Londres (enviado especial)

Las imágenes que los fotógrafos cazan durante el partido de Rafael Nadal en la segunda ronda de Wimbledon no necesitan mucha explicación. En una se ve al número uno girándose hacia su equipo con cara de preocupación en el juego inicial del cruce ante Mikhail Kukushkin. En otra, al español animándose a gritos tras una volea que le coloca 4-3 en la primera manga, abortando así una pelota de rotura de su oponente y encontrando algo de tranquilidad. En la más sorprendente, el campeón de 17 grandes está asestándole un puñetazo a su raqueta tras dejar escapar una bola de set al resto, un gesto pocas veces visto en el balear. Por eso, cuando Nadal gana 6-4, 6-3 y 6-4 al kazajo y se clasifica para la tercera ronda de Wimbledon, donde el sábado le espera el prometedor Álex de Miñaur (6-2, 6-7, 7-5 y 6-3 al francés Herbert), se permite una sonrisa de alivio. El primer reto exigente del torneo ya es historia, y jugando a un nivel fabuloso y con una intensidad electrizante. [Narración y estadísticas]

“Creo que lo he hecho todo mejor que el otro día”, dice Nadal cuando llega a la sala de prensa. “He jugado a un nivel muy bueno. Por eso, el avance ha sido muy positivo. Cada día que pasa es confianza para mí, la oportunidad de adaptarme a unas condiciones que son nuevas”, prosigue el campeón de 17 grandes. “Cada partido superado son posibilidades que van creciendo. Este es el camino, después… puede pasar cualquier cosa”.

“Al margen de ofrecer un nivel muy bueno de tenis, ha logrado mantener la concentración durante bastante tiempo”, añade Francis Roig, uno de los entrenadores del tenista. “Ha superado los momentos de apuro que ha ido teniendo y ha encarado muy bien los instantes importantes, pero es que ya lleva un tiempo haciéndolo”, sigue el técnico, haciendo referencia a las 11 bolas de break que el balear salva, de las 13 a las que se enfrenta. “Eso es lo que siempre le ha caracterizado. Lo perdió durante un tiempo, pero ahora lo vuelve a tener”.

Un juego larguísimo, de 11 minutos, inaugura el partido después de que Carlos Bernardes, el juez de silla brasileño, sancione al español por tardar demasiado en saltar a jugar. Sin tiempo para presentaciones, Nadal tiene que salvar tres bolas de break en ese arranque, que Kukushkin quiere hacer suyo jugando rapidísimo. El kazajo, pura fibra, suelta latigazos sin esfuerzo que agujerean las defensas del número uno, clavado como una chincheta en un mural de corcho. Kukushkin, que muchas veces encuerda por debajo de los 10 kilos cuando lo habitual es hacerlo por encima de los 20, está bendecido con un talento natural para empuñar la raqueta, que florece para darle alas.

Del 3-0 de Nadal se pasa a un 3-3 y 30-40 para Kukushkin. El marcador no engaña: el mallorquín, que anula esa pelota de rotura con un saque al cuerpo de su rival y pone el 4-3, falla varias bolas desde posiciones muy cómodas, aunque juega con una energía descomunal. Los pelotazos del número 77, en cualquier caso, hacen que Nadal se tambalee y que no encuentre manera de neutralizar esos ataques ni con su revés cortado, que es su elección para frenar el ritmo infernal que plantea el kazajo.

Con el partido empatado, la presión volando de manos en cada turno de saque, Kukushkin se desmorona cuando tiene que buscar el 5-5. No queda nada en ese momento del tenista valiente y descarado que se gana el derecho a competir mirando a los ojos del mejor jugador del mundo. Lógicamente, Nadal maneja a su gusto el miedo de su rival, conquista el primer set al resto y hace que el cruce cambie lentamente, aunque tiene que pelearlo con ahínco.

El último intento de Kukushin llega en el comienzo del tercer parcial, unos minutos después de que Bernardes haya castigado de nuevo a Nadal por demorarse en acudir a restar. Por primera vez en toda la mañana, el kazajo se pone por delante de su contrario. Es 3-1 y saque para el aspirante, una buena oportunidad de soñar con la remontada. Aparece entonces Nadal, que le devuelve el break inmediatamente, que aprieta el puño y que gana por una vía muy distinta a la del primer día.

Camino de la tercera ronda, el número uno se reencuentra cara a cara con todos los peligros de la hierba ante un rival que amenaza con hacerle pupa. Y gana haciendo lo que debe: dando un salto para firmar un partido fantástico.

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