Carmen Balcells descolgaba el teléfono aunque sonara a las 5 de la madrugada “porque esa llamada te podía cambiar la vida”. Lo cuenta en El Cultural Carme Riera, una de sus representadas, que promociona en estos días Carmen Balcells. Traficante de palabras, la biografía sobre “la agente literaria más importante de la literatura española”, según la escritora y académica. Los contratos que firmara Riera con la agencia se incorporan a la lista de todos los que firmó Balcells a lo largo de su vida: alrededor de 50.000.

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En realidad, la “Gran Mamá”, sobrenombre que acuñaron algunos de sus autores del boom latinoamericano, no necesitaba atender una llamada telefónica para que su vida tomara otro rumbo. Lo dirigió ella misma cuando en 1960 llamó a la puerta de Juan Marsé, que acababa de publicar su primera novela, para contarle que había puesto en marcha una agencia literaria que pretendía ayudarlo. Nadie sabe qué habría sido de Últimas tardes con Teresa sin su mediación, pero sí es conocido por casi todos lo que ocurrió después: seis de sus representados se alzaron con el Premio Nobel de Literatura. “Y ella no tenía ni el Bachillerato”, cuenta la autora de Vengaré tu muerte.

Vicente Aleixandre, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Camilo José Cela, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa se unen a otros nombres ilustres como Miguel Delibes, Julio Cortázar, Luis Goytisolo, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Carlos Onetti o Eduardo Mendoza. Pero amén de los fastos y las celebridades, la reputación de la agente se sostiene en una opinión común: el magnífico trato que brindó a sus autores: en lo profesional, defendiendo sus derechos; en lo personal, facilitándoles espacios confortables donde pudieran desarrollar su labor.

“Nos defendió con armas y bagajes”, reivindica Riera, que mantuvo con ella una amistad de cuatro décadas. Incluso “fuimos vecinas”, recuerda, “y me pedía con gracia que le consiguiera perejil”. La cláusula Balcells, “el colofón de toda su carrera” según la autora, es el mejor legado que pudo dejar en el sector. No solo “permite a los escritores pagar a Hacienda en diversos ejercicios lo que cobramos por un adelanto”, dice la académica, sino que eliminó la condición vitalicia de los contratos editoriales de antes.

Carme Riera, autora de 'Carmen Balcells. Traficante de palabras'. Foto: Fernando Moreno

La biografía surge de la motivación de Riera por posicionar su figura en el lugar que le corresponde, antes de que se impusiera su perfil excéntrico sobre sus cualidades incuestionables, que transformaron los desafíos del sector editorial. Gracias al hijo de la agente, Luis Miguel Palomares, pudo inmiscuirse “a veces de puntillas” en el archivo personal de “una de las personalidades que, no siendo escritora, hizo más por las letras de este país”.

P. ¿Cómo ha sido bucear en esa vida tan intensa?

R. Una experiencia llena de sorpresas. Yo sabía que había estado en Cuba, pero no que había ido seis veces. Sabía que le preocupaba mucho hacernos las cartas astrales a sus autores, pero no que tenía una persona en la agencia dedicada a que le dijera cómo iban los astros para su negocio. También sabía que le gustaba enviar flores a todo el mundo, pero he visto las abultadísimas facturas y, efectivamente, era un exceso. En general, descubrí aspectos que me la hacían más próxima y más querida.

P. ¿Qué puede aportar la experiencia de una escritora como usted a la historia de una agente literaria tan icónica?

R. Si no hubiera sido escritora, no me hubiera relacionado tanto con ella, desde luego. Además, fuimos vecinas y amigas. Aparte de esa familiaridad, pude ver cómo eran los manejos de los editores por el hecho de ser escritora. Pude comprobar cómo ella siempre luchaba por sus autores. Vender un libro de García Márquez le costaba cinco minutos al teléfono, mientras que con otros autores de su cuadra, no tan conocidos aunque fueran muy buenos, costaba mucho más. Entendí muy bien esa lucha a muerte que sostuvo para que sus representados más modestos tuvieran visibilidad.

P. ¿Cuáles cree que fueron sus mayores virtudes para lograr convertirse en lo que fue?

R. La curiosidad era un elemento primordial. Y, sobre todo, el tesón por cambiar las cosas, en cuanto se da cuenta de cómo son las relaciones laborales. Ese mísero 10% que recibimos los autores por cada libro a veces ni siquiera se pagaba. Ahora no pasa eso: los editores son gente decente y honorable, pero hubo un tiempo —habría que retroceder hasta Antonio Maura, que ayudó a Galdós como abogado para defenderlo ante su editor, que no le pagaba— en que esto sucedía. Ella contribuye a que las relaciones entre los escritores y los editores mejoren. Un editor, cuando te paga y te trata bien, puede ser un amigo.

P. ¿En qué medida fue determinante para la transformación del sector editorial?

R. Fue fundamental. Ella puso coto a la temporalidad y cotos geográficos. Además, consideraba que un autor puede vender su libro a diversos editores y que ellos compitan para que el lector busque la edición que más le interesa. Todo eso le debemos los autores de hoy a ese personaje que se convirtió en leyenda. Este libro busca colocar su legado en la historia sociológica de nuestra literatura.

P. ¿Su astucia se justifica más como cazadora de talentos o de superventas?

R. El mérito es que tuvo habilidad para ambas. Sin duda, es una cazadora de talentos. Ella construye una agencia literaria con los nombres que le parecen mejores. Por eso es capaz de llamar a la puerta de Marsé, Vázquez Montalbán, Vargas Llosa o García Márquez. En segundo lugar, batalla para que sean considerados los derechos de estos autores, se les lea lo máximo, tengan beneficios y puedan profesionalizarse y escribir.

P. Al parecer, también tuvo defectos.

R. Claro, como todo el mundo. Yo no quería escribir la vida de una santa, sino de una personalidad extraordinaria que, por supuesto, tenía arrebatos y era arbitraria, capaz de decir “Yo no aconsejo, doy órdenes”. Rosa Regás me contó que le dijo “ahora que ya tienes un premio, te toca escribir una buena novela” cuando ganó el Planeta. Era capaz de eso y de mucho más, pero tenía una generosidad inconmensurable.

El 'boom' en Barcelona

Los años que siguieron al boom latinoamericano constituyen la época dorada de Barcelona en lo que se refiere a prestigio literario. La presencia de García Márquez, Vargas Llosa, Jorge Edwards, José Donoso, entre otros autores, lo constata, mientras que Carme Riera lo explica en dos palabras: Carmen Balcells. Fue la agente literaria más influyente de las letras españolas quien convenció al Nobel peruano de que se mudara. Durante su estancia, estuvo encantado de pertenecer a una “ciudad cosmopolita, moderna y porosa a cualquier manifestación cultural”.

La biógrafa lamenta que la ciudad condal rechazara el gran proyecto de Carmen Balcells, Barcelona Latinitatis Patria, poco antes de su desaparición. Más tarde, surgió la oportunidad de retomarlo y tampoco se llevó a cabo. No es solo que renunciaran a la construcción de “un gran centro donde se recogerían los documentos de los grandes autores nacidos o ligados a la ciudad”, sino que a día de hoy el nombre de la agente no tiene cabida ni para presidir una calle, protesta Riera, que atribuye el éxito de aquellos años a su labor.

P. ¿Qué ha perdido la ciudad desde Carmen Balcells y cómo podría recuperarlo?

R. Ha perdido su vocación internacional en el sentido de las letras hispánicas. Carmen puso a Barcelona en el nomenclátor de las letras universales y cualquier ciudad del mundo habría acogido su proyecto con entusiasmo.