Melbourne (enviado especial)

El rayo que Rafael Nadal lleva dibujado en la espalda de su camiseta naranja es un anticipo de lo que ocurre cuando el español regresa oficialmente a la competición. Tras 129 días alejado de las pistas por un rosario de lesiones, hasta tres distintas (rodilla derecha, abdominal y muslo izquierdo) y una operación (pie derecho), el número dos del mundo llega el lunes a su estreno en el Abierto de Australia y se encuentra con las 51 subidas a la red de James Duckworth, que una vez tras otra lo obliga a pasarle desde atrás o a correr hacia delante para cazar bolas muertas que caen bien cerquita de la cinta. Y Nadal, que lleva cuatro meses en blanco, mucho tiempo parado, arranca el primer grande del curso venciendo 6-4, 6-3 y 7-5 a su rival en una buena demostración física: para empezar, sus piernas están bien.

“Era muy importante empezar el año con victoria”, celebra luego el ganador, que en segunda ronda se medirá a Matthew Ebden, ganador 1-6, 6-4, 6-3 y 6-4 de Jan-Lennard Struff. “Es normal que los comienzos sean difíciles, pero cada día me ayuda y me hace sentir mejor, más seguro”, continúa. “La velocidad, el ritmo, la explosividad… son cosas que se trabajan compitiendo y jugando puntos. Los entrenamientos de la semana pasada me han ayudado y un día como hoy también”, añade el tenista. “Pero volviendo de una lesión de rodilla y de una operación en el pie se trabaja poco porque uno tiene que recuperarse ante todo. Lo primero es consolidar la recuperación y lo demás viene con los entrenos y con los partidos”.

Nadal vuelve al circuito en una calurosa mañana del verano australiano. Sucede a la una de la tarde, con más de 30 grados cayendo a fuego sobre Melbourne y una sensación térmica de casi 40. Mientras la gente echa mano de abanicos en la grada, formando un mosaico móvil en las zonas sin sombra, los oponentes se cuelgan bolsas de hielo al cuello en los descansos del encuentro, intentando bajar así la temperatura corporal. Ni el español, siempre encantado de jugar con sol, ni el australiano, criado en condiciones extremas, encuentran un gran problema en quemarse los pies enfrentándose en el corazón de un volcán.

Nadal, devolviendo una deja en su estreno en el Abierto de Australia. Kim Kyung-Hoon Reuters

“¡Te quiero, Rafa!”, grita una aficionada antes de ver a Nadal devorar el inicio del partido, una puesta en escena de la que estarían orgullosos los mismísimos Rolling Stones. Ni cinco minutos ha descontado el reloj y el mallorquín ya ha roto de entrada a Duckworth (1-0) y ganado su primer turno de saque enseñándole al mundo el cambio en su gesto técnico para poner la pelota en juego. Con la renovada mecánica de servicio, el campeón de 17 grandes consigue lo que se propone y confirma algo evidente: su pelota no sufre ahora una desaceleración tan grande al botar en el cuadro de saque rival (184 kilómetros por hora de media), pero la modificación necesita tiempo y situaciones de presión para poder ser evaluada con justicia.

Duckworth, en cualquier caso, ayuda a Nadal a hacer un buen partido. El australiano, 237 del mundo e invitado por la organización, plantea una estrategia destinada a hundirse desde el comienzo. Como no quiere mirar a los ojos a su contrario, como sabe que entrar al cara a cara con el español es una mala idea, el aspirante ejecuta un plan suicida jugando en tromba, tan agresivo que la mayoría de las veces se estrella con un error no forzado (acaba conectando 44, con 12 dobles faltas) o toma una mala decisión que le cuesta perder el punto.

Para sobrevivir al agobio al que le expone el australiano (un solo peloteo de nueve tiros en todo el partido), Nadal se impulsa con golpetazos aislados. Pasan los minutos y el mallorquín se abre paso en un partido sin ritmo que corona a destellos: aunque pierde dos veces su saque, una de ellas en blanco cuando saca por la victoria en la tercera manga, el balear se estrena con muchos brillos para despejar todas las dudas que tiene encima.