Confieso de entrada que no tenga nada contra la cocina ni mucho menos contra las películas con cocineros, pero sí me pone nervioso el discurso que considera artistas a los chef y pone al mismo nivel una croqueta y un poema. La exaltación de la grandeza de la gastronomía casi nunca falla en los filmes donde tiene un papel protagónico, aunque hay quien se pone más pretencioso que otros a la hora de hablar de los placeres y rigores del paladar. En esta El cocinero de los últimos deseos, dirigida por el japonés Yojiro Takita, sí que se ponen intensos con el asunto. Pero en el fondo estamos ante un melodrama familiar con toques de culebrón que logra entretenernos durante dos largas horas gracias a una trama bien hilada y construida y al encanto del protagonista. Pero de obra de arte, nada. 

Una trama en la que se mezclan los secretos familiares con los caprichos de la geopolítca en la que se echa de menos un tono más realista y valiente respecto las atrocidades cometidas por Japón en general durante las guerras chino japonesas y en particular en la región de Manchuria, una zona del noroeste de China que los nipones se anexionaron a sangre y fuego durante unos meses a principios de los años 30. Una barbarie que sí veíamos en toda su crudeza en una película china como Ciudad de vida o muerte (Lu Chan), ganadora de la Concha de Oro en San Sebastián, ambientada cinco años después de los sucesos que relata esta El cocinero de los últimos deseos. En aquel filme, Chan denunciaba sin ambages esos crímenes de guerra y levantó ampollas en su mucho más pequeño pero muy rico vecino japonés, con el que sigue manteniendo un estado de tensión bélica que nunca se apacigua del todo. 

Japón es uno de los países más nacionalistas del mundo y es probable que Takita haya preferido ahorrarse los detalles más escabrosos del conflicto en aras del mensaje de entendimiento y concordia entre chinos y japoneses que está en el centro del filme. Cuenta la historia de Mitsuru (Kazunira Ninomiya), un treintañero que ha crecido en un orfanato y pasa por un mal momento económico y personal después de que quiebre su restaurante por su exceso de perfeccionismo. Maestro superdotado de los fogones, el protagonista tiene la capacidad de no olvidar jamás un sabor que haya probado pero también una personalidad atormentada que le impide el reconocimiento que merece. Al empezar la película se gana la vida reproduciendo platos que quieren comer personas moribundas en su última cena.

A salto de mata, parece que las cosas mejoran para Mitsuru cuando recibe el encargo por varios millones de un gran cocinero chino. El anciano chef le pide que reproduzca las más de cien míticas recetas que un antiguo maestro japonés preparó en Manchuria durante los años 30 para un banquete al que debía asistir el mismísimo emperador japonés para sellar la amistad entre ambos pueblos. Una amistad complicada, está claro, porque los japoneses estaban invadiendo un país que no era el suyo y cometiendo todo tipo de atrocidades. En cualquier caso, gran parte del filme es un largo flashback en el que viajamos a esa Manchuria de los años 30 para descubrir la historia de ese cocinero y ese banquete fastuoso a cuya preparación se entrega el chef con obsesivo perfeccionismo convencido de que aunar platos de ambos tradiciones culinarias enviará un poderoso símbolo de concordia al mundo. Todo se complica, claro, y al final resulta que nada es lo que parece en una película donde se suceden las sorpresas y los giros de guión. 

@juansarda