Hay películas que son difíciles de explicar, o que explicadas simplemente pueden parecer un disparate. En el fondo, Lamb se parece bastante a otra película que se estrena hoy como La hija, de Manuel Martín Cuenca. En ambos casos vemos a una pareja del medio rural que vive aislada presa de una obsesión enfermiza por tener descendencia. Movidos por ese deseo, perfectamente humano pero peligroso por la frustración que puede generar su imposibilidad, los protagonistas de ambos filmes acabarán convirtiéndose, cada uno a su manera, en unos monstruos. En el caso de Lamb, esa pareja desquiciada (Noomi Rapace y Hilmir Snaer Guonason) está formada por unos sencillos ganaderos de la campiña islandesa que al principio parecen reproducir los tópicos bucólicos.

Dirigida por Valdimar Jóhannsson, Lamb se inscribe dentro de una ola de películas nórdicas de terror o misterio que beben de las antiguas leyendas nórdicas. Hace poco veíamos la enigmática Border (Ali Abbasi, 2018), una película sueca protagonizada por una agente de policía con un olfato formidable y un aspecto semianimal. En Lamb, esos encantadores pastorcillos enloquecen cuando nace del vientre de un cordero un ser semihumano que parece el resultado del cruce entre ambas especies. Ya se sabe que no hay persona más ciega que la que no quiere ver y de alguna manera la pareja tendrá que salir de su fantasía, o como mínimo enfrentarse a ella, cuando se instala en su casa el cuñado, un viejo rockero con mala suerte en la vida que se niega a seguir la farsa mientras trata de meterle mano a la esposa de su hermano.

El moderno cine de terror hace tiempo que ya no es lo que era. Directores como Ari Aster (Midsommar) en Suecia o Jordan Peele (Déjame salir) en Estados Unidos se mueven con éxito en un terreno fértil a media camino entre el cine de autor y el género. Debutante en la dirección, Jóhansson plantea su película con ritmo moroso como si fuera un drama íntimo en el que ese elemento fantástico, misterioso buena parte del metraje, aporta un toque de misterio perturbador pero no necesariamente de terror entendido a la manera clásica. La película, como la de Martín Cuenca, trata en realidad sobre el derrumbe de una pareja de personas más o menos normales, dentro de la normalidad de la mayoría, que pierden la cabeza cuando creen que por fin cumplen un deseo muy profundo. Esa llamada de la naturaleza, sin embargo, acabará jugando también en su contra porque un cordero es un cordero, que diría Gertrude Stein.

@juansarda