Las primeras páginas de Osos, átomos y espías (Principal) dan buena cuenta de la fascinación de Pere Cardona por las historias de espías. Aquellos hombres y mujeres que surgían del frío en las novelas de le Carré, intercambiaban mensajes en clave en puentes que dividían mundos y decidían con un solo encuentro el destino de naciones.

El espionaje se convirtió en la moneda de cambio de la Guerra Fría a lo largo de cuatro décadas. Un conflicto que dejó toda una saga de anécdotas y episodios que van desde la curiosidad a la perplejidad del lector. Un trabajo de investigación que huye de los lugares comunes de la versión oficial, desgranando los titulares de una época convulsa, por momentos histriónica, del choque de dos bloques enfrentados durante 44 años.

Las páginas de Osos, átomos y espías se completan con las historias de Alejandra Suárez, hija de Alexandr Ogoródnik, el doble espía de la KGB/CIA que colaboró con Henry Kissinger; o Mary Ellen Donovan, hija de James Donovan, uno de los fiscales estadounidenses durante los Juicios de Nuremberg y el protagonista involuntario de uno de los atentados a Fidel Castro

Portada de 'Osos, átomos y espías' de Pere Cardona. Principal

Cardona, escritor y divulgador histórico, recupera historias como la de los osos que sirvieron de sujetos de prueba para Estados Unidos; o cómo un playboy consiguió robar un misil y transportarlo en el maletero de su deportivo; dándole una perspectiva personal y directa con los testimonios de familiares y amigos cercanos a sus protagonistas. 

Osos y catapultas

En diciembre de 2012, la revista de divulgación científica e histórica Live Science publicó un artículo sobre las pruebas que la fuerza aérea estadounidense llevó a cabo, a principios de la década de los años 50, durante el diseño y desarrollo de los B-58, el primer bombardero ultrasónico. Estas aeronaves se inventaron con el propósito de lanzar bombas atómicas en territorio soviético, antes de que se inventasen los misiles intercontinentales.

Estos poderosos cazas necesitaban un sistema de eyección que pudiese poner a salvo a los pilotos que perdiesen el control o fuesen derribados, pero su diseño tenía algunos fallos. La velocidad y altitud a la que se exponían hacía imposible que el salto se hiciese sin la ayuda de un sistema de seguridad completo. El objetivo era crear una cámara hermética eyectable que les sacase rápidamente de la aeronave y resistiese el impacto del golpe. 

Detalle de uno de los vídeos que la Inteligencia de EEUU realizó durante las pruebas con osos. Youtube

Durante las primeras pruebas uno de estos bombarderos saltó por los aires, matando a todos la flota que iba a bordo del avión a pesar de contar ya con un completo sistema de seguridad. Los ingenieros descartaron seguir probando el invento con seres humanos a fin de evitar más víctimas mortales. La solución fue introducir osos grizzly —previamente sedados— similares a la altura y constitución de los pilotos y catapultarlos desde diferentes alturas para probar la eficacia del sistema. Ningún animal murió, aunque todos presentaron heridas diversas: huesos rotos, lesiones musculares e internas. 

Esta anécdota prendió la mecha de la investigación de Cardona, ahondando en cuanta información había sido ignorada en otras publicaciones sobre la Guerra Fría, siguiendo el hilo de las investigaciones que habrían de marcar el futuro de la carrera armamentística entre ambas naciones

Un misil atascado

A finales de los años 50, Estados Unidos se lanzó a la investigación del AIM-9 Sidewinder, un misil aire-aire con un sistema de infrarrojos que permitía cambiar su trayectoria para alcanzar objetivos enemigos. La tecnología provenía de las investigaciones que los nazis desarrollaron durante la Segunda Guerra Mundial. Un artefacto alemán recuperado durante los últimos días de la contienda le dio la clave a los científicos estadounidenses para el desarrollo de un arma que les puso en la delantera de la conquista del espacio aéreo, aunque por poco tiempo. 

El 24 de septiembre de 1958, diez cazas soviéticos sucumbieron a los Sidewinders sobre el estrecho de Formosa. Uno de los pilotos chinos consiguió volver a base con uno de los misiles atravesado en la estructura de su avión. El 'souvenir' norteamericano permitió comenzar con un proceso de investigación que cambiaría las tornas del conflicto en los años siguientes, modernizando la tecnología balística de los soviéticos. 

Un misil Sidewinder en acción durante unas pruebas. Wikimedia Commons

La última clave para obtener el resto de planos y detalles que permitiría replicar dichos sistemas de navegación llegaría de la mano del coronel Stig Wennerström, responsable de la Fuerza Aérea Sueca. Su relación con el rey Gustavo VI le convertía en el aliado perfecto para llevar a cabo labores de espionaje en las más altas esferas. Sin embargo, Wennerström también mostró una desinhibición total a la hora de recavar información, ignorando el perfil bajo que le exigían sus superiores y exponiendo a colaboradores y agentes allá donde iba. 

Aún así consiguió llegar hasta Washington D. C. y recuperar los datos sobre misiles balísticos que Estados Unidos desarrollaba en ese momento. Ya jubilado, en 1961, su ama de llaves descubrió varios microfilms en su domicilio, delatándole a los servicios secretos estadounidenses e ingleses que le condenaron por alta traición

Playboy a la fuga 

Manfred Ramminger fue un personaje atípico incluso dentro de un mundo marcado por los caracteres de este tipo. Arquitecto, playboy y piloto de carreras, Ramminger fue contactado por los servicios secretos soviéticos para robar un AIM-9 Sidewinder de la base de Neuburg, donde servía otro espía de los rusos, el piloto Wolf-Diethard Knoppe

El 26 de abril de 1967, Knoppe y Josef Linowski —un cerrajero judío, superviviente de un campo de exterminio nazi— se introdujeron en la base aérea. Aprovechando la niebla y la poca visibilidad transportaron uno de los misiles en una carretilla hasta la valla donde esperaba Ramminger. Cuando se dispusieron a cargar el preciado botín en el coche de este último se dieron cuenta de que los tres metros de envergadura del artefacto no cabían en el maletero del Mercedes 300 del arquitecto alemán.

Sin dudarlo un solo segundo, rompieron la ventanilla trasera y rodearon la parte posterior del misil con un pañuelo rojo, como dictaban las normas de seguridad vial, emprendiendo la huida con parte del arma sobresaliendo. Ya en Krefeld, a 500 kilómetros de la base, desmontaron el artefacto y lo enviaron a Moscú en correo ordinario, pagando los portes y gastos de envío, como si de un paquete normal se tratase. Para cuando los estadounidenses se quisieron dar cuenta la caja estaba ya en territorio soviético. 

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