Richard Peña (Nueva York, 1953), profesor de Estudios Cinematográficos de la Universidad de Columbia, recibió en 2010 la medalla de la Orden de las Artes y las Letras en "reconocimiento a una trayectoria profesional al servicio de la difusión de la cultura cinematográfica española en Estados Unidos". Descendiente de castellanos y puertorriqueños, durante los 25 años que estuvo al frente de la Sociedad Cinematográfica del Lincoln Center y el Festival de Cine de Nueva York, donde sigue ejerciendo de director emérito, realizó una encomiable labor por descubrir al público neoyorquino lo mejor de nuestra cinematografía, desde la ficción comercial a los experimentos de vanguardia, pasando por el cine de terror, la ciencia ficción, el documental o los cortometrajes. En cualquier caso, el cine para Peña es un banquete en el que tanto disfruta con los sabores europeos como con los asiáticos, latinoamericanos o africanos, y, por supuesto, también con el de Hollywood.

Ahora llega a la Residencia de Estudiantes con el ciclo Ocultas en la historia: tres realizadores estadounidenses (Lois Weber, Ida Lupino y Barbara Loden), que quiere destacar los logros de las mujeres que, a pesar de las dificultades, realizaron sus propias películas compartiendo sus pensamientos y visiones del mundo. Lo hará en tres conferencias: El cine silente, con la proyección de Where Are My Children? (Lois Weber, 1917), este jueves 3 de febrero; El cine de los estudios, con Outrage (Ida Lupino, 1950), el viernes 4 de febrero, y New American Cinema, con Wanda (Barbara Loden, 1970), el sábado 5 de febrero. Hablamos con este historiador y programador de cine sobre el hilo que conecta a estas tres realizadoras, el cine español en EE.UU. y los cambios que atraviesa en la actualidad la industria. Y nos deja dos recomendaciones: “Soy un gran fan de Licorice Pizza, la última película de Paul Thomas Anderson, y de West Side Story, de Steven Spielberg”.

Pregunta. ¿Cómo se le ocurrió reunir a estas tres directoras en un ciclo?

Respuesta. Fue en Brasil hace unos años, cuando estaba allí dando clases. Coincidió con la época del #MeToo y con el centenario de Ida Lupino, de cuya obra siempre he sido un gran defensor. En ese momento, pensé que era una buena idea hacer un miniciclo sobre realizadoras norteamericanas que, con todas sus contradicciones, trabajaron dentro de la industria. A veces parece que solo hubo mujeres en el campo del cine experimental o documental, como Maya Deren, pero no es así. Una nueva generación de académicos y estudiosos está revelando que durante los primeros 25 años del cine hubo muchas mujeres dirigiendo, sobre todo en EEUU, que era algo que yo no sabía. Y lo hicieron hasta la centralización de la industria en torno a 1918.

P. Esto nos lleva a Lois Weber…

R. Lois Weber fue una de las pocas mujeres que después de 1920 continuó dirigiendo, y se mantuvo en activo hasta los primeros años de la década de los 30. Empezó como cantante, después fue actriz y a partir de 1912 empezó a hacer sus propias películas con su marido. Ya en 1917, año de Where Are My Children?, era alguien muy establecida en la industria, con mucho éxito. Se sentía parte del Movimiento Progresista que encabezaban mujeres como Margaret Sanger y que pretendía enfrentar problemas sociales como el aborto o el control de la maternidad.

P. Nos suena más el nombre de Ida Lupino por su trabajo como actriz. ¿Que quería destacar de ella en este ciclo?

R. Ida Lupino era muy conocida como actriz, para mí una de las mejores de los años 40. Trabajó mucho con Raoul Walsh, que era su amigo. En el año 46 o 47 ya estaba dando entrevistas diciendo que estaba cansada de ser solamente intérprete y que quería estar detrás de la cámara. Poco después fundó con su marido Collier Young la empresa Filmmakers y empezó a hacer películas de serie B. Desde el 49 hasta el 55 rodó seis largometrajes y después se pasó a la televisión, donde hizo un montón de programas. Pero sus películas, en las que ella estaba al cargo de los guiones, me parecen muy interesantes. No solamente desde el punto de vista formal, en donde era muy talentosa, sino también por abordar temas sociales. Su primera película era sobre la maternidad no deseada, después trató la violación, las mujeres atletas… Eran temas que nadie abordaba en el sistema de estudios, pero de repente se abrió una ventana por la que se introdujeron estas producciones independientes en una industria que estaba cambiando. Y Lupino aprovechó esa brecha.



P. ¿Por qué fue importante Barbara Loden?

R. Es una figura casi mítica, actriz y mujer de Elia Kazan. Ella se empeñó en hacer esta película, pero Kazan no la ayudó nada, recurrió a algunos amigos. Los últimos 60 fueron los años más difíciles para la industria del cine americano, que estaba perdiendo dinero. Ahora cuesta hacerse una idea, porque la industria del entretenimiento gana billones, pero en aquella época la situación era muy grave. Otra vez se abrió un huequito y por ahí entró Barbara Louden, porque los jefes de los estudios debieron pensar que quizá ella sabía algo que ellos desconocían y le dejaron hacer su película. Ocurrió lo mismo con Scorsese o Coppola, que acababan de salir de la Escuela de Cine y tenían nuevas ideas en una época en la que los veteranos no estaban funcionando. Easy Rider había arrasado, llevando a los cines a un público nuevo de jóvenes. A partir de ahí tiene lugar la que quizá sea la última gran etapa del cine americano, hasta el 75 la energía se renovó. Luego los estudios se reorganizaron y empezaron a hacer blockbusters, películas como Tiburón o Star Wars que alimentaron con mucho dinero y promoción. La industria volvió a transformarse y hoy ya sería imposible hacer una película como Taxi Driver o Wanda, fue un momento especial.

P. ¿Sigue habiendo mucho desconocimiento sobre el papel de la mujer en el cine norteamericano?

R. Es algo de lo que ahora se está hablando mucho en EE.UU, hay una gran campaña pública. En Francia tienen muchas directoras con talento, pero se vive con mayor naturalidad. Cada vez hay más mujeres trabajando en la industria, pero lo que me parece curioso como historiador es que a veces parece que es algo que empezó ayer. Pero Lois Weber o Ida Lupino son las abuelas del cine norteamericano. Hicieron sus películas con sus condiciones, con muchas contradicciones y enfrentando muchos desafíos, pero lo hicieron. Son un ejemplo para todos.

P. ¿Piensa que habría que revisar el canon de las grandes películas de la historia para abrir hueco al cine hecho por mujeres?

R. Creo que sí. Pero en la industria americana siempre ha habido cines paralelos. Por ejemplo, entre los años 30 y 40 hubo cine independiente afroamericano. Hicieron unas 500 películas, pero la gran mayoría han desaparecido. Lo más interesante es que querían verse representados de verdad en la pantalla, porque en las películas de Hollywood solo veían cantantes o criados negros, pero no personas reales. Eso es un poco lo que ocurrió en EE.UU., que la gente siempre tuvo acceso al cine.

R. Viene a España a mostrar el trabajo de tres directoras estadounidenses, pero como programador en el Lincoln Center o del New York Film Festival normalmente ha realizado el trabajo inverso, es decir, ha programado para los espectadores neoyorquinos películas de otras cinematografías, como por ejemplo la española. ¿Es difícil persuadir a los espectadores de EE.UU. del valor de otros cines?

P. Sí, es difícil, pero también es cierto que Nueva York es especial. La cultura es algo muy importante para los neoyorquinos y para nuestros programas siempre hubo un público, aunque no fuera masivo. Puedo decir con orgullo que a través de nosotros mucha gente descubrió el nuevo cine iraní o coreano. Por ejemplo, los asistentes al Festival de Nueva York conocieron Bong Joon-ho mucho antes de Parásitos. Pero fuera de Nueva York ese cine no es tan seguido. La educación en EE.UU. impide que los estudiantes se interesen por lo que pasa en el resto del mundo y eso se nota. Pero yo estoy muy contento de que mi abuelo castellano me transmitiera una cultura tan rica como la española.

P. Ellos se lo pierden, ¿no?

R. El cine mundial ofrece un banquete con todo tipo de platos, pero en EEUU parece que solo quieren McDonalds. No tengo nada en contra de McDonalds, a veces apetecen unas patatas fritas, pero hay más cosas para comer. Hay quienes dicen que no les gusta leer subtítulos, otros temen no entender bien el contexto, todo el mundo tiene alguna excusa. La primera edición del Festival de Nueva York, en el 88, se abrió con Mujeres al borde de un ataque de nervios, de Pedro Almodóvar, y traté de convencer a un amigo para que fuera a la proyección. Él me dijo que se había enterado de que iban a hacer una versión americana y que se iba a esperar a verla. Pero lo que ocurrió es que esa adaptación nunca se hizo.

P. ¿Qué le hizo enamorarse del cine español?

R. Como mi madre era española, siempre sentí una conexión especial con todos los personajes del cine español. El cine en español provoca siempre mucha curiosidad en EE.UU. Con un 20 % de hispano parlantes, por lo menos de personas de origen latino, me pregunto por qué no hay más presencia del cine español, sobre todo en lugares como Nueva York, Los Ángeles o Miami. Además es una población muy grande y muy bien desarrollada, no es que acaben de llegar al país. Es un gigante dormido y me pregunto cuándo va a despertar. En la muestra que hacíamos en el Lincoln Center con el ministerio de Cultura, Spanish Cinema Now!, presentamos un montón de películas e hicimos una investigación en la que descubrimos que el 25 % de ellas conseguían algún tipo de distribución americana, a veces en teatros o cines y a veces en DVD. Pero hubo ese impacto.

P. ¿Qué le parece la industria del cine español y la calidad de su cine comparado con otras cinematografías europeas?

R. Para mí es difícil, no lo conozco ahora como lo conocí antes. Pero creo que perdió un poco de ambición. A finales de mi etapa en el Lincoln Center me interesé mucho por un movimiento que surgió en Barcelona en torno a Marc Recha, pero tengo la impresión de que nunca llegó a salir de su gueto. Los españoles hacen thrillers muy buenos, películas comerciales que están muy bien, pero ese tipo de cine con ambición que habla de algo lo veo muy poco. Quizá es porque piensan que esas películas no funcionan, pero en estos momentos de incertidumbre no hay nada claro. Hay que ver cómo acaba el panorama con las plataformas, está afectando a todo el mundo y a todo tipo de cine. Olivier Assayas, que es un director al que yo apoyé muchísimo, está haciendo una serie para Netflix o HBO. Todo el mundo busca la manera de continuar trabajando.



P. ¿Le preocupa el poder que tienen las plataformas hoy en día?

R. Me preocupa, pero no se puede controlar la historia. Para una nueva generación de programadores, críticos e historiadores de cine esto será lo normal. Yo estoy un poco espantado porque soy viejo, pero el mundo no está para complacerme a mí. Simplemente espero que todavía haya espacio para el cine que me interesa. La verdad es que cada año veo películas que me estimulan. Pero es obvio que la industria está cambiando, tenemos que aceptarlo.