Vitoria (enviado especial)

Toda la Galia que resultó ser el Fernando Buesa Arena este domingo estaba ocupada por la legión de seguidores del Baskonia. ¿Toda? No. Un grupo de irreductibles jugadores de baloncesto (y de aficionados suyos) resistió la calidad de todo un equipo. Y de una de las mayores y mejores aficiones de España y del continente europeo. Tanto aguantó el Real Madrid, tanto supo volver cuando otros nunca habrían encontrado el camino de regreso, que, premio, triunfó. Para volver a quedarse con el factor cancha en la final de la ACB y colocar un 2-1 engañoso a su favor en la serie. Porque esto, o eso parece, dista mucho de ser definitivo [Narración y estadísticas: 78-83].

Tanto el Madrid como el Baskonia se han tenido que acostumbrar a las idas y venidas en esta final. Es lo que toca: una igualdad casi extrema e imperante durante la práctica totalidad de la serie (excepto en la segunda parte del pasado viernes). Los dos finalistas lo son de forma tan merecida y tienen tal fondo de armario que el espectáculo baloncestístico está a un nivel altísimo. Con tal rendimiento de unos y otros, es imposible descartar que haya quinto encuentro.

Se podría decir que el Madrid ha aprendido de la derrota liguera, también ante Pedro Martínez (por aquel entonces entrenador del Valencia Basket), de 2017. Los hombres de Pablo Laso se desinflaban sin remedio cada vez que su adversario dominaba el marcador y las sensaciones el año pasado. Cosa que no hace, y mira que su presente rival se lo pone difícil, este curso. Es harto complicado caer y levantarse ante las continuas embestidas del carnero baskonista, pero los blancos lo hacen. Y de qué manera.

Al campeón de Europa no le asusta jugar ante 15.512 espectadores. Es decir, ante la mejor asistencia de la historia de un duelo de playoffs de la ACB y segunda más alta de la competición a nivel global. Ni siquiera cuando esta afluencia parece multiplicarse por dos (o por mil) en Vitoria. Allí donde la gente sabe crear un ambiente propicio para el miedo, para el infierno, en todo momento. También justo antes de arrancar el último cuarto, cuando la afición se levanta, en cuerpo y alma, para animar a su Baskonia con más fuerza (si cabe) que en los minutos anteriores. Y como los parroquianos se pongan a botar, el suelo del Buesa Arena se echa a temblar. Literal.

Pero los jugadores del Madrid supieron sobreponerse a esas condiciones externas tan desfavorables. Porque, además, hubo pitos. Y de los ensordecedores. Y, en lo deportivo, momentos excelsos del Baskonia. Como durante el comienzo del encuentro, cuando los locales borraron del mapa a sus pares. Ocurrió lo mismo en el primer tramo del último cuarto. La máxima renta baskonista fue la misma antes y después: nueve puntos. La sensación de que a los visitantes se les escapaba el partido también acompañó en ambos momentos críticos

Primero, el 8-0 de salida del Baskonia, que llegó a ser un 14-5 más tarde. Entre la contundencia interior de Poirier y el traje de killer que Vildoza lucía con orgullo, el Madrid no se encontraba. Beaubois tampoco se cortó un pelo en el que fue su mejor partido de lo que va de eliminatoria. Fue Carroll, quizá en un momento de premonición, quien abrió el marcador visitante. Y Rudy, ya en el segundo cuarto, quien dio la primera ventaja del encuentro a los suyos. Otro apunte a recordar más tarde.

Thompkins y Campazzo se unieron a la nómina de héroes madridistas antes del descanso. En esos momentos, Luka Doncic empezó a entrar en calor. Comenzaba a gestarse su actuación más arrebatadora de toda la final. Nadie se la iba a arruinar. Y mira que en el Baskonia hubo ganas de lograrlo. No sólo por los ya mencionados, puesto que Shengelia y Janning fueron otros que no tardaron en aparecer. Aunque, poco a poco, los irreductibles aficionados del Madrid (y su irreductible equipo) fueron haciéndose oír en un Buesa hostil. Otra buena señal.

A los hinchas de la capital no se les escuchaba cuando empezó la segunda parte. Tardaron en animarse, porque hubo un 51-42 en contra muy desalentador en el electrónico. Fabricado entre Beaubois y Shengelia. Segundo momento comprometido para el equipo de Laso. Y solventado. Doncic se hizo cargo de la situación a lo grande. Rudy Fernández y Jaycee Carroll no tardaron en ofrecerse como escuderos. Thompkins no se quedó corto. Ni Tavares, determinante cuando más falta hacía que al Baskonia se le hiciese de noche en ataque.

Ya en la recta final, este quinteto de la salvación dejó a los locales sin respuesta. Pero no sin empuje. Algo que aseguraron Marcelinho Huertas, Voigtmann (que pudo volver a la final tras lesionarse en el segundo partido), Janning, Shengelia, Beaubois… Otro quinteto magistral donde los haya. Aunque al final no hubiese hombrada. El frenesí anotador de Carroll y Doncic fue demasiado arrollador en última instancia. Pero que nadie se equivoque: aún queda mucha final. Y puede que hasta un quinto partido.