Madrid

Hay costumbres prácticamente intrínsecas a las mañanas de los domingos. Unos, más juerguistas, deciden aprovecharlas para dormir la mona de la bacanal del sábado noche. Otros, más devotos, prefieren emplearlas para cumplir sus votos con Dios yendo a misa. En el término medio, donde está la virtud, se encuentran aquellos que emplean la matinal dominguera para tomar el vermú con la familia: una caña, una ración de calamares, otra de bravas, disfrutar del aire libre en una terraza de bar cualquiera (más recomendable con buen tiempo, claro)… Sin embargo, los hay que, normalmente cada dos domingos, deciden presentarse en el Palacio de los Deportes madrileño para ver jugar al Real Madrid de baloncesto. Y, casi siempre, a las 12:30 del mediodía. Hombres o mujeres, jóvenes o viejos, solos o acompañados, con o sin niños, los fieles del equipo de Laso casi nunca se van defraudados de su cita habitual con la canasta. Si les toca ver a su equipo jugar en casa dos fines de semana seguidos en liga, mejor que mejor. Y si encima los suyos ganan, y lo hacen bien, como contra el Fuenlabrada, la ecuación todavía es más redonda (Narración y estadísticas: 92-76).

Hablando de domingos, menudo fue el de Luka Doncic. Muchas veces se nos olvida que tiene tan sólo 17 años. Que podría pasarse la mañana del último día de la semana durmiendo, viendo la tele o jugando a la Play, sobre todo al Call of Duty que tanto le gusta. Incluso que, como júnior que es, podría continuar jugando con los chavales de su edad. Que la EBA podría ser su liga en estos precisos momentos. Pero la realidad del jugador esloveno es otra muy distinta. Partido a partido, se gana ser un miembro del primer equipo del Real Madrid con todas las de la ley. Con cada penetración, triple, asistencia, mate, alley-oop o rebote que consigue, aparenta cada vez más y más edad. Porque la madurez baloncestística de este base, alero o lo que él se sienta en la cancha, porque prácticamente puede jugar de lo que quiera, sigue sin tener límites.

A otros se les podría subir el éxito a la cabeza. A Luka no. Y eso que ya protagoniza imágenes más dignas de la NBA que le espera en un futuro que de la ACB que le disfruta ahora. Un ejemplo: segundo cuarto, balón que sale de la pista y que parece prácticamente perdido. Pues bien, Doncic se tira a por él con toda su fuerza de voluntad y lo devuelve a la cancha antes de que sea demasiado tarde. No le importa que sus huesos acaben empotrados en una de las sillas a pie de pista del pabellón. El fin justifica los medios. Será joven, pero ya sabe lo que tiene que saber todo buen jugador de baloncesto que se precie: cada pelota es oro.

Pero este Real Madrid no es sólo Luka Doncic. Sería inhumano, por muy maduro que parezca, dejarle toda la responsabilidad al chaval. Demasiada estrella como para no secundar al benjamín en uno de sus días más lúcidos. Ahí estuvo Carroll para tener sus tradicionales minutos explosivos del segundo cuarto, ese que tanto parece gustarle. O Ayón, Reyes y Hunter, sólidos en la zona. También Rudy Fernández, que sigue muy cómodo en su nueva faceta pasadora y al que no se le ha olvidado lo de meter triples. Y Maciulis, cumpliendo siempre en las labores de intendencia. ¿Cuál fue la mejor noticia? Que Llull apenas tuvo que hacer acto de presencia en el encuentro, mientras sus compañeros se gustaban desde el minuto uno hasta el 40.

Porque, sí, el Fuenlabrada ya había perdido al minuto y medio de arrancar el duelo (7-0 de salida para el Madrid). Sólo hubo un color preponderante: el blanco. Muy pocas noticias del vecino madrileño, triste pero cierto: algo de mordiente de Xavi Rey por dentro, leve amenaza exterior de Wear y Llorca, minutos de peso de Sekulic y Rupnik y para de contar. Cuando a un lado hay un catamarán y al otro un trasatlántico, raro es el día que se puede competir. Y más ante la enésima demostración de que Luka Doncic ya está aquí. Sí, de verdad, escépticos, créanlo. La promesa ya es toda una realidad y sólo queda disfrutarle lo máximo posible mientras juegue en España. Porque se irá y entonces, sólo entonces, seremos conscientes al ciento por ciento de por qué es un fuera de serie. Y, por supuesto, los que menos creían en él serán los que más lloren su ausencia en los tiempos venideros. Por eso, la consigna con Doncic es clara: carpe diem, porque si parpadean, como decía aquél, se lo van a perder.

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