En el año más extraño de las últimas décadas, marcado por la pandemia de covid-19 que ha puesto patas arriba el calendario de arriba a abajo, Rafael Nadal llegará a Roland Garros (desde el próximo 27 de septiembre) sin haber ganado ningún título sobre tierra batida. La única oportunidad del español para conseguirlo quedó rota en mil pedazos este sábado con la victoria de Diego Schwartzman (6-2, 7-5) en los cuartos de final del Masters 1000 de Roma y puso un interrogante sobre la candidatura del balear a la Copa de los Mosqueteros: sus 12 títulos en París vinieron precedidos, al menos, por un trofeo en arcilla. [Narración y estadísticas]

“Ha sido una mala noche contra un rival que ha jugado muy bien”, reconoció Nadal. “No he hecho las cosas lo suficientemente bien. La actitud ha sido correcta hasta el final, me he dado oportunidades, pero… son muchos meses sin competir, sin tener una capacidad automática de adaptación a las condiciones. Físicamente me hace falta jugar puntos continuados. Son cosas que uno necesita ir cogiendo. El tiempo es limitado, pero voy a hacer lo posible para darme oportunidades”.

El cruce se disputó en una noche calurosa (24 grados) y muy húmeda (81%). Eso perjudicó a Nadal porque su pelota no cogió ni la velocidad ni la altura habitual. Empapando una toalla tras otra, chorreando en sudor, el español vio lo que se temía desde el primer punto del duelo: a su rival aprovechando ese bote bajo de la bola para buscarle las costuras y abrirle en canal en unas condiciones muy pesadas.

A pesar de no haber conseguido nunca una victoria frente al mallorquín, con un cara a cara muy claro en su contra (0-9), El Peque se ha distinguido por crearle problemas al campeón de 19 grandes, una incomodidad difícil de explicar mirando los resultados previos. El argentino, en cualquier caso, ha conseguido algo muy meritorio: que a Nadal no le haga ni pizca de gracia jugar contra él, menos aún en tierra batida donde Schwartzman se desenvuelve con la naturalidad del que ha crecido como tenista en la superficie más lenta del circuito.

A esa sensación fea se enfrentó el número dos en el comienzo del partido. El argentino, que venía pendiente de su mano izquierda (se hizo daño en el quinto set del partido que perdió ante Cameron Norrie en el US Open y estuvo varias semanas medicándose para calmar un dolor que le limitaba bastante, sobre todo al golpear de revés), vió a Nadal fallar dos derechas extrañas y se lanzó a por un break (3-2) que confirmó inmediatamente con su saque (4-2). 

Schwartzman, durante el partido ante Nadal. Clive Brunskill Reuters

“¡Venga hombre!”, se recriminó el mallorquín justo después al estrellar un revés en la red, a puntito de entrar en una crisis que tardó minutos en confirmarse oficialmente. Schwartzman se procuró otra pelota de rotura (4-2, 30-40) que el español salvó con una buena dejada. La idea le salió bien, pero descubrió un problema mucho más grande: la dificultad de Nadal para ganarle los peloteos al argentino desde el fondo de la pista, su territorio favorito, una zona normalmente inexpugnable. 

Así, en ese mismo juego, Schwartzman volvió a fabricarse otra bola de break y Nadal intentó salvarla nuevamente con una dejada. Misma secuencia, distinto resultado. Ese recurso de emergencia del número dos, que emplearía más veces en el cruce, no funcionó y su rival celebró otra rotura de saque (5-2) que le valió el primer set. 

De resoplido en resoplido, Nadal arrancó el segundo parcial salvando un 15-40 y desperdiciando inmediatamente después una oportunidad para ponerse 2-0. “¡Ni un puñetero primero!”, se gritó entre medias el número dos, quejándose por el porcentaje de primeros saques (un discreto 37% en ese momento, un 43% cuando la derrota ya era una realidad), una de las vías de entrada de Schwartzman para arrebatarle la iniciativa a su rival y dominar de principio a fin los intercambios.

Con 6-2, 3-3, cuatro breaks consecutivos rompieron la estabilidad sobre la que el argentino había construido el encuentro. Nadal cerró dos veces la brecha que Schwartzman había abierto (de 4-3 a 4-4; de 5-4 a 5-5). La tercera (6-5), sin embargo, fue imposible: a la segunda oportunidad, el número 15 cerró el triunfo con su saque, levantó los brazos y lo celebró con un aullido a la inmesidad una noche que no olvidará nunca.

Así puso rumbo el argentino a semifinales (le espera Denis Shapovalov, vencedor 6-2, 3-6, 6-2 del búlgaro Dimitrov); así emprendió el español el camino de vuelta a Mallorca antes de ponerse a pensar en el desafío de intentar asaltar Roland Garros.

Nadal, tras la derrota en Roma. Clive Brunskill Reuters