Ok. Vale. De acuerdo. Ni Sica, ni Unicorns ni El fantástico caso del Golem son películas perfectas. De hecho, están tan alejadas de la perfección como un gol de Julio Salinas, una novela de Sax Rohmer o una serie de Frank Lupo. No importa. Las tres, cada una a su manera e independientemente del gusto personal, señalan la existencia de puntos de interés que pueden leerse como promesas de un futuro más acertado.

La fuerza de Sica (Carla Subirana, 2023) radica en la conexión de su protagonista, una adolescente que ansía recuperar el cuerpo de su padre perdido tras un naufragio en la Costa da Morte, con el paisaje y con la meteorología gallegas. Las turbulencias climatológicas como traducción de la tempestad interior de una joven en permanente conflicto con la fatalidad, con su madre, con el mundo.

Carla Subirana interpreta con mirada rosselliniana los perfiles agrestes del litoral atlántico, pero el impacto de determinadas secuencias se pierde en un torbellino de correcciones de guion que insisten en explicar cada misterio apelando a soluciones propias de laboratorio festivalero: todo lo referente a la identificación del cadáver del padre o su vinculación ulterior con el narcotráfico es, además de irrelevante, un intento por recurrir a una causalidad que la película no necesita porque su fuerza se encuentra en los débiles y a la vez tensos filamentos sentimentales que unen a Sica (Thais García) con su madre y, a su vez, con el entorno.

Desequilibrios de otro tipo se rastrean en El fantástico caso del Golem (Nando Martínez & Juan González, 2023) cuya duración provoca unas arritmias de las que carecía la concentrada La reina de los lagartos (2019).

Brays Efe y Bruna Cusí en 'El fantástico caso del Golem'

La media hora de más de este relato de iniciación tardío en el que la novela gráfica de línea clara (y por ende el cine simétrico de Wes Anderson) y la elegancia de los sinuosos movimientos de cámara (solo hace falta ver el arranque) se citan con el relato pulp, el kitsch y los dibujos animados de Chuck Jones, hace que el conjunto se resienta por un exceso de minutaje que debilita la feliz y utilitaria unión entre dos hijos de papá repudiados por sus progenitores a causa de sus inhabilidades empresariales. Una historia a la contra muy en consonancia con la bastarda mezcolanza que propone.

También queda a medio cuajar Unicorns, el debut en el terreno de la ficción de Álex Lora (El sacrificio de Ulises, El cuarto reino) a partir de un guion firmado a ocho manos por Pilar Palomero, María Mínguez, Marta Vivet y el propio director. Isa (Greta Fernández) trabaja en una agencia de publicidad y mantiene una relación más o menos abierta con su pareja que se rompe cuando este exige que todos los partidos se jueguen en casa.

[Elena Trapé lleva las incertidumbres de la separación a Málaga con la contundente 'Els encantats']

Película liquida que hermana la despreocupada fluidez con la que intercambiamos (y fabricamos) imágenes con las relaciones erótico-sentimentales que abogan por un amor sin sentido de la propiedad en una sociedad regida por la dictadura del beneficio –no es casual que la protagonista termine haciéndose una cuenta de OnlyFans-, Unicorns apunta a demasiados temas y no dispara sobre ninguno (redes sociales, influencers, familias rotas, relaciones tóxicas, etc.).

Greta Fernández en 'Unicorns'

Frente a un personaje principal sobrecargado de conflictos, interpretado con frialdad por una Greta Fernández devota de las procesiones interiores, los secundarios sufren una total desatención para ahogarse en la ciénaga de los clichés (el jefe de Isa) o salvarse gracias al divismo bien entendido de una actriz como Elena Martín que sabe sacarle partido al estereotipo de artista que se aprovecha de su posición de poder para

acostarse con sus modelos.

Lora juega con estos tropos tan cuestionados en nuestro tiempo para plantear una serie de contradicciones que derivan en un final problemático en el que uno no sabe si el hecho de replicar una estética que responde a una inequívoca iconografía vinculada al erotismo masculino normativo –me refiero al plano de espaldas de Greta Fernández desnuda– busca concluir que su protagonista ha caído en las redes de aquello que despreciaba o sí, simplemente, la película ha terminado por reproducir aquello que criticaba.

Para quien esto suscribe, bienvenidas sean estas tres películas sin duda polémicas que renuevan el aire de una sección oficial que, en años anteriores, ha pecado de un exceso de convencionalismo. Sica, Unicorns y El fantástico caso del Golem nos pondrán, al menos y por suerte, a discutir.

Historias mínimas

El joven Felipe Zavala (Lucas Ferro) ha hecho de su vida un fingimiento. Engaña a su madre diciéndole que va a los entrenamientos de fútbol para irse a ensayar con un grupo de teatro. Niega su vocación actoral –heredada de un padre muerto que también ocultaba su verdadera condición– mientras cada noche sueña un montaje teatral que escribe por las mañanas (la ficción moldeando la realidad, haciéndola habitable, un paliativo frente a la incomprensión).

['Rebelión', el 'antibiopic' del músico colombiano Joe Arroyo, sacude el Festival de Málaga]

En la primera parte de Desperté con un sueño, una película de poco más de 70 minutos, Pablo Solarz se afana a componer un delicado estudio de ambiente, con Felipe moviéndose con sus amigos adolescentes por las desiertas y apacibles calles de La Paloma, sus anhelos interpretativos germinando en silencio en un entorno arty, en un presente regido por la rectitud de una madre que no quiere saber nada de las tablas (que en su biografía van asociadas al sufrimiento).

Lucas Ferro en 'Desperté con un sueño'

Pero el veneno de la actuación le inocula a Felipe una determinación que se manifiesta con la oportunidad de participar en un casting. Su viaje en solitario a Montevideo para la audición, el reencuentro con su locuaz abuela paterna y la apertura a un mundo desconocido cristalizan en un frágil coming of age desprovisto de cualquier ampulosidad. La penúltima secuencia, una segunda prueba que Felipe comparte con la actriz que trabajó con su padre, concentra la esencia de una película sobre las insoslayables herencias familiares –como si existiese una genética de la actuación– y funciona como catalizadora de una relación maternofilial construida desde el miedo.

Igualmente breve es Zapatos Rojos, obra de Carlos Eichelmann Kaiser, que en apenas 80 minutos nos embarca en el doliente viaje de Tacho (Eustacio Ascacio), un viejo agricultor manco que se ve en la obligación de desplazarse al D.F. tras recibir una notificación institucional. Así pues, el anciano ranchero se mueve desde las desérticas montañas del interior mexicano a una capital hostil en un trayecto que incorpora y actualiza el imaginario del wéstern trasladándolo a un entorno urbano –no falta ni el asalto a la diligencia– para ofrecer un retrato descarnado de un país que convive con la violencia con monstruosa naturalidad.

Eichelmann pone a Eustacio Ascacio en el molde del Harry Dean Stanton de París-Texas (Wim Wenders, 1984) y ese protagonista lacónico, recibido con los brazos cerrados por una ciudad agresiva (véanse el uso de la colorimetría carmesí, el abigarramiento de los planos, la desapacible lluvia…) se las tendrá que ver con una

modernidad plagada de incoherencias representadas por una burocracia kafkiana, mientras encuentra en una prostituta (Wenders, again) un espejo en el que poder mirarse y reconocer las heridas que le carcomen el alma.

eichelman_zapatos_rojos_

En la secuencia climática del filme, un parsimonioso travelling de acercamiento sobre el rostro de la mujer mientras estalla en una abominable confesión, asistiremos a una doble catarsis –la de ella, interpretada por una soberbia Natalia Solián, y la de Tacho– profundamente conmovedora, difícilmente olvidable.

Dos tercios de buena comedia

Empieza el baile (Marina Seresesky, 2023) es una película confortable, como un viejo fauteuil adaptado a los perfiles anatómicos de un propietario que lleva décadas dejándose caer en él en busca de un merecido descanso. En sus dos primeras partes, el nuevo largometraje de Marina Seresesky es una solvente comedia de corte clásico cuya planificación se organiza para el lucimiento de tres actores que vienen a demostrar que la edad y la sabiduría pueden ser sinónimos.

[El esperado debut de Elvira Lindo como directora tropieza en Málaga con un documental anticastrista]

Carlos (Darío Grandinetti) abandonó su Argentina natal, y con ella el baile, para recalar en España e iniciar una nueva vida como guionista. Un buen día recibe la noticia del fallecimiento de Margarita (Mercedes Morán), la que fuera su pareja de tango y con la que formó un dueto que marcó una época: ‘los magos del 2x4'. Carlos regresa a Buenos Aires para asistir a un funeral esperpéntico que termina en resurrección sorpresiva para derivar en un viaje accidentado a la búsqueda de un hijo perdido.

Mercedes Morán y Dario Grandinetti en 'Empieza el baile'

El cómico enredo funciona mientras Grandinetti, Morán y un impresionante Jorge Marrale en el papel de Pichuquito, solicito ayudante y argamasa anímica que trata de recomponer los pedazos de una pareja rota, comparten secuencias. Esta road buddy movie a tres bandas protagonizada por un cascarrabias, una malabarista del sarcasmo y un hombre para todo que sería incapaz de guardarse un secreto aunque le pagasen cien millones de pesos, pierde fuelle cuando Marrale desaparece de la función y se despeña por el precipicio del sinsentido en un último acto plagado de decisiones absurdas que intentan justificarse mediante el diálogo, como si ponerle palabras al disparate lo neutralizase.

Hay varios ejemplos: pasear a un muerto porque sí, observar a una legión de fans que desconoce la peculiar situación de la estrella a la que idolatra o ver a un adolescente airado que amenaza con matar a la pareja de ex bailarines para luego proporcionarles una vía de escape (!). En resumen, una comedia comercial sobre el paso del tiempo, las oportunidades perdidas y los errores del pasado a la que, como la vieja furgoneta de Pichuquito, el motor se le estropea antes de llegar a destino.