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Carlos Moyá fue el primer español -hombre- en alcanzar el número 1 del mundo en el tenis profesional, un hito que parecía coronar una carrera gloriosa. Pero cuando dejó las pistas, descubrió que el verdadero reto era otro: preservar y rentabilizar una fortuna acumulada durante dos décadas de competición.

Hoy, a los 49 años, el entrenador de Rafa Nadal no solo se preocupa de que los nuevos talentos golpeen bien la bola, sino de que no terminen arruinados al colgar la raqueta.

En un coloquio sobre inversión junto al gestor Pedro Escudero, Moyá rompió el tabú de los vestuarios españoles y desglosó con frialdad contable la realidad financiera de un atleta de élite.

Lejos de la imagen de millonarios despreocupados que permanecen ajenos a sus propios números, Moyá explicó la estructura de costes real que soporta un tenista top en la actualidad. "Un tenista que genere, por ejemplo, 10 millones de euros al año, podría pagar más de la mitad en gastos", sentenció.

No se refería a caprichos de lujo o inversiones especulativas, sino a la maquinaria empresarial obligatoria para competir al máximo nivel: equipo técnico especializado, entrenadores de élite, fisioterapeutas, preparadores físicos, viajes internacionales y logística.

Carlos Moyá, en la charla junto a Pedro Escudero

Todo se estructura como una pequeña corporación donde el jugador es, en última instancia, el CEO y el único activo tangible.

Moyá reconoce que su propia educación financiera fue una transición, a veces traumática, desde el modelo tradicional español hacia la profesionalización moderna. "Mi familia me dirigía y pronto tuve inversiones inmobiliarias en Mallorca", recordó sobre sus inicios en los años noventa.

En aquella época, el ladrillo era la única opción conocida por el deportista medio, una estrategia basada más en la intuición local que en el análisis financiero global o la diversificación internacional.

Sin embargo, su evolución ha ido del ladrillo balear a la sofisticación de Wall Street. Hoy, su patrimonio ya no depende de lo que le diga su círculo cercano, sino de profesionales especializados a miles de kilómetros.

"He confiado en alguien en Estados Unidos que gestiona mi patrimonio, me comenta, me dirige y me propone", explicó con la tranquilidad de quien ha aprendido a delegar en expertos. Esta decisión marca una ruptura clara con el "amiguismo" financiero típico de España, apostando por profesionales independientes sin lazos personales.

"Yo no soy un experto, pero me ha gustado leer y confío en mi asesor", admitió, alineándose con filosofías de inversión a largo plazo construidas sobre el análisis fundamental, no sobre trending topics de mercado.

Su mensaje para las nuevas generaciones es una advertencia severa sobre la trampa del corto plazo y la inconsciencia financiera. Lamenta profundamente que "los jugadores noveles no tienen en mente invertir su primer millón" y que en España se siga percibiendo la bolsa "como un casino" donde jugar con dinero que no se entiende.

Para Moyá, la libertad real no es ganar Roland Garros u otro Grand Slam, sino entender que la carrera deportiva es solo el primer tercio de la vida y que el capital acumulado debe sostener confortablemente los otros dos tercios sin actividad competitiva.