El consumo de carne de perro fue una práctica habitual entre los pobladores neolíticos (entre hace 7000 y 4500 años) y de la Edad del Bronce (entre 4000 y 2000 años) de El Portalón de la Cueva Mayor de Atapuerca (Burgos), una cavidad del yacimiento ocupada por grupos humanos sedentarios y con una economía basada en la agricultura y la ganadería. Así lo ha desvelado un estudio llevado a cabo por un equipo de científicos encabezado por las investigadoras Mª Ángeles Galindo Pellicena y Nuria García, de la Universidad Complutense de Madrid.

Los trabajos han permitido reconocer diversas marcas de actividad humana sobre un total de 130 restos óseos de perro recuperados en diferentes niveles de ocupación del sitio, tanto en contextos domésticos como funerarios identificados a lo largo de las minuciosas excavaciones. Estas evidencias, según ha informado la UCM en una nota de prensa, indican que durante un largo periodo de tiempo los habitantes de El Portalón consumieron carne de perro, "aunque por el escaso número de restos podemos afirmar que de una manera esporádica".

Este consumo podría estar relacionado con períodos puntuales de escasez de alimento o hambrunas, pero también con rituales o por considerar la carne de perro como una exquisitez, según apuntan los investigadores. La cinofagia es una práctica poco frecuente en las sociedades occidentales actuales (salvo en casos de crisis o escasez) mientras que cuenta con más arraigo en algunas culturas orientales. Otro estudio publicado en 2015 también encontró pruebas sobre una dieta canina en otra cueva de la Sierra de Atapuerca, la de El Mirador, entre 7.200 y 3.100 años atrás.

Restos calcolíticos de perro, datados entre 5.000 y 4.000 años atrás, con marcas de actividad humana. Nohemi Sala

El consumo de perro detectado en los niveles neolíticos de El Portalón es escaso, pero se sitúa como una de las evidencias más antiguas de consumo de perros en la Península Ibérica junto con las del yacimiento de El Mirador. "Las escasas evidencias de consumo de perro durante el Neolítico en la mayoría de los yacimientos peninsulares, hace aún más interesante el caso de El Portalón", destacan los investigadores, cuyo estudio se ha publicado en la revista internacional Archaelogical and Anthropological Sciences.

Las pruebas en los niveles del Calcolítico (5000 a 4000 años de antigüedad) y de la Edad del Bronce son algo más abundantes y demuestran que los habitantes de la Sierra de Atapuerca, a pesar de los cambios culturales, sociales, ambientales e incluso poblacionales, practicaron la cinofagia de manera sostenida en el tiempo. La identificación de las diferentes marcas que presentaban los restos caninos, realizada por Nohemi Sala, investigadora del CENIEH, revela testimonios de cortes, fracturas intencionales, evidencias de alteración por fuego, cocción y presencia de mordeduras muy posiblemente humanas.

Mandíbula de perro de los niveles Neolíticos del Portalón. Nohemi Sala

En conjunto, las evidencias aportadas por El Portalón apoyan un posible cambio en el uso en el perro desde el Neolítico, donde apenas se observa cinofagia, hasta períodos posteriores (Calcolítico, Bronce) en los que el uso ritual y su consumo se hacen más frecuentes.

Desde el punto de vista paleontológico, uno de los principales problemas ha consistido en identificar positivamente los restos de perro (Canis lupus familiaris) y distinguirlos de los del lobo (Canis lupus lupus), el agriotipo o especie salvaje de la que procede la forma doméstica. Apenas existen diferencias morfológicas entre los elementos óseos de ambas especies y uno de los criterios diagnósticos que ha permitido discriminar entre ellas es el tamaño, ya que en esos momentos el perro doméstico era significativamente más pequeño que el lobo.

En el trabajo han participado investigadores del LEH de la Universidad de Burgos, el Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana (CENIEH), el Centro Mixto UCM-Instituto de Salud Carlos III, el Museo Arqueológico Regional de Alcalá de Henares y la Universidad Complutense de Madrid.

Noticias relacionadas