A Fran Carles no se le cayó una pesa en el muslo; se le cayó a la persona que hacía ejercicio a su lado en un gimnasio de Fuengirola. Fue la primera de las insólitas circunstancias que le llevaron a morir tres días después de un fallo orgánico masivo en el hospital San Agustín de su ciudad, Linares. “Vino muerto de Málaga”, se dice en el centro sanitario,  “aquí ya no podíamos hacer nada”. Los médicos de la ciudad rehuyen cualquier conversación ‘on the record’ con la prensa: a la espera de la publicación de la autopsia oficial, sus abogados imponen mutismo sobre un caso bajo secreto de sumario que parece aproximarse a una querella por negligencia si la familia, una vez recibidos todos los documentos del Juzgado, ve elementos de causa penal, como explican sus representantes legales a EL ESPAÑOL. “Si se instruyen diligencias de investigación y la Fiscalía observa indicios, procederemos”, dicen fuentes muy cercanas a la familia de Carles. “Todo esto es muy doloroso, pero la familia necesita justicia y esto no puedo volver a ocurrir”.

Primero Mijas

Después del accidente Fran, de 26 años, fue a las urgencias de un centro de salud en Mijas, donde le dieron antiinflamatorios. “Ni pruebas ni análisis de nada”, como cuenta a este periódico un familiar muy próximo al futbolista fallecido. Pasó un día y se fue esta vez (junto a su novia, Lola) a las urgencias de Fuengirola, donde pasaban las vacaciones previas al inicio de la pretemporada del equipo: había sido de hecho, la proximidad de los primeros entrenamientos lo que le indujo a ir a sacarse un bono en aquel gimnasio próximo al apartamento de alquiler.  “Era exigente al máximo en su trabajo, y esa exigencia le costó la vida. Murió por su Linares, al igual que vivió por él”, escribió su novia el miércoles en una carta publicada en el Diario de Jaén.

Después, Fuengirola

Carles llegó a Fuengirola con vómitos, asegura la familia, pero le dijeron lo mismo que en Mijas: antiinflamatorios y (auto)observación. Se volvieron al apartamento, a estar tranquilos, a ver si mejoraba. Pero el dolor y las molestias no remitían. En aquel momento, 24 horas después del accidente, se había iniciado ya la intoxicación que lo llevaría a ser enterrado entre miles de personas el día 9 en el Parque Ciudad Jardín de Linares, tras un homenaje desgarrado de la afición ‘minera’. Su cuádriceps, extraordinariamente desarrollado por la práctica del fútbol profesional, se había abierto por el golpe: al hematoma resultante iban afluyendo enzimas altamente tóxicas que, eventualmente diseminadas por el riego sanguíneo, inutilizarían los riñones y desencadenarían un fallo orgánico masivo e irreversible.

La única manera de detectar la afección del capitán del Linares hubiera consistido en la realización de una ecografía (que detecta lesiones en tejidos blandos) y un análisis de sangre (más importante aún, para detectar signos de sepsis o intoxicación): un protocolo de actuación habitual en centros de salud, como confirman tres médicos andaluces (entre ellos, dos de atención primaria) a este periódico; especialmente desde que la implantación del gimnasio como modalidad deportiva haya multiplicado las roturas musculares y los casos clínicos en que sólo la diálisis evita la muerte a pacientes con rabdomiolisis, invadidos ya por la sepsis pero todavía a tiempo de ser limpiados por una máquina que reemplaza a los riñones inservibles.

Linares

Los dos centros malagueños mencionados prescindieron de la realización de estas pruebas. Fran Carles, tras volver de su segundo examen rutinario en Fuengirola, se sentía cada vez peor. Al día siguiente la pareja decidió poner fin a sus vacaciones y regresar a Linares para ir a su hospital, el San Agustín, que comparte incluso personal sanitario con su club, el Linares Deportivo. El futbolista predilecto de la ciudad volvía a casa. Acudió al centro médico el día 7 por la tarde, a eso de las ocho. “No estaba mal”, explican a este periódico autoridades médicas provinciales, siempre anónimamente. “Incluso tenía ganas de irse ya a casa”. 

Una residente de traumatología le aplicó hielo, le dio antiinflamatorios y le hizo una radiografía de la pierna (no una ecografía, que detecta los tejidos blandos). Lo que necesitaba el futbolista era un vaciado urgente del hematoma en su cuádriceps y muy probablemente una diálisis preventiva para tratar de salvar la vida (o la vida y los riñones), pero no hubo ecografía ni pruebas analíticas que pudieran alertar a los médicos de lo que se avecinaba en el organismo del desdichado capitán.  Carles y su chica escucharon otra vez la misma cantinela: (auto)observación. Vuelta a casa.

Sólo por unas horas: a medianoche, el jugador adivinó que había “algo muy mal dentro de mí”. Regresaron a San Agustín. Esa vez, la cuarta que atravesaba el umbral de un centro hospitalario andaluz, el personal se dio cuenta de que Fran no estaba bien. “Estaba mareado, aturdido…”, revela una persona que lo sabe. “Mal estado general”. La pierna extraordinariamente hinchada y signos claros de insuficiencia renal. Le abrieron la pierna para sangrarla, pero era tarde. Las analíticas arrojaban cada vez cifras más escandalosas de determinados marcadores. El hígado estaba consumido en una cirrosis metabólica. Los enfermeros se miraban entre sí, al parecer, y encogían los hombros: “¿Qué podemos hacer por este chico?” Hubo lágrimas en la UCI. A los 26 años, de la manera más incomprensible que pueda concebirse, el capitán del Linares moría en el hospital de su tierra, el mismo donde ocho años antes había muerto su padre, la leyenda del club, de otro fallo multiorgánico tras una infección bacteriana. Cuando la forense llegó al tanatorio y examinó los informes de los centros de salud, sólo dijo: “Esto no está nada claro”.

Todo el mundo en Linares opina que la muerte de Carles fue una negligencia. Facultativos, periodistas, familiares y amigos lo repiten en privado, pero la ciudad guarda silencio a la espera del informe de la autopsia (que fue realizada en dependencias judiciales y no el hospital San Agustín). “Estamos destrozados”, repiten continuamente. Aunque autoridades sanitarias consultadas niegan que la sucesión de circunstancias y fatalidades haya sido agravada por la imprudencia del Servicio Andaluz de Salud, cinco profesionales de la medicina que viven y trabajan en Jaén han ofrecido a EL ESPAÑOL (bajo condición de anonimato) una explicación notablemente coincidente de lo ocurrido con un chico que todos describen como “fortísimo”, “un prodigio físico”.

Colapso médico

Uno de ellos estuvo cerca de Fran, una celebridad en Linares, en aquellas horas “imborrables”. Justifica inicialmente la autoridad de sus compañeros malagueños porque en esas situaciones manda “la apreciación o no de gravedad extrema” del profesional: “No se puede hacer un TAC craneal a todo el que viene con un dolor de cabeza”, remata. Informado, sin embargo, de que la familia asegura que no le practicaron las pruebas pertinentes en ninguna de sus tres primeras visitas a centros de salud (Mijas, Fuengirola, Linares), pregunta de nuevo sobre el anonimato de sus palabras y baja la guardia: “La única que sabe lo que pasó de verdad, en efecto, es la novia. Yo le digo que los servicios de urgencias de la costa en verano no aumentan de personal y la población se triplica o cuadriplica… La situación a veces es tremenda, gente que lleva 24 o 48 horas de guardia. A Fran le ocurrió en el peor de los sitios que le podía tocar: médicos contratados en precario, sustituciones. Usted no sabe en qué situación estamos”.

“La urgencia es un caos”, dice un doctor de atención primaria (el mismo tipo de centro de salud adonde acudió Carles las dos primeras veces en Málaga). “El estrés es tremendo… Yo creo que ese montón de casualidades que se encadenaron, verdaderamente increíble, viene de que está mal organizado. Los recortes presupuestarios se notan sobre todo en atención primaria y las urgencias”. Otro médico generalista que trabaja en la provincia de Jaén, con experiencia en lesiones musculares problemáticas, afirma tajantemente que “habría que haber llevado al chico a un hospital enseguida” y critica que no se le hiciese una ecografía en ninguna de las tres primeras consultas. “Después solemos pedir una analítica, por precaución […] Cualquiera de esas pruebas le hubiesen evitado la muerte. Vamos, yo te digo que si fuese Cristiano Ronaldo no estaría muerto”.

“Para que no le pase a otros”

Hay un amigo del padre de Fran, Carles, ‘el Raúl del Linares’ (también excompañero sobre el césped), que rechaza hablar confidencialmente y dice que “es muy raro que no le hayan hecho ninguna prueba en tres sitios… Por mucho dinero que se quiera ahorrar, es imposible que a nadie se le ocurra”. Antonio del Arco, 61 años, fotógrafo y periodista ‘amateur’ desde que se jubiló, asegura que “la familia debería denunciar el caso ante la Justicia y aclarar la muerte de un chico tan joven. Para prevenir, sobre todo, otros casos desaparecidos”.

El ambiente de congoja en Linares no desaparece, y la palabra “discreción” está por todas partes. La Justicia está investigando, el Servicio de Salud está investigando, la familia trata de elaborar el duelo. La madre y la novia, dicen parientes cercanos, “no pueden ni hablar”. La residente que atendió al jugador en San Agustín la primera vez, según han dicho a este periódico fuentes fidedignas, está de baja. La sensación de fatalidad ha paralizado a una localidad con un 42% de paro volcada en el fútbol: ocho años después de la muerte de Carles padre, el también capitán ‘minero’ (dorsal 8 del equipo) muere un 8 de julio. El familiar muy próximo de Fran anteriormente mencionado se pasa el día llorando, cuenta, y dice entender que los abogados esperen a tener toda la información, a que se publique la autopsia, a que la novia se recupere y cuente lo que vio. “Esperaremos a que esté toda la información”. Pero insiste en que es cuestión de días. “A Fran, por desgracia, no nos lo van a devolver. Pero al menos que no le pase a otro”.

Noticias relacionadas