Londres

23 días después de celebrar su decimocuarto Roland Garros, Rafael Nadal apareció en la pista central de Wimbledon para demostrar que sigue estando hambriento, que su estómago todavía sigue rugiendo, que aún hay hueco para mucho más. A los 36 años y después de haberlo ganado casi todo, el español volvió a jugar un partido en hierba (desde 2019 sin hacerlo) con un objetivo claro: Nadal (6-4, 6-3, 3-6, 6-4 a Francisco Cerúndolo) quiere conquistar la catedral del tenis por tercera vez (2008 y 2010) y regalarse otro título más en un curso que hasta ahora le ha visto dominar los grandes escenarios con puño de hierro. [Narración y estadísticas]

“Ha sido un encuentro difícil, pero era algo que esperaba porque no he jugado en hierba en tres años y él ha jugado a un gran nivel durante mucho tiempo”, se arrancó Nadal. “Lo positivo es que he acabado el partido a un gran nivel. Ha sido muy positivo para mí, pero hay mucho espacio para mejorar”, añadió. “Ha habido momentos en los que me he equivocado porque no he entendido qué tiro tenía que escoger. Eso te lo dan los partidos. Había que tener la humildad hoy de saber sufrir”.

48 horas después de hacerse con la victoria en París, el mallorquín se sometió en Barcelona a dos sesiones de radiofrecuencia pulsada para combatir la enfermedad de Müller-Weiss, una displasia del escafoides tarsiano que sufre desde 2005 en su pie izquierdo, y que se ha vuelto intolerable tras la pandemia de la covid-19. Después de competir en Roland Garros anestesiándose antes de cada partido los nervios de ese pie para jugar sin dolor, Nadal rechazó seguir por ese camino y buscó soluciones para darse la oportunidad de estar en Wimbledon, lo que finalmente ocurrió al responder positivamente al tratamiento. 

Sin limitaciones por primera vez en muchos meses, el balear disfrutó de una preparación libre de grilletes físicos y puso el acento en realizar una buena adaptación a la hierba, una superficie que requiere unos códigos diametralmente opuestos a todas las demás: jugar a ras de suelo, cuerpo a tierra, con las rodillas flexionadas y el culo agachado; redoblar la concentración en el arranque de la jugada (saque y dos primeros tiros), cuidar la movilidad lateral (pasitos cortos y medidos); explotar el golpe cortado, tan útil sobre hierba, o lanzarse a gobernar la media pista subiendo a la red.

Nadal, tras ganar a Cerúndolo. Toby Melville REUTERS

A la falta de todos esos automatismos se enfrentó Nadal en su primer cruce sobre césped desde el 12 de julio de 2019.

Para llegar a la segunda ronda, el campeón de 22 grandes necesitó arremangarse, sufriendo ante un rival que hasta el martes solo había jugado tres partidos sobre hierba en toda su carrera. El mallorquín falló más que acertó (23 ganadores por 41 errores no forzados), pero intentó constantemente ir de la mano de la superficie. A tirones, sin un punto de brillantez regular, el español se hizo con los dos primeros parciales y luego se llevó un susto enorme que podría haber terminado muchísimo peor.

Jugando desde atrás con decisión, Cerúndolo castigó las dudas de Nadal y el partido entró en una fase delicada para el mallorquín, que vio cómo su rival ganaba el tercer set y se fabricaba tres pelotas de break para ponerse 4-1 en el cuarto. Ahí apareció el español para sofocar la remontada de su contrario y conseguir solventar su estreno en el tercer Grand Slam de la temporada.

Nadal, en cualquier caso, sabe que está ante una oportunidad más que interesante. No están Daniil Medvedev ni Andrey Rublev (Wimbledon decidió que los rusos no podían participar en esta edición como consecuencia de la guerra de Ucrania), ni Alexander Zverev (lesionado tras romperse los tres ligamentos del tobillo derecho en las semifinales de Roland Garros), ni tampoco Roger Federer (que sigue trabajando para volver al circuito tras someterse a una tercera operación en su rodilla derecha). Además, en las últimas 24 horas se han retirado Matteo Berrettini (potencial rival del español en semifinales) y Marin Cilic (en los octavos) tras dar positivo en covid-19. 

Todo eso no garantiza nada, pero es una clara invitación para Nadal: de entrada, el camino está allanado.