A los subversivos les tocó vivir una época fascinante donde se jugaron su estatus por el camino"

P. Habla de pintura, teatro y música como las tres grandes disciplinas. ¿Cuál cree que fue la más relevante?

R. Por cantidad, Sevilla fue sobre todo una ciudad de rockeros, si bien la inmensa mayoría de los grupos que surgieron en aquella época se limitaban a hacer versiones (algunas de canciones muy aventuradas, no digo que no). Así, desde el punto de vista creativo, quizás los pintores sevillanos (también numerosos) fueran los artistas más originales del período, pues buena parte de sus obras nacían de lo personal, y con independencia de que luego se pudieran establecer paralelismos estéticos entre esas obras y determinadas tendencias de vanguardia.

>>Sin embargo, la pintura fue en el fondo la disciplina que menos impacto social tuvo, por lo críptico de los mensajes abstractos. A nivel concienciador, sería por tanto el teatro la actividad más incisiva, por más que la mayoría de las obras representadas fueran también adaptaciones.

P. ¿Qué circunstancias propiciaron el florecimiento de una corriente tan interdisciplinar?

R. El tamaño de la ciudad, el hecho de que los jóvenes más subversivos de la ciudad, la mayoría estudiantes universitarios, la mayoría procedente de familias burguesas, terminaran frecuentando los mismos lugares y al final se conocieran los unos a los otros. La interdisciplinariedad la fomentó así la afinidad cuando no directamente la amistad.

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P. ¿Cuál que fue el acontecimiento o la obra que puso la semilla de aquel movimiento? ¿Y cuál fue, si lo contemplamos con retrospectiva, la más trascendente?

R. La contracultura comenzó a permear en Sevilla de manera individual, pero se empezó a vivir de algún modo gracias a la apertura de lugares en los que se permitió hacer una cultura distinta a la promovida desde la oficialidad. Hablo de lugares como La Pasarela, La Cuadra, La Granja Viena, el Centro Cultural Tartessos o el club Dom Gonzalo, entre muchos otros, donde gentes de muy distinto pelaje pero con una misma pulsión vital entraría en contacto.

>>En retrospectiva, pienso que La Cuadra fue un lugar realmente poliédrico e insólito, donde bohemios, flamencos, comunistas, intelectuales, vanguardistas, psicodélicos y cierta alta burguesía culta se dieron la mano. Fue un lugar en el que de hecho ocurrieron muchas cosas, todo gracias a la generosidad de su promotor: Paco Lira.

P. ¿Considera que hay algún personaje imprescindible?

R. Me cuesta pensar en individualidades desde ese punto de vista, pues la contracultura en Sevilla se vivió gracias a la suma de muchas de ellas. Con todo, si tuviera que destacar un personaje peculiar, muy olvidado, y por tanto de lo más reivindicable, ese sería el filósofo Juan Blanco, conocido por todos como “El Pájaro”, que desde una postura digamos pasiva consiguió realmente trastocar su entorno, tanto política como culturalmente hablando.

"Los principios de la contracultura son en esencia antisistema"

P. ¿Qué grado de importancia tuvo lo ideológico en el desarrollo contracultural?

R. Los principios de la contracultura son en esencia antisistema. En España, por encima incluso del capitalismo contra el que la contracultura internacional se rebelaba, estaba el franquismo. Resulta así muy complicado desligar el pensamiento contracultural español de esa realidad. Hubiera o no una intención predeterminada, un posicionamiento político asumido, soy de la opinión de que cualquier acción contracultural aquí realizada conllevaba su dosis de antifranquismo. Dicho lo cual, al franquismo la contracultura le preocupó muy poco. Todo lo que ocurrió fue en verdad porque se dejó hacer.

P. ¿Los actos u obras contraculturales pierden su naturaleza cuando son programados o patrocinados por las instituciones?

R. Podría decirse que existe una contracultura ética y una contracultura estética. La primera sería más vitalista y la segunda más artística. Ambas tienen en mi opinión la misma importancia, en tanto que la primera resultaba en el fondo más utópica que la segunda. Así visto, una contracultura ética podría perder su esencia si estuviera promovida desde la oficialidad; en cambio, una contracultura estética podría perfectamente valerse del llamado “posibilismo”, esto es, aprovecharse de las estructuras oficiales para, de manera subrepticia, ir lanzando mensajes contrarios a la ideología dominante.

"Una contracultura ética podría perder su esencia si estuviera promovida desde la oficialidad"

P. ¿Qué espacio reservó la contracultura a la tradición sevillana? ¿Se trataba de romper desde la raíz o de renovar lo establecido?

R. En Sevilla, al menos al principio, se abrazó con fuerza la contracultura precisamente por su componente internacional. Había cierta necesidad de encontrar otros referentes, digamos más modernos, fuera de la tradición local. La enorme presencia de extranjeros en Sevilla facilitó sin duda esta forma de pensar, que no era más que una huida hacia adelante, otra forma de “matar al padre”. Pero con el tiempo, la cultura propia comenzó a imponerse, sobre todo en la música o el teatro, dando lugar así por ejemplo a las primeras fusiones con el flamenco, también a ciertos posicionamientos teóricos basados en la llamada Estética de lo Borde.

P. ¿Cuándo se evapora el espíritu contracultural y por qué? ¿Qué queda de la contracultura en Sevilla?

R. La contracultura clásica, vista como período histórico, empieza a vivir su ocaso a finales de los 70. Así ocurrió en todo el mundo, no solo en España, donde en paralelo se vivió también el proceso de Transición, siendo en la práctica difícil disociar un suceso del otro. El espíritu contracultural, sin embargo, nunca se terminó de ir de Sevilla. Desde entonces, siempre han convivido esas “dos orillas”, tan desiguales en tamaño e influencia.

[Lo que queda de la contracultura de los 70]

P. ¿Qué diferencias sustanciales hubo entre Sevilla y Barcelona, la otra ciudad donde se fraguó el espíritu underground?

R. Las diferencias son enormes toda vez que los tejidos socioeconómicos lo eran, por no hablar de la propia idiosincrasia de las ciudades y sus gentes. En Barcelona, ya en los 70, la contracultura fraguó a su manera como forma de vida y pensamiento, cosa que no se puede decir que ocurriera en Sevilla, donde el espíritu utópico que conllevaba el movimiento nunca terminó de asumirse en la práctica.

>>En Sevilla no llegó a crearse tampoco ningún tipo de infraestructura que permitiera poder “explotar” esa nueva forma de vida (hay que reconocer que tampoco hubo suficientes impulsos emprendedores), de modo que solo quedó marcharse, asentarse y ponerse a trabajar o quedarse por el camino. La realidad económica se impuso entonces con fuerza y todo se dispersó de manera bastante natural.