El listón se alzó hasta 1,98 metros. Sus dos rivales habían cometido un nulo en la primera tentativa sobre esa altura y la medalla de oro sobrevolaba el Estadio Olímpico de Ámsterdam, bucando una dueña que la meciese en sus brazos. Y Ruth Beitia no la dejó escapar. Encaró la altura decisiva con la confianza y seguridad que derrocha cada vez que pisa el tartán. Se concentró, visualizó el salto y se dijo para sus adentros: “¡Ahora, a por todas!”. Diez zancadas gigantescas, una enérgica batida y un franqueo impecable. Tras levantarse de la colchoneta, el listón seguía en su sitio. La saltadora cántabra lanzó un grito de rabia al aire y levantó el puño. Sabía que era campeona de Europa.

Ruth Beitia se proclamó campeona continental de salto de altura por tercera vez consecutiva. Un hito histórico para el atletismo español: nadie había logrado tal supremacía en la cita europea anteriormente. La discípula de Ramón Torralbo firmó una nueva página dorada de su ya infinito epílogo. La de Ámsterdam fue la decimotercera medalla que consigue la santanderina en una competición internacional. Una cosecha que le otorga, indiscutiblemente, la corona de mejor atleta española de todos los tiempos.

A los 37 años, Ruth Beitia goza de una segunda juventud que no vislumbra punto final. Tras los Juegos Olímpicos de 2012, anunció que lo dejaba. Aunque fue una retirada efímera. Empezó a patinar, pero se sentía vacía: necesitaba impregnarse de nuevo del vértigo de la alta competición. Y en Londres se le quedó una espinita clavada en forma de cruel cuarto puesto.

Beitia posa eufórica con la bandera de España. Efe

Por aquel entonces, Río quedaba muy lejos, pero pasito a pasito, salto a salto, Ruth Beitia tendrá la oportunidad de alcanzar un metal olímpico en la ciudad brasileña, el único logro que le falta para colgar la guinda definitiva a su dilatado palmarés.

Londres, el punto de inflexión

La temporada del 2013 fue como un nuevo comienzo, donde la única premisa era disfrutar lo máximo posible. Y los resultados llegaron por inercia. Campeona de Europa indoor, bronce mundial al aire libre en Moscú y la sensación de que había vuelto con más fuerza que nunca. En 2014, la saltadora cántabra cosechó su segundo título continental al aire libre -en Helsinki 2012 logró el primero- y otro tercer puesto en el Mundial de pista cubierta.

Beitia seguía cumpliendo años, pero cada vez parecía más joven. En vez de revelarse en una carga, el paso del tiempo aligeraba a la atleta española. La temporada pasada no fue capaz de obtener una presea en ninguna de las citas internacionales. Sin embargo, sí logró vencer en la Liga de Diamante, la competición que mide la regularidad de las mejores saltadoras del planeta -en la actual edición también marcha en cabeza.

A la cita de la capital holandesa no llegaba con la mejor marca de las participantes, pero Beitia volvió a hacer uso de la experiencia adquirida durante tantos años y tantas competiciones. El miércoles pasó la calificación sin ningún tipo de dificultad y, en la final, tras cometer a la postre un insignificante nulo de ajuste en 1,93, su concurso fue impecable. Solventó las alturas decisivas sin vacilación, ante la incapacidad de respuesta por parte de sus rivales (la lituana Palsyte y la búlgara Demireva compartieron la plata).

"Esta medalla me sirve para seguir disfrutando. Una medalla que es tanto de Ramón como mía y que me sabe a felicidad y a un esfuerzo muy grande para seguir estando aquí", confesó Beitia tras bajarse del podio con una sonrisa de oreja a oreja. "En el 1,93 ha habido un poquito de angustia. Había viento. Pero después me he soltado la melena y he dicho: ¡A por todas! Me la tenía que jugar, mi baza era saltar el 1,96 y 1,98". 

Demireva, Beitia y Palsyte, medallistas en salto de altura. Reuters

En Río, a por la medalla olímpica

En poco más de un mes, Ruth Beitia se calzará las zapatillas de clavos en el estadio brasileño de Engenhão para enfrentarse al último reto atlético que le queda por delante: la medalla olímpica. El chute de confianza con el que llegará a Río tras revalidar nuevamente su cetro de campeona europea, sumado a la ausencia de las rusas por la sanción que pesa sobre su país por un sistema de dopaje de estado masivo, invitan a soñar con una despedida -o tal vez no- por todo lo alto.

El atletismo, su gran pasión desde pequeñita, le ha regalado a Ruth la oportunidad de resarcirse del amargo trago de Londres. Un larga cosecha de metales internacionales a lo largo de cuatro años, donde todavía hay hueco para uno más. El que puede ser el más sabroso.

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