Esther García Llovet

Anagrama. Barcelona, 2019. 136 páginas. 16,90 €. Ebook: 9,99 €

¿Puede ser fascinante la peripecia de dos perdedores, un joven pijo y un galgo durante una noche estival en Madrid? Sí, porque el estilo que despliega Esther García Llovet (Málaga, 1963) provoca en el lector una extrañeza constante, sensitiva, que desorienta para terminar encontrando la naturaleza profunda de las fragilidades y errores humanos.

Si en Cómo dejar de escribir la escritora presentaba un Madrid noctámbulo repleto de personajes que viven como fantasmas y en el que Renfo, el hijo de un gran escritor -trasunto de Roberto Bolaño-, busca un manuscrito perdido del padre, en Sánchez, dos perdedores, la narradora Nikki, y Sánchez -un gafe que no es gafe- buscan a Bertrán, un pijo con ínfulas lumpen, que tiene un galgo llamado Cromwell al que quieren robar para vendérselo a Filardi.

En una atmósfera noir, nocturna, interminable, de una noche que son todas las noches ya vividas por el extrarradio de la capital, García Llovet nos hace trasnochar a través de juegos de frases inesperadas, asociaciones e imágenes que son sugerentes, inventivas, estimulantes. Sánchez, como antes Cómo dejar de escribirsustenta su sugestión en su estilo áspero y bello, único, jamás impostado, un estilo desnudo, un baño en un océano que te limpia los recuerdos solo durante apenas unos minutos, porque sus personajes son fantasmas que volverán a la noche, el único sitio que acaso sienten como hogar, el único espacio-tiempo que los hace sentir efímeramente vivos, esperanzados en un cambio que quién sabe si se producirá.

Precisa, hermosa, extraña, tierna, esta novela se queda dentro y te acompaña en la persecución o huida de los sueños

La prosa seca, directa, enérgica, y tan bien conducida de principio a final, funciona dentro y fuera de campo con sutileza. La autora de Coda propone su certera noción del mundo de hoy de una manera nítida: “mira toda esta gente, los anuncios para tenernos despiertos, con los ojos como platos, dormidos no compramos cosas. Nos quieren despiertos a todas horas, que me lo digan a mí. Internet las veinticuatro horas, McDonald's y Amazon y Netflix la noche entera, así consumimos. Aunque solo sean somníferos”. En la poética narrativa de Esther García Llovet no hay discursos, aunque se critique el paisaje urbanístico (“las rotondas, esas indecisiones tan españolas”), la rapidez de la sociedad actual, en definitiva, el funcionamiento de las cosas (“La gente con pasta parece siempre que está por encima de las cosas, pero lo cierto es que está detrás de todas las cosas”). Porque en sus novelas, lúcidas, repletas de dobles sentidos, con ecos a wésterns, al fantástico nipón, a la comedia clásica sofisticada, a la serie B, metidas en un ambiente noir, hay vida, esa que queda suspendida, poblada de supervivientes que deambulan fugazmente, de raros que no saben que son raros hasta que alguien se lo dice, esa poética de fantasmas y desamparados de los que no tienen nada que perder ni ganar; esa vida de golpes y vergüenzas, personajes imprevisibles, igual que las preguntas -navajazos- que plantea la escritura de García Llovet en el espejo que establece con la visión del mundo.

Leer a Esther García Llovet es como ver una estrella fugaz surcar el cielo y abrirte la mente. Sánchez es una novela precisa, hermosa, extraña, tierna, desgarradora, que radiografía “la verdadera naturaleza de las cosas” para hacernos apreciar que la vida tiene algún sentido en algún momento. Una lectura que se queda dentro y nos acompaña en la persecución o huida de los sueños mientras nos provoca aquellas preguntas que no te esperas. Como no te esperas las imágenes que pueblan las historias de la escritora, como no te esperas un final que te pega a la existencia, porque su literatura tiene sangre, sudor, late espontánea.

@M_A_OESTE