Madrid

Sin hacer demasiado ruido, llegando desde atrás como casi siempre, Alexander Zverev levantó este domingo en el Mutua Madrid Open su tercer Masters 1000 (6-4 y 6-4 a Dominic Thiem) y se confirmó como el mejor jugador del mundo tras Roger Federer (uno) y Rafael Nadal (dos). El alemán, que venía de celebrar el título en Múnich y que el año pasado ya sumó dos títulos de la categoría (en Roma y Canadá), volvió a aprovechar la ocasión de ganar un trofeo de los más importantes, desmontando los pronósticos que colocaban la corona en las manos del austríaco y señalándose como el relevo natural de los grandes gigantes del circuito. [Narración y estadísticas]

El aplomo de Zverev contrastó con la fragilidad de Thiem. El alemán, que durante toda la semana había avanzado de paliza en paliza (por ejemplo, solo necesitó 57 minutos para ganarle las semifinales el sábado a Denis Shapovalov), le arrebató el saque a su oponente en el primer juego del partido (que lo cedió con una doble falta) y desde ese momento estuvo claro que la victoria le pertenecía, que sería muy difícil para Thiem entrar en la final.

Respaldado por su servicio (solo perdió 11 puntos, de los 49 que jugó), y conectando golpes tan profundos como puñetazos en la boca del estómago, Zverev abrió una zanja enorme en el cruce (6-4 y 3-2 en menos de una hora) y consiguió que Thiem se ahogase en su propia desesperación, llena de errores no forzados, de ganas impulsivas sin el resorte de la cabeza, y de muchas malas caras, las mismas que aparecieron en su banquillo cuando vieron el mal día del austríaco.

El español Galo Blanco, que desde hace un tiempo trabaja en el equipo técnico de Thiem, lo intuyo bien pronto. Con Zverev así de bien, y con el austríaco así de mal, lo más lógico era prever lo que terminó ocurriendo en la Caja Mágica: un triunfo arrollador del alemán sobre el tenista que había derrotado a Nadal en tierra batida dos días atrás, el mismo llamado a dominar la superficie más lenta del mundo, el mismo al que todos daban ganador.

A Zverev, sin embargo, no le importó nada de eso. El alemán llegó a la final, la dominó desde el principio, se llevó el torneo sin ceder ni set ni un saque, y se marchó a Roma con un título que dispara muchísimo su confianza.

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