París (enviado especial)

“Hay derrotas que ayudan, y esta es una de ellas. He hecho lo más difícil, sentar una buena base para salir hacia delante. Hacía tiempo que no me sentía tan bien jugando en tierra. He vuelto a disfrutar de jugar a tenis.”. Es sábado 27 de abril y Rafael Nadal acaba de perder en las semifinales de Barcelona contra Dominic Thiem, pero su cabeza ha asimilado el partido como una victoria porque por primera vez desde el comienzo de la gira de arcilla ha competido de verdad, de tú a tú, con energía, ánimo y fuerza. Muy pocos son conscientes de que el español acaba de salvar una de las peores crisis de su carrera. Un mes después, el lunes 27 de mayo, Nadal debuta en Roland Garros con una victoria (6-2, 6-1 y 6-3 a Yannick Hanfmann) que confirma sus palabras de aquella tarde mientras le abre las puertas de la segunda ronda. Así de rápido pueden cambiar las cosas en un mes. [Narración y estadísticas]

“Es muy difícil estar convencido de todo en esta vida”, respondió Nadal cuando le recordaron las palabras de aquel día. “La gente que está tan convencida debe ser muy arrogante. Uno puede tener la ilusión de que eso ocurra, o la esperanza, pero estar convencido… No estoy convencido de casi nada en este mundo”, insistió el tenista. “Quería trabajar para intentar llegar bien a cada torneo en el que iba a participar. Por suerte, y como dije, senté una buena fase en ese partido de cara al futuro. Eso se confirmó y conseguí dar pasos adelante día a día, incrementando al nivel de confianza en mi cuerpo y en mi tenis”, prosiguió Nadal. “Todo eso se tradujo en victorias y en un juego para marcar las diferencias”.

Hanfmann aterrizó en el partido fabricándose cuatro pelotas de rotura. En el primer juego del encuentro, con Nadal al saque, el alemán se aprovechó de los errores de su contrario (cuatro) para husmear el break, pero negoció mal los peloteos decisivos que le podrían haber puesto por delante en el marcador. Como el que deja pasar el último tren del día y pierde la ocasión de volver a casa, Hanfmann nunca más tuvo la oportunidad de mandar en el cruce: Nadal le rompió el saque al juego siguiente (2-0) y no se desenganchó de la yugular de su rival hasta que tenía cerrado el pase a la siguiente ronda.

Como se podía esperar, Nadal disfrutó de un estreno cómodo, solo amenazado por los nueve minutos de un comienzo frío, consecuencia de los nervios y no de los méritos del rival. Hanfmann, 184 del mundo y con un solo partido en un Grand Slam, ofreció ganas, pero con ganas no es suficiente para poner en problemas al mejor de siempre en tierra, y menos aún a este nivel cercano a su versión más convincente.

En Montecarlo, durante el primer torneo de la temporada de tierra, Nadal era un tenista con mil agujeros porque corría mucho y llegaba tarde a golpear la pelota, porque cometía más fallos de lo habitual y porque estaba invadido por las dudas en el ataque y la defensa, que son las dos vertientes más importantes del juego. Además, su bola intermedia, el tiro con el que históricamente ha encerrado a los rivales contra el fondo de la pista, estaba en un estado terrible.

Tras estrenarse en Roland Garros con todo su abanico de argumentos recuperado, queda claro que Nadal ha borrado todas esas carencias en un tiempo récord con lo que eso significa: si no hay contratiempo ni desgracia, el número dos está listo para aspirar a todo en París.