Aunque todavía se inaugurarán exposiciones programadas por Manuel Borja-Villel, el anterior director del Museo Reina Sofía, Maquinaciones parece su despedida. Condensa algunas de las preocupaciones que ha abordado durante los últimos quince años, como la urgencia de pensar en un mundo poscolonial desde el Sur global, las conexiones entre arte y psicoterapia y el interés por agenciamientos colectivos contra el sistema. Son muchos los ejemplos de grandes y más modestas exposiciones, como el Principio Potosí, la Trilogía marroquí, la reciente dedicada a Francesc Tosquelles, o Playgrounds. Reinventar la plaza y Un saber realmente útil.

Maquinaciones

Museo Reina Sofía

Madrid. Comisarios: Pablo Allepuz, Manuel Borja-Villel, Iliana Fokianaki, Rafael García y Teresa Velázquez. Hasta 28 de agosto

En definitiva, exposiciones planteadas desde una idea de museo “como engranaje que opera como un traductor al servicio de la maquinaria social, más que como un aparato”, dice Borja-Villel, aliado con plataformas sociales como la Asamblea de Museo Situado, surgido durante la pandemia en el barrio de Lavapiés, que, con el Cacharro de Todo por la Praxis utilizado en acciones ciudadanas, nos saluda a la entrada de esta colectiva que podría haberse subtitulado “poner palos en la rueda”.

Fruto de un proceso iniciado en 2019 por cerca de veinte agentes del panorama internacional y con un comisariado compartido con otros cuatro autores por Borja-Villel, que no asistió a la rueda de prensa, Maquinaciones parte de la noción de “máquina deseante” de Deleuze y Guattari, de quien se han rescatado diagramas y esquemas presentes en todo el recorrido, subrayando la fidelidad en la aplicación de su pensamiento para los entendidos.

El montaje está muy conseguido. Otra cuestión es si el público general puede entender los textos de sala

No cabe duda de que entre los postestructuralistas franceses, los nietzscheanos Foucault, Derrida y Deleuze, al que se sumaría después Guattari –llamados por Rosi Braidotti los “filósofos de la inmanencia” por su adhesión afirmativa a la vida material– siguen proveyendo con sus teorías de mimbres a quienes mantienen posiciones críticas ante el colapso del sistema.

Otra cuestión es si el “público general” puede entender los textos de sala de los tres capítulos de la muestra: ‘Máquinas de guerra’, ‘Máquinas esquizo’ y ‘Máquinas de cine y cuidados’. Y la transversalidad entre ellos, impregnada de teatralidad y con acentos feministas, que desbordan con acierto sus ya dilatados límites.

Ângela Ferreira: 'Rádio Voz da Liberdade', 2022. Foto: Museo Reina Sofía

En todo caso, esté familiarizado o no con nociones como “molar” frente a “molecular”, quien la visite sí irá comprendiendo que “la función primordial de la máquina es maquinar: conspirar colectivamente contra el poder establecido”. A través de “perceptos” y “afectos” suscitados por las piezas e instalaciones de medio centenar de artistas notables –la mayoría muy poco conocidos en nuestro país– y con un montaje muy conseguido.

También, que en ‘Máquinas de guerra’ la crítica decolonial centra su foco en el “carácter levantino” en las dos orillas del mediterráneo, evocado por el israelí Eran Schaerf, con irisaciones hacia África subsahariana; que ‘Máquinas esquizo’ se refiere al enfrentamiento con las subjetividades identitarias e individualistas que impone el actual Capitalismo Mundial Integrado, en expresión de Guattari; así como que ‘Máquinas de cine’ habla, según Jean-Pierre Bekolo, del “cine que cura” traumas individuales y colectivos.

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Para abrir el apetito de esta densa y amplia exposición, destaco dos piezas sobresalientes, al menos, en ‘Máquinas de guerra’. La instalación Rádio Voz da Liberdade de Ângela Ferreira, nacida en Mozambique, crecida en Sudáfrica y radicada en Portugal.

Con una torre inspirada en la constructivista de Tatlin, rescata una historia olvidada: desde 1962, la radio oficial de la recién independiente Argelia colaboró con la radio clandestina lusa para difundir mensajes antifascistas contra Salazar que desembocarían en la Revolución de los Claveles de 1974. Un interesante ejemplo de apoyo a las luchas de liberación europeas desde África, y no al revés.

Rayyane Tabet: 'Exquisite Corpse', 2017. Foto: Museo Reina Sofía

Y la gran instalación Exquisite Corpse del libanés Rayyane Tabet, bisnieto de un traductor que el barón Max von Oppenheim contrató como secretario para sus expediciones arqueológicas y etnográficas, que coteja las publicaciones con materiales de su archivo familiar para desenmascarar su auténtico propósito militar.

Mientras que Von Oppenheim estudia las tribus beduinas, componiendo árboles genealógicos y cartografiando rutas estivales e invernales, es decir, tratando de reterritorializar los movimientos nómadas, Tabet enfatiza su carácter trashumante con el tradicional abrigo beduino “bisht”, refugio provisional construido con dos palos de madera; y poco después, convertido en la tienda de campaña unipersonal que los ejércitos coloniales occidentales emplearían en el norte de África y el golfo Pérsico. 

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