“Disfruta, venga”, eso se dice a sí misma Ruth Beitia antes de encarar cada salto, mientras juega con los dedos de la mano derecha y visualiza el salto. Es el secreto del éxito y la mejor virtud de alguien que concibe el atletismo como una forma de vida. En el Estadio Olímpico de Engenhao, la cántabra recibió el premio que tanto se merecía y por el que tanto había luchado. Hace cuatro años anunció que se retiraba tras un cruel cuarto puesto en Londres 2012, pero Beitia regresó con el objetivo de disfrutar cada día como si fuera el último, competición a competición, hasta llegar a convertirse en campeona olímpica en salto de altura, la primera mujer española que consigue un oro en el deporte rey de los Juegos.

La atleta santanderina se coronó reina de las alturas en un concurso decidido por los nulos: cuatro saltadoras empataron en 1.97 metros -siendo la plata para Mirela Demireva y el bronce para Blanka Vlasic. Pero su impecable actuación le proporcionó la mejor despedida posible. "Todavía no me lo creo, es un sueño hecho realidad. Llevo 26 años luchando para esto. Es una recompensa al trabajo, tanto al de Ramón [Torralbo, su entrenador], como al mío. Hay mucha gente que ha puesto su granito de arena para que yo esté aquí hoy. Es el día más feliz de mi vida", agradeció una emocionada Beitia al terminar la prueba.

Tuvo que ser en la decimocuarta ocasión en la que pisaba un podio de una gran competición internacional, después de regresar a la pista tras una fugaz retirada, y a los 37 años, siendo ya una veterana, cuando el sueño de Ruth Beitia mutó de ser un deseo para convertirse en medalla de oro olímpica.

En una final muy numerosa, con 17 saltadoras y sobre un tartán mojado por las gotas que habían caído sobre el Estadio Olímpico de Río de Janeiro, la santanderina mostró desde el primer momento que la noche del 21 de agosto de 2016 iba a ser el colofón tan anhelado de una carrera soberbia. Entre pista cubierta y aire libre acumula cuatro títulos de campeona de Europa y dos platas y dos bronces mundiales, además de otros méritos como la Liga de Diamante de la temporada pasada.

En las primeras alturas, Ruth Beitia derrochaba una seguridad apabullante en cada salto: corría con la confianza de quien se encuentra en su mejor momento de forma y franqueaba el listón con suficiencia. Mientras muchas de sus rivales se peleaban con el listón y empezaban a quedar eliminadas -como la lituana Palsyte, plata en Ámsterdam, o la jovencísima Cunningham, campeona del mundo indoor en 1.93-, ella se ponía el chándal y la sudadera para no perder calor, muy concentrada en todo momento, aprovechando para visualizar la siguiente tentativa, pero siempre con una sonrisa en la cara.

Cuando el listón se elevó hasta 1.97 metros, la primera altura clave, Ruth Beitia, camuflada tras unas modernas gafas de sol, intimidó a sus rivales con un grito sobre la colchoneta tras ejecutar un salto majestuoso. Era la primera en iniciar la ronda y ese válido comenzó a tomar tintes de oro. Sólo la búlgara Demireva, la croata Vlasic, que derramaba lágrimas por culpa del dolor en su maltrecho tendón, y la estadounidense Lowe, con mucha agonía en la tercera tentativa, quedaban en liza. Y Ruth no acumulaba ningún nulo.

La barrera de los dos metros terminó por decidir las medallas: ninguna de las cuatro saltadoras fue capaz de superar el listón. Ruth Beitia era campeona olímpica. Se jugó la vida lanzándose a la grada para abrazar a Ramón Torralbo, su entrenador, su otro 50% -"iba a decirle que le quería"-. Agarró la bandera de España y la emoción invadió a la mejor atleta española de todos los tiempos. En el podio le faltaron un par de segundos más para romper a llorar.

Beitia saltó 2.00 metros los Juegos de Londres, donde le arrebataron la medalla en el último intento posible. Pero cuatro años más tarde, en Río de Janeiro, la suerte se posicionó de su lado. Con una marca inferior de 1.97m -desde Barcelona '92 no se conseguía medalla con un registro tan bajo: la cubana Ioamnet Quintero fue bronce- se coronó como campeona olímpica empatada con otras tres saltadoras. Su impecable concurso sin cometer un sólo nulo fue decisivo.

"Sigo siendo lo que soy gracias al deporte, que me ha enseñado unos valores que puedo extrapolar a cualquier parte de mi vida". La santanderina lleva varias temporadas presumiendo de que la vida le ha regalado una segunda oportunidad. Y ella no la ha desaprovechado, dándose un baño de oro olímpico a los 37 años, en su último vuelo hacia las nubes.