Toca traicionar el guión y comenzar por el final. Echar un vistazo a la cara de los jugadores, al suspiro de cualquier aficionado del Atlético y al alivio de todos. Rostros, también, de triunfo, como es normal. Una mezcla extraña. Quizás, lo único que explica un partido de bandera, irrepetible. Con intensidad, alternativas, seis goles y mucho fútbol. Un escándalo, por hablar en plata. Un auténtico partidazo de Champions en el que nadie especuló. Ni el Leverkusen, por jugar en casa y verse forzado a remontar desde el principio -recibió dos goles de los rojiblancos nada más empezar-, ni el equipo de Simeone, un puñal para salir a la contra y con un potencial en ataque que ha explotado en el mejor momento posible. Más que suficiente, en cualquier caso, para dejar la eliminatoria encarrilada con una goleada sin ambages ni remilgos [Narración y estadísticas: 2-4].



El Atlético, esta temporada, había sido irregular a ratos, generado dudas y recibido varios traspiés en Liga. Sin embargo, fue escuchar el himno de la Champions, la música de Händel y los acordes de Europa, y el equipo de Simeone, de repente, cambió. El conjunto rojiblanco se puso su mejor traje. Fue al armario, planchó la camisa, buscó una corbata a juego y se plantó en Alemania. Con respeto, pero sin miedo. Ante un rival inferior, sí, pero con el recuerdo muy vivo de lo que pasó la última vez en el BayArena: allí cayó con un gol de Çalhanoglu. Pero, esta vez, nada fue igual. Los rojiblancos se hospedaron en otro hotel -por aquello de las supersticiones del Cholo- y todo marchó rodado desde el principio.



Enardeció el graderío al arranque, como es habitual en los estadios germanos, pero al Atlético no le temblaron las piernas. Y, de buenas a primeras, se puso por delante en el marcador. Saúl, que ya sabe lo que es marcarle a un equipo alemán -suyo fue el gol de semifinales contra el Bayern en el Calderón el curso pasado-, volvió a resurgir con un gol para la posteridad. El canterano controló la pelota, arrancó, se metió en el área y la puso en la escuadra. Imposible para Leno, que la buscó con los dedos, pero no alcanzó a detenerla. La noche comenzaba bien, y lo mejor todavía no había llegado.



Marcó el Atlético y se echó atrás, pero sin renunciar al ataque, de ahí que ocho minutos después volviera a pegarle con el mazo de nuevo al Leverkusen. En concreto, la culpa la tuvo Gameiro, sublime tras sus tres goles en Gijón. El francés la cogió en el centro del campo y cabalgó hasta la frontal del área germana. Y, una vez allí, se la cedió a Griezmann para que éste hiciera el segundo. Poca renta para lo que podría haber venido después, porque el 'Principito' falló una tercera ocasión delante de Leno antes del descanso.



El Atlético pasó por el rodillo al Leverkusen en la primera mitad, pero se vio sorprendido en la segunda parte. El Bayer, como buen equipo alemán, pasa por ser cabezón. Y, nada más salir del túnel de vestuarios, recortó distancias: Brandt se la puso a Bellarabi dentro del área y éste anotó el primer tanto germano. Y, a partir de ahí, a sufrir. Hasta que el árbitro decidió calmar los ánimos pitando un penalti sobre Gameiro. ¿Y qué hizo el francés? Redondear su partidazo convirtiendo la pena máxima.



Era el minuto 60 y todo indicaba a que el gran chaparrón alemán iba a cesar, pero no fue así. El equipo de Schmidt, incansable, siguió remando en busca de la playa. Y lo cierto es que casi la acaban encontrando. La culpa esta vez fue de Moyá y de Savic. Del primero por despejar mal y del segundo por aparecer en la trayectoria del balón y meter el balón dentro de su portería. Quedaban 20 minutos y el partido se ponía 2-3, así que parece lógico que cualquiera se imagine los nervios de unos y de otros en ese tramo del partido. Sin embargo, antes de que terminara, volvió a aparecer el de siempre. Sí, Fernando Torres. El ‘Niño’, que entró en la segunda mitad, remató de cabeza un buen balón de Vrsaljko y cerró el partido. Y fin de la historia. El Atlético se lleva una buena ventaja al Calderón. Y, a estas alturas, es lo único que importa.