La 'parrilla invertida' de Bernie Ecclestone ha triunfado en el Gran Premio de China. Casi sin quererlo, el problema mecánico que penalizó a Hamilton y el caos de la primera curva han marcado el devenir de una carrera que ha llevado a varios de los protagonistas del Mundial a las últimas plazas del pelotón, haciendo realidad los sueños del patrón de la Fórmula 1.

Los cambios en materia de neumáticos junto con la 'parrilla invertida' han ofrecido un gran espectáculo de batallas y adelantamientos continuos de los que crean afición, aunque hay algo que sigue fallando en una competición donde falta la guinda del pastel: la lucha por la victoria. Un rápido vistazo a la tabla de clasificación muestra un Nico Rosberg ajeno a a todo lo que pasa tras su estela en cabeza. Goza en los primeros compases del Mundial de un cómodo colchón de 36 puntos sobre su compañero Lewis Hamilton, que tan sólo saca dos puntos al tercer clasificado, Daniel Ricciardo.

Las primeras posiciones pueden no sorprender demasiado, pero llama la atención que, en el año en que Ferrari debía de confirmar su alternativa, sea Red Bull quien alce la cabeza y reclame su papel de protagonista de una partitura que comienza a plantear nuevas alternativas. Delante del gran jefe del gigante automovilístico Fiat-Chrysler y futuro presidente de Ferrari, Sergio Marchionne, los pilotos de la Scuderia han tirado por tierra cualquier opción de hacer realidad las promesas de inicio de temporada de su patrón de luchar por la victoria desde el primer Gran Premio.

Sebastian Vettel no marcó la diferencia por la que fue contratado al reconocer su culpa: "He pilotado mal, no he sido capaz de hacer una buena vuelta en mi único intento, he salido mal desde el primer sector intentando recuperar durante toda la vuelta, pero no estoy contento de lo que he hecho en la Q3". Kimi Räikkönen, por su parte, reconoció que podía haberlo hecho mejor: "En la penúltima curva me he alargado demasiado y he perdido mucho tiempo".

En Australia, la estrategia del equipo fue decisiva para perder una carrera que tenían al alcance de la mano antes de que el coche de seguridad saliera a pista ante el impresionante accidente de Fernando Alonso. En Bahrain, un fallo mecánico robó a los aficionados la esperanza de asistir a un duelo por la primera plaza al dejar K.O. al Ferrari de Sebastian Vettel, mientras que su compañero protagonizaba una pésima salida que comprometía por completo su carrera.

Red Bull, Ferrari y Mercedes pelean la posición durante el GP de China. Aly Song Reuters

La clave está en los motores

Llegados a China, el equipo italiano había hecho los deberes, pero a la hora de la verdad, tanto Vettel como Räikkönen fallaron en las vueltas decisivas de la Q3, que diferencian a la élite del resto. El hueco que Ferrari dejó libre fue aprovechado por Red Bull, equipo que comienza a poner encima de la mesa las cartas que tanto asustaban de Mercedes y Ferrari el año pasado, cuando negociaban con el equipo de la bebida energética la posibilidad de suministrar sus motores.

No, no y no, fue la respuesta de Mercedes, Ferrari y Honda ante la insistencia por parte de Red Bull en 2015 de hacerse con una de las Unidades de Potencia de estos motoristas, que les permitiera abandonar su larga dependencia de Renault ante el fracaso del motor suministrado la pasada temporada.

En la sede del equipo en Milton Keynes llevan varios años tirándose de los pelos al ver cómo uno de los mejores monoplazas, si no el mejor, durante los tres últimos años no ha podido luchar por la victoria final. Al mago de las mesas de diseño, Adrian Newey, no se le ha olvidado cómo dar forma a un monoplaza campeón a pesar de pasar más tiempo cada año creando barcos para la Copa América o haciendo realidad sus visiones de lo que un supercoche debe ser, como el que realizará junto con Aston Martin.

La verdad es que la negativa de Ferrari y Mercedes se basaba principalmente en el miedo. Sí, el de ver cómo años de trabajo y cientos de millones de inversión gastados por los alemanes y por parte de los italianos para revivir los laureles del pasado queda en agua de borrajas ante un equipo que se dedica a vender bebida energética enlatada por todo el mundo.

Ver a Ricciardo liderar el GP de China puede sorprender a algunos, pero desde Red Bull Horner y compañía llevaban anunciando desde el arranque del Mundial que su monoplaza estaba al nivel de Mercedes. Si no fuera por la diferencia de prestaciones de la Unidad de Potencia francesa, el Mundial tendría una alternativa verdadera frente al espejismo que Ferrari representa.

Daniel Ricciardo durante el GP de China. Aly Song Reuters

El chasis del RB12 vuelve a ser la referencia, ofreciendo una motricidad en salida de curva fantástica gracias también a una aerodinámica de primerísimo nivel, plasmada sobre el papel por grafito de los lápices que acompañan las manos del genio Newey, el único que sigue usando una mesa de diseño en la era de los superordenadores.

El gran defecto del equipo que proporcionó a Sebastian Vettel el mejor coche para conquistar sus cuatro Mundiales consecutivos reside en la limitación de la potencia disponible en su propulsor híbrido. En 2015 el equipo llegó a romper su contrato con los franceses, hartos del pésimo rendimiento de la Unidad de Potencia.

El bloqueo del resto de motoristas, atormentados por las pesadillas de ver a Red Bull ganar a sus equipos titulares con sus mismos motores, hizo que los austríacos volvieran con la cabeza agachada hacia su antiguo socio francés. Cansados de los desprecios, se agenciaron un equipo propio para demostrar de lo que son capaces con un motor turbo del que fueron pioneros en la Fórmula 1 en 1977.

Los equipos disponen de 32 'fichas' para hacer cambios entre los diferentes elementos de sus motores durante la temporada. Renault es el equipo que menos fichas ha gastado durante el invierno para actualizar su motor. Los franceses sólo han gastado siete fichas, pero bien invertidas, puesto que el rendimiento ha mejorado sustancialmente respecto a 2015, aunque aún está lejos de igualar a Mercedes.

En Red Bull esperan la primera gran evolución del motor, que debe equiparar las cámaras de combustión del motor térmico galo a las más sofisticadas de Mercedes y Ferrari previstas para Canadá. A partir de ese momento, el equipo dirigido por Christian Horner pretende dar el salto de prestaciones que permita explotar todo el potencial que su chasis es capaz de generar y acosar de verdad a Mercedes en todos los frentes.

China deja un sabor agridulce de nuevo entre los aficionados que madrugan y se pegan a la televisión con ganas de ver un duelo auténtico por la victoria. El resultado son carreras locas llenas de batallas sin fin, donde todos los pilotos se mezclan entre sí gracias a las múltiples posibilidades que las elecciones dispares de neumáticos proporcionan. Hamilton contra Massa, Sainz contra todo el que se le ponga delante, Alonso en algún momento tercero y hasta un Red Bull que pierde la primera plaza por un pinchazo. Una carrera fantástica si no fuera porque una vez más se tuvo de todo menos la tensión de conocer quién sería el vencedor final de la prueba.

Nico Rosberg parece continuar su cabalgata para igualar a su padre en número de Mundiales: inmune a los toques en la salida, a las averías, a los pinchazos y a cualquier otro inconveniente que no le pasa factura. El alemán se reía descaradamente al ver cómo Vettel le echaba la bronca a Kvyat en la antesala del pódium, consciente de que todos los males ocurren siempre a sus espaldas. El piloto considerado como eterno segundón comienza a marcar un Mundial donde parece que Ferrari, por un motivo o por otro, no es capaz de confirmar una alternativa que Red Bull ha cogido al vuelo.

Rosberg celebra su victoria en China flanqueado por Vettel y Ricciardo. Aly Song Reuters

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