Madrid

¿Qué le pasa al Real Madrid últimamente cuando juega en casa en la Euroliga? Difícil saberlo. Curioso que los síntomas de pesadez, de dejadez en varios minutos, se hayan repetido contra Galatasaray, Panathinaikos, Unics Kazan y Zalgiris Kaunas.

No sorprende que los griegos diesen guerra. Sí lo hace algo más que lo consiguieran turcos, rusos y lituanos, por mucho que los últimos viniesen de ganar tres de sus últimos cuatro partidos europeos.

Lo que demuestra que, por mucho que quien te visite mire más hacia abajo que hacia arriba en la clasificación, el Viejo Continente baloncestístico es otra historia. Y, a pesar de tener bien claro que no hay enemigo pequeño, al equipo de Laso le cuesta carburar en su pabellón cuando toca duelo continental.

¿Horario demasiado tardío (21:00)? ¿Hay partidos y PARTIDOS? ¿Afecta el desaguisado del marcador del Palacio, ya todo un clásico esta temporada europea? ¿A veces tira más la serie, la cena o el ratito íntimo de después? ¿Que Llull no juegue sí se nota en el escenario continental? Quién lo sabe. Meritorio pues que el Madrid se levante de apagones tan excepcionales en sus hombres y que se lleve estos partidos de sensaciones propias tan rarunas y voluntades ajenas tan competitivas (Narración y estadísticas: 96-91).

Porque resulta algo bastante atípico que los blancos se pasen casi toda una primera parte habiendo anotado sólo un triple. Al final, fueron cinco, y bastante seguidos, pero anda que no costó quitarle las telarañas a la línea del 6,75. Carroll cantó 'bingo' nada más producirse el salto inicial y sus compañeros se tuvieron que conformar con meras líneas hasta que Randolph, Nocioni y Maciulis entraron en escena en el segundo cuarto [claro que Sergio Llull no jugó el partido].

Nada que ver con lo que le sucedía al Zalgiris, liderado por un Pangos excelso precisamente por su acierto exterior. Con la ayuda de Milaknis, Motum y Ulanovas, los lituanos sustentaron con hechos su buena racha reciente en esta Euroliga.

Mientras intentaba recordar cómo anotar de tres y, sobre todo, cómo defender, el Madrid aguantó el envite por mediación de su juego interior. Como parece que a Felipe Reyes se le da especialmente bien el Zalgiris, sus compañeros no pararon de buscarle bajo tableros. Y el capitán respondió a la llamada, como suele pasar. Ayón también descolgó el teléfono en la zona, con Hunter dando los relevos oportunos. Pero el Madrid iba y venía, sin rumbo demasiado fijo. Nadie lo iba a reconocer, pero la ausencia de Llull, al contrario que en la ACB, sí tenía trascendencia en esta ocasión.

Menos mal que el Madrid tiene un arma secreta cada vez que juega contra el Zalgiris: Jonas Maciulis. Alguien que conoce al dedillo las tretas de uno de sus ex equipos y a varios de sus integrantes, buenos amigos y compatriotas suyos. En la capital española no puede ser tan protagonista como con la selección lituana, pero el alero báltico también sabe destacar aun cuando los focos no se centran en él. Es consciente de cuándo debe tirar del carro en ataque. Y a ver quién le saca de su zona de confort cuando la encuentra.

Del mar Báltico a los Balcanes, porque Luka Doncic no deja de progresar. Otro que, si se desmelena, coge la manija del Madrid y no la suelta. Lo demostró ante el Fuenlabrada el pasado domingo y volvió a rezumar madurez a la hora de que los suyos rompiesen el partido que nos ocupa. Maldita sea, hay que tener mucha sangre fría para anotar triples decisivos a falta de minuto y medio para el final, de segundos para el bocinazo, siendo menor de edad. Aunque, más allá de méritos individuales, el Madrid volvió a su ser a partir del colectivo. Porque la defensa fue lo que verdaderamente acabó maniatando a un Zalgiris capaz de volver al partido a mediados de la segunda parte y de hacer sudar a los locales hasta última instancia. Con victoria parcial incluida cuando el balón más quemaba, Jankunas y Motum vestidos de héroes y ningún atisbo de tembleque, los rebotes ofensivos de los instantes decisivos valieron su peso en oro. 

Al final, la imagen anecdótica del partido (Leo Westermann, que puso a tres a los suyos a 12 segundos de terminar, prestándole una toalla a Felipe Reyes para que éste se secase el sudor) lo resumió todo: el pequeño, aunque rebelde, acabó sometiéndose al grande. Eso sí, a buen seguro que a Pablo Laso no le gustarán nada estas desconexiones europeas en casa. Por mucho que suelan acabar en victoria...pidiendo la hora.

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