Ante la última película de Clint Eastwood uno no sabe si ser condescendiente o mordaz. Lo cierto es que no es uno de sus mejores trabajos, más bien estaría a la cola en en el cómputo general de su filmografía. Resulta demasiado inane e ingenua, y tiene algunas escenas que resultan un poco embarazosas, como la doma del Mustang o la seducción de la despampanante Fernanda Urreola a ese cowboy ajado y raquítico al que interpreta el director -aunque bien es cierto que esta sonrojante escaramuza se resuelve con una línea de diálogo con bastante gracia. Y es que es obvio que la película hubiera funcionado mejor con un actor, digamos, 15 años más joven. Eastwood acaba de cumplir 92, y por muy encomiable que sea el hecho de que siga en activo, delante y detrás de la cámara, ya no está para según qué trotes. Por otro lado, tiene cierta gracia como sabe jugar con el arquetipo de personaje duro al que ha dado vida en tantas ocasiones, porque ahora resulta extremadamente vulnerable. Ahí está todavía esa mueca torcida y esa voz áspera, pero todo lo matiza su fragilidad física.

La película, ambientada en 1979, narra el viaje que realiza Mike Milo, una antigua estrella del rodeo y criador de caballos retirado, a México para convencer al joven Rafa (Eduardo Minett), de 13 años, de que lo acompañe a EE.UU. para vivir con su padre y así alejarlo de su madre alcohólica. De manera que arranca una especie de road movie con toques de western tardío en el que el viejo y el adolescente son perseguidos por unos matones conchabados con los federales. Al final, no les quedará más remedio que esconderse en un pueblo donde se les planteará a ambos la posibilidad de la redención.

Película amable, suave, fronteriza, demuestra que a Eastwood le sale el clasicismo con una naturalidad apabullante, dejando algún momento de esos que se quedan clavados en la retina, como cuando el personaje se tumba a dormir al raso y su perfil queda recortado por la luz crepuscular, una imagen casi mortuoria que suena a despedida. Aunque realmente la película es más bien una celebración de la vida. Mención aparte merece el gallo que acompaña a los protagonistas, un robaescenas de manual, y la sensibilidad que desprende todo la relación que se establece entre ellos y la dueña del restaurante que les acoge en su casa. 

@JavierYusteTosi