Vitoria (enviado especial)

La temporada en la que el Real Madrid disputó más partidos que nunca (83), y quizá también una de las más sufridas de su historia, sólo podía tener un final feliz. Pablo Laso ya lo avisó tras clasificarse para la Final Four de la Euroliga: a partir de entonces, vendrían cosas buenas. Y tenía razón. En mayo cayó la Copa de Europa y este martes la ACB, ante un dignísimo Baskonia y, el más difícil todavía, en Vitoria. Esta vez no hubo triple de Herreros, como en 2005, pero sí unos cuantos de Rudy Fernández. Así que levantar la copa supo, con el 3-1 decisivo en la final, tan bien como entonces. Porque vaya duelo por el título. Qué espectáculo, qué dos equipos y qué pena que sólo pudiese quedar uno [Narración y estadísticas: 85-96].

Se juntaron el hambre baskonista con las ganas de comer de los blancos. Y de esa mezcla salió, otra vez, un partido memorable. Que volvió a tenerlo todo y a ser el mejor escaparate posible para la Liga Endesa. En primera instancia, una buena dosis de carácter local. Eso que nunca falte. Con el mejor Shengelia de la eliminatoria y las muñecas calientes de Timma y Janning, la dinámica de los partidos anteriores se repitió en el cuarto: buen comienzo vitoriano, cierta frialdad entre los madridistas.

La máxima del Baskonia (21-14) provocó el despertar del Madrid. Algo que también se ha visto a lo largo de los otros encuentros de estos días. Carroll fue el primero en enchufarse. Después, fue el turno de Thompkins. Pero, sobre todo, de un Rudy Fernández que, definitivamente, ha vuelto. Con 17 puntos tan sólo en el segundo cuarto (27 finales, MVP del playoff final) y un desempeño magistral desde el triple (6/9), el balear demostró que se ha ganado a pulso esa renovación suya ya confirmada. Poco a poco, la actitud defensiva de los visitantes también subió hasta niveles hiperactivos.

De repente, el +7 favorable era para el Madrid, que alcanzó un +8 preocupante para su rival a punto de finalizar el tercer cuarto. Campazzo también se animaba en cierta medida y Ayón realizaba un trabajo imprescindible bajo tableros. Parecía haber algo más de solidez en las filas blancas. Precisamente, por la mayor eficiencia defensiva de los hombres de Laso. Y, sin embargo, el Baskonia se negaba a rendirse hasta las últimas consecuencias.

Shengelia seguía dispuesto a reivindicarse, con acierto en ataque y mucha dureza atrás. Los ánimos estaban caldeados, como bien se pudo comprobar en un rifirrafe entre el georgiano, Reyes y Tavares. La grada se caía (para variar en el Buesa Arena) y los 'hirukoas' (triple en vasco) no dejaban de entrar. Si no los metía Marcelinho Huertas, lo hacía Timma. O Janning, claro. Y ahí estaba Beaubois para ser el referente anotador de los vascos.

Pero el Madrid no quería un quinto partido. De ninguna manera, ni aunque se disputase en su campo. Sergio Llull puso el +10 desde el 6,75 ya en pleno último cuarto, Rudy continúo con su exhibición triplista para colocar un +11 esperanzador y las mejores sensaciones blancas se confirmaron: el alirón estaba cerca. Sin embargo, no había manera de apaciguar al carnero baskonista. Voigtmann y Beaubois llegaron a colocar a los suyos tres abajo a falta de casi tres minutos para el bocinazo. Pero Doncic, en la que ya es su última acción memorable en Europa, puso fin a la aventura local con un triple al borde del final de posesión.

La 34ª Liga de su historia pone fin a una temporada increíble para el Madrid. Y que quizá está en condiciones de igualar e incluso superar el recuerdo de aquella campaña 2014-2015 en la que se ganó todo lo habido y por haber. El continuo triunfo contra la adversidad que han protagonizado Laso, sus jugadores y todo el staff del equipo blanco este curso no debe caer en saco roto. Tras un esfuerzo tan sobrehumano, la recompensa no ha podido ser mayor. Y la gloria, desde luego, sabe mejor cuando no has parado de caer y de levantarte después para alcanzarla.

Muchos pensaron que este equipo sería muy vulnerable sin Llull. Que quizá Doncic era demasiado joven para ser el principal referente de este Madrid. Que Campazzo no iba a brillar como en el UCAM Murcia. Que Felipe Reyes ya tenía una edad. Que Rudy Fernández no iba a volver a ser el que fue. Que Thompkins y Taylor, esta vez sí, sucumbirían.

También se llegó a creer que las demás lesiones de entidad que acontecieron poco a poco (Kuzmic, Randolph, Ayón, Campazzo más tarde) serían matadoras. Que Carroll y Causeur no decidirían partidos. Que a Tavares le costaría readaptarse al baloncesto europeo. Que los jóvenes Yusta y Radoncic no contarían en absoluto para Laso. Que el fichaje de Randle era inexplicable. Que los lesionados no volverían a pleno rendimiento.

Sin embargo, ninguna de estas premisas se cumplió. Todos (en mayor o menor medida) cumplieron en un momento dado y el Madrid se mantuvo entre el notable y el sobresaliente todo el año. Dominó de forma abrumadora la liga regular de la ACB y siempre respondió cuando tocaba en la de la Euroliga. Apenas hubo partidos en los que la imagen del equipo no estuviera a la altura de las circunstancias.

Ni siquiera la derrota ante el Panathinaikos en el primer encuentro de los playoffs europeos, el peor día de la temporada con diferencia, sentó un precedente negativo. Al contrario: desató la competitividad extrema del equipo en su máxima expresión. Eliminar a los griegos y ganar después la Final Four europea en Belgrado, con la bendición del favoritismo de lado del CSKA y el Fenerbahçe, supuso el momento culmen de la temporada.

Pero la conquista de la décima Euroliga de su historia no frenó al Madrid. Ni mucho menos. Contó sus derrotas en las eliminatorias por el título de la ACB de igual manera que en el escenario europeo: tan sólo un encuentro cedido, el primero de esta final ante el Baskonia. Aunque lo más importante de todo fue la reivindicación de lo que significa un equipo, en su máxima expresión, partido tras partido.

Cuando todos se sienten importantes, cuando hay vida más allá de Llull y Doncic, cuando el protagonismo está tan bien repartido y los egos son uno solo, el trabajo está muy bien hecho. Y el doblete, por esta lección de lo que debe ser un colectivo a todos los niveles, es de justicia.