Como muchas veces en la última década, demasiadas para algunos, el grupo de favoritos se reduce a tres: Novak Djokovic, Rafael Nadal y Roger Federer. El Abierto de los Estados Unidos arranca el próximo lunes 26 de agosto y si el campeón no es uno de los tres primeros del mundo se podrá considerar toda una sorpresa. 

Antes de que el último Grand Slam de la temporada arranque en Nueva York, poniendo en juego mucho más que otro trofeo grande (con la carrera por la historia que los tres libran desde hace tiempo más apretada que nunca), serbio, español y suizo conocieron este jueves a mediodía lo que la suerte les tenía preparado cuando se celebró el sorteo del cuadro y los caminos hacia la copa quedaron ligeramente configurados, aunque luego nada de lo previsto llegue a cumplirse. 

Novak Djokovic (número uno del mundo, 16 grandes)

Djokovic, durante un partido en Cincinnati. Aaron Doster Reuters

El número uno del mundo llegó a Nueva York con la sacudida reciente de su derrota en las semifinales de Cincinnati ante Daniil Medvedev, posiblemente la sensación del verano (subcampeón en Washington y Montreal, campeón del sexto Masters 1000 de la temporada tras vencer a Nole y rematar su actuación imponiéndose en la final a David Goffin). A ese golpe inesperado, porque el cuadro en Ohio se le había quedado despejado hacia el trofeo, hay que sumarle irremediablemente el sorteo que Djokovic se encontró este jueves en Nueva York, de largo el más complicado de los tres integrantes del Big-3 del que forma parte junto a Rafael Nadal y Roger Federer.

El serbio abrirá su defensa de la corona en el Abierto de los Estados Unidos contra Roberto Carballés (sin precedentes) en un partido asequible para la primera ronda del último Grand Slam de la temporada del año. La primera línea roja podría llegar justo a continuación, si es que Sam Querrey vence a Juan Ignacio Londero y se cita con Djokovic. El estadounidense, que no pasa por su mejor momento (46 mundial, llegó a ser número 11 en 2018), ha ganado dos veces a Nole, una de ellas en Wimbledon (2016), y representa un peligro encontrárselo tan pronto en el cuadro.

Aunque su hipotético contrario en la tercera ronda no debería ser un gran escollo (Dusan Lajovic), la segunda semana de competición metería a Djokovic de lleno en una carrera de obstáculos. Si la lógica del ranking se cumple, Stan Wawrinka chocaría con el número uno en octavos en un partido volcánico, de palomitas y refresco grande.. El suizo, ya se sabe, es capaz de tumbar a quien se le ponga por delante si ese día la inspiración está de su lado. Y contra Nole eso ha pasado en algunos partidos importantes: Djokovic domina el cara a cara por 19-5, pero Wawrinka le ha ganado dos finales de Grand Slam (Roland Garros 2015 y US Open 2016), lo que significa que tiene las armas y sabe la manera de hacerlo.

Lo siguiente es prácticamente una subida al Tourmalet: Medvedev en cuartos de final, con el recuerdo reciente de su victoria en Cincinnati; Federer en semifinales, con la fortuna queriendo que el suizo cayese en su parte del cuadro, y no en la de Nadal; y el propio español en la final. Si el serbio vuelve a ganar el título en Nueva York, defendiendo el trofeo del curso anterior (nadie lo consigue desde Federer en 2008), merecerá algo más que un buen aplauso. Sobre el papel, puede considerarse toda una gesta.

Rafael Nadal (número dos del mundo, 18 grandes)

Nadal, en un encuentro del torneo de Montreal. Jean-Yves Ahern Reuters

Replicando su hoja de ruta del año pasado, Nadal tomó la decisión de no jugar en Cincinnati después de ganar el título en Toronto. El plan lleva el inconfundible sello de Carlos Moyà, que desde su entrada al banquillo del campeón de 18 grandes (2017) ha perseguido la meta de ahorrar esfuerzos restando torneos del calendario del mallorquín para preservar su físico de cara a los grandes objetivos de la temporada. Esta vez, Nadal se marchó a la isla de Cozumel, donde posee dos hoteles en propiedad, para combinar el descanso, los entrenamientos y el golf, una de sus grandes pasiones de siempre.

El lunes, el español aterrizó en la Gran Manzana y comenzó su puesta a punto antes de conocer el jueves un sorteo de inicio afable, pero que va ganando en dificultad según avanzan las rondas. Nadal abrirá el Abierto de los Estado Unidos frente a John Millman, verdugo de Federer el curso pasado en el mismo escenario y un tenista de palo y tentetieso, y podría encontrarse en la segunda ronda con Thanasi Kokkinakis o un jugador de la fase previa.

El primer nombre subrayado varias veces es el de Fernando Verdasco en la tercera ronda. El madrileño, que perdió sus 13 primeros enfrentamientos contra Nadal, ha conseguido arrancarle desde Madrid 2012 tres victorias al número dos mundial, una de ellas en Grand Slam (en la primera ronda del Abierto de Australia de 2016). Su buen momento de forma actual, además, le señala como una buena piedra de toque justo en la frontera de la segunda semana del torneo, la zona decisiva de cualquier grande, si es que finalmente ambos se ven las caras.

La cuesta arriba de Nadal comenzaría en octavos, donde Marin Cilic o John Isner aparecerían para representar el perfil que más le cuesta al balear: un sacador en pista rápida. Tanto si es el croata como si es el estadounidense, el español necesitaría su mejor versión para superar a dos rivales que en el pasado le han causado estragos, sobre todo Cilic.

Si sigue adelante, el campeón de 18 grandes encararía la parte final del torneo con la tranquilidad de haber evitado a Federer (y también a Medvedev, pese a que le ganó con soltura en el encuentro decisivo de Montreal). Esa teórica plaza en la parte de su cuadro la ocuparía Zverev, pero el alemán está en la peor crisis de juego que ha sufrido desde que es alguien en el circuito, lo que posiblemente abre la puerta para que otros candidatos ocupen su lugar. Sea Zverev o no, si el mallorquín avanza se las vería con Dominic Thiem o Stefanos Tsitsipas en semifinales como antesala de una final con Djokovic.

Roger Federer (número tres del mundo, 20 grandes)

Federer, en su derrota ante Rublev en Cincinnati. Aaron Doster Reuters

Después de la dura derrota que sufrió en la final de Wimbledon, en la que dejó escapar el título ante Djokovic tras desaprovechar dos puntos de partido, Federer se saltó Montreal y reapareció en Cincinnati, apostando por jugar solo un torneo como preparación del Abierto de los Estados Unidos. Y el plan de asalto a Nueva York le salió mal, porque el suizo solo ganó un partido (a Londero) antes de caer en octavos de final con Andrey Rublev, en un cruce que el ruso jugó de cañonazo en cañonazo.

Entonces, el campeón de 20 grandes hizo una movimiento imprevisto: llegó antes que nadie a la Gran Manzana y se puso a entrenarse cuando sus grandes rivales en la pelea por el trofeo todavía no habían pisado el cemento de la Arthur Ashe, pasando horas en la pista en la búsqueda de una aclimatación óptima a las condiciones del torneo.

Este jueves, Federer recibió el sorteo con una sonrisa: su primer contrario será un clasificado de la previa, en segunda ronda podría aparecer Damir Dzumhur y en la tercera Philipp Kohlschreiber, Daniel Evans o Adrian Mannarino. Nada que deba asustar al número tres del mundo en la primera semana de competición, en la que muchos de los otros principales favoritos deberán exprimirse para no quedarse por el camino.

Las cosas cambiarían desde octavos: ahí aparecería David Goffin, finalista del Masters 1000 de Cincinnati hace unos días, en clara línea ascendente, aunque solo ha celebrado un triunfo en nueve enfrentamientos con Federer. La siguiente barrera del suizo sería Kei Nishikori, que en caso de victoria le colocaría ante una situación que nunca ha podido superar en toda su carrera: la de ganar consecutivamente a Djokovic (semifinales) y Nadal (final). Si lo logra, lo que a los 38 años podría considerarse una hazaña de las que dejan huella eterna, volvería a levantar el trofeo de campeón en Nueva York por primera vez desde 2008. Casi nada.