Llevaba desde 2015 fuera de la circulación por el alzheimer y el maldito coronavirus ha venido a ponerle la puntilla. Es una historia familiar en estos tiempos trágicos que también ha alcanzado a Josep Maria Benet i Jornet (‘Papitu’) esta madrugada a sus 79 años. Nacido en Barcelona en 1940, era una de las grandes figuras de la dramaturgia catalana de la segunda mitad del siglo XX y guionista especialmente dotado para la ficción, rasgo que se manifestó en algunas teleseries.

En este último capítulo, su hito más popular es Amar en tiempos revueltos para Televisión Española, que escribió junto a Rodolf Sirera y Antonio Onetti. En la televisión pública catalana también se ha prodigado con títulos como Poble Nou  (1993-94), Rosa (1995-96), Nissaga de Poder (1996-98), Laberint d’ombres (1998-00), Nissaga, l’herència, 1999, El cor de la ciutat (2000-2009) y Ventdelplà (2005-2010). Un currículum desde luego extenso en el ámbito catódico.

Pero Benet i Jornet se fue ‘envenenando’ de ficción en su infancia con los cómics que devoraba en la Barcelona de la posguerra, adonde había llegado tras el éxodo de su familia de origen campesino de la comarca de la Garriga. Aunque uno de sus dos abuelos era médico de adscripción derechista, lo que le pasó factura en el 36: fue asesinado dejando un trauma familiar a sus descendientes. El nieto se fogueó en el activismo antifranquista aunque nunca militó formalmente en ningún partido.

Otra fuente en su formación literaria fueron los seriales radiofónicos, de los que tomó buena cuenta para cuando se puso él mismo a hilvanar melodramas televisivos de prolongada duración. Estudio Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona. Y de entrada se sintió muy cercano al universo trágico de autores como Buero Vallejo y Eugene O’Neill. Del cruce de ambas influencias nació Un viejo y conocido olor (1963), su debut dramatúrgico. Ambientada en el Raval, el barrio donde vivió hasta los 40 años, era una evocación de ese mundo popular que fijó sus señas de identidad.

Después idearía su trilogía sobre el mito de Drudània, en la que se filtran modales e intenciones brecthianas para diseccionar los males del país. La culminó en 1971 con Berenàveu a les fosques. En Testamento retrató la relación entre un cultivado profesor homosexual y un joven chapero. Esta obra la llevaría posteriormente a la gran pantalla Ventura Pons bajo el título Amigo/Amado. Su escritura iría dejando poco a poco el realismo para adentrarse en un territorio más existencialista, una fase marcada por la sombra de Harold Pinter.

Su trayectoria pues se movió en los últimos años a caballo entre dos medios. Un carácter anfibio que supo manejar con solvencia y claridad de conceptos: “El teatro permite hacer televisión e incluso reírse de ella como en mi obra  Eso a un hijo no se le hace, en la que ver la tele se convierte en un castigo. Pero la televisión la he hecho siempre con seriedad”.

Se consideraba un autor con suerte. Triunfó en el circuito institucional, de la mano de figuras como Sergi Belbel o Mario Gas. La única espinita que tenía era su escasa proyección en las salas privadas. También fue generosamente galardonado: el Premio Nacional de Literatura Dramática por E.R. (1995), la Creu de Sant Jordi (1997), el premio de la Institució de les Lletres Catalanes de guiones audiovisuales (1998), el Premi Max d’Honor (2010), el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes (2013) y la Medalla de Honor de la SGAE (2015).

Aunque quizá le hiciera más ilusión reivindicaciones como la que Juan Mayorga le dedicó en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, cuando lo contó entre uno de sus maestros.

@albertoojeda77