Nueva York (enviado especial)

Para celebrar los 30, un autorregalo: el día de su cumpleaños, Carla Suárez sale a la pista central del Abierto de los Estados Unidos para hincarle el diente a Maria Sharapova. Ese es un reto mayúsculo porque la rusa le gana en todo y parte con ventaja: mide 1,88m (por el 1,62 de la española), ha ganado todos sus partidos en la noche de Nueva York (22-0) y sabe muy bien cómo competir en un escenario tan importante porque durante su carrera ha levantado los cuatro torneos del Grand Slam. A Suárez, que jamás ha pasado de los cuartos en un grande (seis derrotas), le importa un pimiento todo eso: no tiene tiros que dejen sentada a Sharapova, pero con inteligencia y valentía le alcanza para fabricar los mismos ganadores que su contraria (15) y romper el muro de la rusa. El tremendo triunfo de la española (6-4 y 6-3) le concede otra oportunidad de derribar su techo el próximo miércoles cuando se mida a Madison Keys (6-1 y 6-3 a Dominika Cilbulkova) por una plaza en semifinales. 

“Ella es de las mejores del mundo, es normal que no hubiese perdido de noche aquí”, reconoce luego Suárez cuando le preguntan por el récord de su contraria en la sesión nocturna del torneo. “Sharapova está acostumbrada a jugar estos partidos en estas pistas, aunque no es fácil”, sigue la española, que con su clase incomparable consigue poner en pie a más de 20.000 personas. “Que te aplaudan algunos puntos como hoy… el corazón te late más rápido y las piernas te tiemblan un poco, pero son emociones que se agradecen. Jugamos para esto”.

“Cuando Carla consigue jugar agresiva tiene una velocidad de pelota alta”, analiza Anabel Medina, la capitana de Copa Federación. “Hoy tenía el objetivo claro: estar muy intensa de piernas para poder posicionarse de una forma que le permitiese jugar dentro de la pista. Lo ha conseguido y de una manera contundente”, añade la valenciana, sentada en el banquillo de la canaria durante el encuentro. “El mérito es altísimo. Este estadio es muy complicado y enfrentarse de noche contra Sharapova era un examen difícil, pero Carla ha sacado un 10”.

La canaria empieza a ganar el partido dos horas antes, en el calentamiento que realiza justo después de la victoria de Novak Djokovic sobre Joao Sousa (6-3, 6-4 y 6-3). Esa entrada en calor anticipa lo que ocurre luego: Suárez sale a comerse a Sharapova. Muy activa, enérgica todo el rato, la española maniobra con maestría. Es imposible que Carla se lleve el cruce a palo limpio, intentando desbordar por la fuerza; es más probable que pueda discutir la victoria si aplica un planteamiento táctico de los suyos, mezcla de alturas, cambios de ritmo, peloteos elaborados con la paciencia que reina en un taller de orfebrería.

Es el final de una jornada calurosa (30 grados) y húmeda (74%) que desafía a las dos oponentes a una tortura física. Bajo las luces de la Arthur Ashe, a reventar de público, ambas aceptan pagar el peaje del desgaste y pronto hace que merezca la pena haber comprado una entrada. Incluso en los asientos más altos, en los que están pegados a la estructura metálica del techo retráctil, se escucha el rechinar de las zapatillas sobre el cemento. Entre el voltaje que rodea al encuentro, ardiente y apasionado, se abre paso Suárez disfrutando de la pelea, cerrando el puño y gritándole a la rusa que esta es su noche, que hoy gana ella, que le toca llevarse la victoria.

La española tiene claro el qué, pero esta vez también el cómo. Con pies de bailarina, Carla cubre todo el ancho de la pista y se hace infranqueable. Sharapova lo intenta apretando, pegando y rugiendo, poniendo su leyenda en la punta de la raqueta. Suárez contesta con movimientos rapidísimos que hacen de cada intercambio una prueba de resistencia, creando una tela de araña con mil golpes distintos (cortados, ángulos, combados, planos...) para desestabilizar a su rival hasta que ve el momento de producir una bola que no regrese de vuelta.

Es una primera manga frenética que se desarrolla a bandazos y que decide el partido, tanto peso tiene para ambas. En su primer juego al saque, Suárez anula dos pelotas de break que habrían dejado con un 2-0 a Sharapova nada más empezar y un minuto después se dispara. Pasan 20 minutos y la canaria gana 4-1 tras haberle roto dos veces el servicio a la rusa, que no entiende nada y reacciona porque su contraria tiene un servicio atacable (se lo rompe para colocarse 4-2 y luego 5-3), diana en la que chocan sus poderosos restos.

¿Qué hace entonces la española? En lugar de echarse a temblar, cierra la primera manga con su saque y le manda otro mensaje a la campeona de cinco grandes: te voy a ganar, y te voy a ganar seguro. 

Lo ve Bill Clinton, ex presidente de los Estados Unidos, sentado en uno de los palcos del estadio: en Nueva York, la ciudad de los rascacielos, una tenista pequeñita abriéndose paso en un mundo dominado por gigantes. En pleno 2018, Carla sigue siendo la excepción que confirma la regla. Todavía es posible que la cabeza le gane el pulso a la genética.

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