Esto podría ser una película de Disney… 

Imagínense. Unas niñas, un poblado africano, una escuela, un padre jesuita y una profesora de gimnasia artística española. Una idea, un equipo, una ilusión y un sueño: recibir la invitación del COI (Comité Olímpico Internacional) para acudir a los Juegos de 2024. Sonrisas, ilusiones compartidas y dedicación. Parece mentira, ¿verdad?… 

La película, sin embargo, es real. Aunque los personajes, por momentos, se perciban como inventados… 

Toma 1: el origen

Por orden de aparición, el primer protagonista, el que pergeña la idea, es Ramón Grosso, hijo del exjugador del Real Madrid de mismo nombre. Él, que creó una Fundación junto a sus hermanos, decide impulsar un proyecto en la localidad de Toukra, a escasos 20 kilómetros de Yamena (capital del Chad), con varios objetivos iniciales: crear una escuela de fútbol y baloncesto con la ayuda del Real Madrid, poner en funcionamiento dos pozos y construir un tercero, cuidar de las necesidades médicas y de alimentación de los niños, dar a luz un programa de apadrinamiento, enseñar a los pequeños a utilizar los recursos naturales a través de los talleres de ganadería y agricultura, e impulsar la creación de una escuela de gimnasia artística con la idea de acudir a los Juegos de París 2024. Eso, de primeras; luego, la cosa ha ido a más y ha derivado en la creación de equipos de judo y balonmano. Pero toca volver a centrarse… 

¿Por qué el Chad? ¿Quién tiene la culpa? Pues, obviamente, el segundo personaje, el Padre Camille, “un tipo que debería haber muerto varias veces”, en palabras del propio Ramón. Un chadiano que, fruto de la casualidad, cuando era pequeño, vio pasar a un jesuita y decidió seguir su camino. El mismo que huyó con su familia cuando aparecieron unos guerrilleros por su poblado y volvió a nacer. El ‘loco’ que, ya de mayor, se curó de un cáncer y habla cuatro idiomas. “Él nos convenció de ir al Chad y no a Tanzania, nuestra idea inicial”, explica Grosso.  

La tercera en liza, Sylvia García, la protagonista principal, aparece por casualidad. Hija de entrenador nacional de gimnasia, estudió Educación Física y, en el 89, acudió al patronato de Pozuelo de Alarcón (Madrid) porque quería poner en marcha una escuela. Todo salió bien, montó su propia academia y, desde entonces, se gana la vida con lo que más le gusta. Es decir, ha vivido sin sobresaltos en el terreno laboral. Hasta que, claro, el padre Camille apareció en su vida… 

Ramón Grosso, el Padre Camille y Sylvia García posan junto al cartel del colegio.

[Situación: torneo internacional de gimnasia artística de Pozuelo]

– Ramón Grosso: El Padre Camille quería conocer a Sylvia y lo traje al torneo. Estaba en la grada con él y me decía: “¡Ay madre, que se caen, que se caen, que se caen!”. Y le dije: “¿Se imagina a sus niñas del Chad haciendo este deporte allí?”. Pues bien, antes de que acabara la frase ya estaba bajando para liar a Sylvia. Entonces, de repente, en dos minutos, se ponen a hablar y el torneo pasa a un segundo plano… ¡Los dos se habían convencido para ir a los Juegos!

– Sylvia García: Él me preguntó: “¿Pueden hacer gimnasia las niñas?”. Y yo, que conozco este deporte porque es el mío, le digo que es difícil porque no tenemos aparatos. Pero dio igual. Él me insistió. Quería que sus niñas hicieran deporte para que pensaran de forma diferente. Y, bueno, luego surgió lo de los Juegos… Pero mi ilusión no es esa. Yo lo que quiero es que sigan formándose, que les enseñen a sus compañeras que una mujer tiene derechos y que puede elegir casarse con quien quiera y ese tipo de cosas. Allí, a las niñas, con 12 años, se las empiezan a quitar de en medio para que se casen. Fíjate, sólo el 33% de la población sabe leer y escribir. 

Toma 2: poner en marcha una escuela en el Chad

Sylvia conoce al padre en 2015 y viaja por primera vez con Ramón al Chad en 2016, “siempre con visado de misionero –el único con el que se puede pasar al país–”. Allí, se encuentran con una escuela ya construida de siete hectáreas y con dos pozos. “Pero nada más, el golpe de realidad al llegar fue brutal. Aunque, por otra parte, me encontré un colegio de niños felices, simpáticos, activos y a los que les gusta moverse”, explica la profesora. 

Sylvia, en el colegio junto a los niños y niñas chadianos.

Su intención, de primeras, era hacer un equipo. Sin embargo, acabó con tres. Al ‘casting’ se presentaron 100 niñas y, de esas, según Sylvia, “50 podían hacer gimnasia”. Total, que se puso manos a la obra para tratar de ayudar a la población femenina, la última en la escala social del Chad: “Nadie las quiere. No tienen futuro ni esperanza. El 45% de ellas son alcohólicas, así que no me pude negar. Cuando me lo contó el padre, pensé: ‘No sé cómo lo voy a hacer’. Pero le miré a los ojos y me dije a mí misma: 'Podemos lograrlo'”, explica.

Ahora, ha viajado de nuevo con Ramón para pasar otro tiempo en el Chad y ver cómo va el proyecto. Mientras tanto, otros siguen las pautas de Sylvia, que ha formado a las niñas, pero también a los monitores. “Cuando me volví, en 2016, se quedó al cargo un profesor de danza regional que durante aquellos días aprendió algo, y luego, había dos chicas de 14 años que me ayudaban, una de ellas que sabía inglés, y también estuvieron a mi vera”. A ellas se les suma una última que vino a España (cuando el pasado verano algunas de ellas pasaron aquí un tiempo entrenándose). 

¿El problema? “Los aparatos”, responde Sylivia inmediatamente. Las niñas, a esas edades, “son iguales en Chad que en España”, reconoce. Sin embargo, no cuenta con los materiales. Enviaron varios, pero se quedaron bloqueados en Camerún y no han podido llegar al Chad. Eso, sin embargo, no los va a frenar… 

Ramón, Sylvia y el Padre Camille junto a las niñas, en Madrid.

Toma 3: final feliz

Fútbol, baloncesto, gimnasia, judo, balonmano… El sueño ya no es de unos pocos, se ha convertido en el de otros muchos. Cuando Ramón comenzó con el proyecto, al colegio acudían 650 niños; ahora, van 1363. “Y todo empezó con dos pozos. Hemos conseguido que los críos vayan allí a por agua para las familias y se queden en el colegio, que coman allí y que aprendan. Puede parecer una obviedad, pero no lo es tanto cuando el absentismo escolar en un sitio como el Chad es enorme. La educación no está valorada”, confiesa el presidente de la Fundación.

Total, que el colegio está desbordado. “Se están planteando construir otro edificio más. El problema son los profesores. No hay mucha gente que quiera ir allí. Con la guerrilla islamista Boko Haram, que se encarga de raptar niños y niñas, y ahora occidentales para pedir un secuestro, es complicado”. Por eso piden ayuda. El dinero para llevar a cabo el proyecto, de momento, lo han sacado de recaudar fondos en eventos de fútbol, socios o una liga solidaria de gimnasia que organizan. Pero necesitan más. “Vamos a tener que pedir ayuda a las instituciones”… El objetivo, por tanto, no son los Juegos, sino mantenerlo.

– ¿Hasta cuándo, Ramón? "Hasta que me muera".

Imagínense el final. 2024. Juegos Olímpicos. París. Una entrenadora española. Unas niñas chadianas. Música, cámaras… y el mundo mirando. 

Podría ser una película de Disney, sí. Podría ser real.  

Las niñas Chadianas, en su visita a Madrid.

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