El beticismo, como concepto, se sale de horma desde que se fundó. El equipo del pueblo, el de Lopera, el de los trianeros y el de los del Aljarafe. El equipo de Chinarro y el de Poli Rincón. El mismo equipo que ha hecho de Canales -duque del Norte- un sano andaluz que puede que lleve tatuajes, es el equipo más literario de España. Literario, que no filológico, pues ya hemos dicho aquí que con Miguel Pardeza -y con Víctor Fernández-, el Zaragoza es una especie de escuela de traductores de sí mismo: saben que Ruano es la aventura y no van a irse al Moncayo a hacer aventura. Dicen que la generación del 27 no se entendería sin el homenaje a Góngora; yo iría más allá y diría que todo el 27 no se entiende sin el Betis. Porque bético fue Ignacio Sánchez Mejías, y su muerte y su beticismo son una forma de entender la literatura.

El Betis también nos da el sano humorismo de Joaquín, un Bertín más a la zurda, un futbolista irremplazable, un bético a la izquierda de la Esperanza y eso que llaman mito viviente. Digo todo esto porque Pepe Mel, madrileño que pudiera ser lacónico, hizo de la Sevilla bética una patria. Pepe Mel debutó en primera con el Osasuna, pues la gloria en el fútbol es caprichosa, y Mel, saliéndose de horma se fue a entrenar a la Liga Inglesa con las nostalgias de los claros cielos de España. Fue futbolista, se desfogó como pichichi en Segunda -con el Betis- y acumula Mel esa cosa 'lampedusiana' de representar una gloria que ha venido a menos. Pepe Mel escribe desde que en la infancia le dieran los premios escolares. Porque fútbol y Literatura son una forma de expresión que se sale de todas las hormas.

La suya es una novelística de documentación, de sefardíes de Toledo o de Lucena que piden su protagonismo en la Historia de España. Mel trama intrigas como los italianos un fuera de juego, y es ahí donde el balompié inunda -sin dejar rastro- la obra de Pepe Mel, madrileño de Sevilla con residencia en Las Palmas. Una trama de corrupción en el Vaticano o en la corte de Felipe IV pueden prender cada libro.

La web oficial de la U. D. Las Palmas nos da cada poco fotografías de Mel, su entrenador. Unas Canarias incendiadas y a Mel que se le ve con sudadera, porque refresca con una hora menos en el momento del rondo con el primer equipo. 

Que Pepe Mel es fútbol lo sabemos; que lleva el ADN bético en las habitaciones últimas de la sangre, también. De su veta literaria se habla lo justo porque hoy ni las niñas quieren ser princesas, ni los niños quieren ser Rimbaud: todo lo apañan con picadillas y un balón y el deseo de ser Cristiano y vender calzoncillos. Desastre total. 

En puridad, José Mel nació en Madrid el último de día de un febrero no bisiesto. Pongamos que en 1963. Después los estadios, los goles, las glorias y los gargajos de ese fútbol antes de Twitter. Pero Pepe Mel es cortés, empezó de niño, y nos dice que el fútbol es "vida cotidiana", y por eso no puede dársele la espalda a su componente "sociológico". Acaso porque "alrededor del fútbol hay un negocio, hay un espectáculo". Y por eso es que el fútbol, confiesa Mel, "es Literatura pura"

Equipos como el Betis o el Osasuna o el Angers nos hablan de un futbolista con no poco pundonor. Y equipos como el Rayo o el Dépor, de un entrenador de culto en esa profesión tan encanallada que es la de los banquillos. Hasta fue a lidiar con las verticalidades británicas como entrenador en el West Bromwich.

Pepe Mel sabe que si el fútbol no se entromete en su vida, hubiera sido profesor de Historia. Quizá en un instituto de tedio machadiano con los alumnos aprendiendo quiénes fueron, porque ante todo, Mel es un apasionado de la Arqueología.

Y en el plano literario, es donde Mel se sale de horma. Tomemos una novela suya al azar, pongamos que La llave sefardí, en la que a través de una saga nos habla de la España judía y errante; de Toledo a Sevilla, de Madrid a Palestina. Mel escribe Historia porque disfruta en ella, y así los personajes son tan reales que escuecen esa parte del alma lectora que no discrimina entre la ficción y lo que efectivamente pasó.

En su prosa aparece Diego de Velázquez, pero también un humorismo inopinado; la novela La prueba nos relata con humor y fidelidad qué resortes tiene el fútbol para encontrar a sus ídolos. Pepe Mel sabe que su venero literario es la narrativa histórica, y por eso es un apasionado de la Arqueología, que es una ciencia saludable y campestre. 

Otros libros como El mentiroso nos sumergen en esos misterios bíblicos a los que Mel es tan aficionado. Conocer la Historia para revelar los secretos que han sido ocultados no parece mal proyecto literario. Mientras, en Las Palmas, de amarillo, Mel sigue imaginando tramas y compitiendo en una Segunda División tan encarnizada donde las musas están más que repartidas.

@JesusNJurado