El Museo del Prado cierra su Bicentenario con un recuento de visitantes, 3,35 millones, con el que bate su propio récord. No ha ido mal la cosa, dado que la prorrogación de los presupuestos del Estado supuso el adiós a los fondos extraordinarios previstos para la celebración y que las grandes empresas –exceptuados los patrocinadores “fijos”– han desoído la llamada de socorro del museo. Las muestras sobre Fra Angelico, Velázquez / Rembrandt / Vermeer, Anguissola / Fontana y los dibujos de Goya han estado a la altura. Se ha ondeado el lema “El Prado para todos” en una exitosa gira de obras maestras por España y el reconocimiento ha llegado en forma de Premio Princesa de Asturias y Premio Nacional de Restauración. Conmemoraron también en Canarias el centenario del nacimiento de César Manrique y en Valencia el 30 aniversario del IVAM.

Se ha reactivado este año un problema que parecía en vías de desaparición: el de la injerencia política directa. Aparte de algún concurso de dirección cantado, indignaron la destitución de Rafael Doctor como director del Centro Andaluz de la Fotografía por parte de Fernando Francés –que a su vez habría “sido dimitido”– y los relevos dictados por Andrea Levy en CentroCentro y Conde Duque, en Madrid, simultáneos al despido de Belén Poole en el Centro de Arte Alcobendas. Aquí también sobra “voluntad”. La que falta para dar seguridad y transparencia a las exportaciones de patrimonio artístico: sabemos que en 2018 se dieron más permisos que nunca pero no tenemos las cifras de 2019, que concluye con la intervención de obras procedentes de conventos españoles en ferias y subastas internacionales y con susto por la salida del boticelli de los Cambó.

Los hechos más destacables en terreno de infraestructuras, a pesar de futuribles como las ampliaciones del Prado, el Bellas Artes de Bilbao y el Reina Sofía, han tenido lugar en el ámbito privado o público / privado. Se inauguró la colección Roberto Polo en Toledo, gran fiasco y pozo de opacidad que paga Castilla-La Mancha, y la sede de la Fundación María Cristina Masaveu en Madrid –herramienta de soft power empresarial– la cual acaba de firmar el convenio para dejar en la plaza de Colón un año más la Julia de Plensa, que ha sido la obra más fotografiada del año, con estrellato en redes sociales y en medios de comunicación también por cuestiones extra-artísticas.

Reabrió Chillida Leku con modelo inédito por aquí, gracias a su integración en la red multinacional de la galería Hauser & Wirth, y el Palacio de Liria ha establecido un régimen de visitas más abierto y rentable. Mientras el proyecto de Patrizia Sandretto para Matadero hace aguas, otra famosa coleccionista, Francesca Thyssen, gana presencia en el museo que lleva su apellido con un programa de arte contemporáneo que costeará a medias a través de su fundación TBA21 y que aún debe demostrar su relevancia. A esta se ha unido Carlos Urroz tras dar paso a Maribel López como directora de ARCO en una maniobra continuista. La feria, cuyo país invitado fue Perú, tuvo su imagen, el burdo ninot de Felipe VI de Eugenio Merino y Santiago Sierra. En la Bienal de Venecia nos representaron de manera poco memorable Sergio Prego e Itziar Okariz.

Voluntad de hierro también en el mercado del arte. Se refuerza la centralidad de Madrid con la llegada de galerías como Aural –desde Alicante– o 1 Mira Madrid –desde Valencia– y aún más llamativo, de extranjeras como The Ryder o Carlier Gebauer y Kow. Y voluntad de poner en valor las contribuciones femeninas al arte del pasado y del presente, en colecciones y premios; los nacionales, todos a mujeres: Àngels Ribé (Artes Plásticas), Montserrat Soto (Fotografía) y la chilena Cecilia Vicuña (Velázquez).

@ElenaVozmediano