Era un espectáculo admirable y sorprendente, en el que la perfección con la que se movían las figuras concentraba toda la atención del selecto grupo de personas que se reunía. El detalle se cuidaba hasta el extremo para que no se prescindiera del más leve detalle. Son las palabras con las que describe la prensa malagueña del siglo XIX un hito sin precedentes hasta aquel entonces en la ciudad: la llegada del cine a la capital.

Aunque la obra que allí se proyectó seguramente no hubiera emocionado a Steven Spielberg, su historia y sus orígenes sí que podrían sorprender al conocido director estadounidense. Al séptimo arte se le había puesto fecha de nacimiento el 28 de diciembre de 1895, cuando los hermanos Lumière dieron con la tecla para cimentar esta disciplina.

Para que se implantara en España hubo que esperar unos meses. El 15 de mayo de 1896, gracias a Alexander Promio, "el operador nómada" de los hermanos Lumière, se inauguró en Madrid un cine con el nombre de sus inventores. Después del verano, este invento pionero ya estaba en Málaga.

María Pepa Lara García, en La historia del cine en Málaga, relata que después de ese verano, entre el 3 y el 15 de septiembre de 1896, se inauguró en la planta baja del hotel Victoria (número 9 de la calle Larios) el Kinetógrafo Werner.

Esta máquina, que podría considerarse como una protocámara fotográfica, fue creada a principios de los 90 del XIX y patentada por Thomas Edison. Por el precio de una peseta, que acabó reduciéndose a la mitad, los asistentes podían disfrutar una serie de cuadros que, en la actualidad, forman parte de la historia más primitiva de la fotografía en movimiento.

Gracias a un antiguo programa conservado, se conoce que durante los 12 días en los que estuvo instalado se proyectaron obras como Un paseo en el mar, La plaza de la Ópera en París, Boxeadores (color), Salida de los empleados del Printemps de París, Barcos en el Sene, Los segadores, Batalla de flores en el Bosque de Bolonia, El fotógrafo, Llegada de un tren a la estación y Las pescadores (color).

Ya se avisaba de que dos de estos "cuadros" se emitirían a color. Abría todos los días, a partir de las siete "de la noche" en adelante, con sesiones cada media hora. Estas proyecciones itinerantes, que visitaban las ciudades iguales que otros espectáculos como el circo, contaban con la atención constante de la prensa.

De hecho, desde el mes de agosto ya aparecieron artículos promocionándolo en el periódico La unión mercantil. El diario alertaba de que pronto se exhibiría en la capital "el maravilloso" aparato con el que "se obtiene la reproducción de fotografía animada". Hablaban de "éxito colosal alcanzado en las principales problaciones del mundo", algo de lo que darían fe los espectadores en un futuro reciente. 

Esta primera sesión se celebró el 2 de septiembre. Una proyección privada para un grupo selecto ("un reducido número de amigos") que lo catalogaron de "admirable y sorprendente" por la perfección con la que se movían las figuras: "Sin que se prescinda del más leve detalle", subrayaban. "El cuadro de la llegada del tren a la estación, el de la siega, la dama en su tocado, y en suma, todos ellos, acusan una conquista de la ciencia, de útil y agradable aplicación".

La presentación pública tuvo lugar un día después. Las crónicas existentes hablan de "un paso gigantesco de la ciencia, digno de fijar la atención de las personas de elevada cultura, como de las que ajenas a la ciencia, siguen en sus movimientos cuanto supone una expresión del progreso".

Asistieron al elegante salón de la calle del Marques de Larios el gobernador, el alcalde accidental, el director del Instituto y representantes de la prensa. Así explicaron el mecanismo empleado por el kinetógrafo: "El principio científico de la exhibición consiste en la persistencia de las imágenes en la retina del observador. Como aquellas permanecen en la misma retina una décima de segundo, se obtiene la superposición de las imágenes haciendo que estas impresionen la vista con intervalos menores de una décima de segundo. (...) pasan ante el espectador de novecientas a mil imágenes, que hacen el efecto de una sola. El resultado fue admirable y así lo demostraron con repetidos aplausos las personas invitadas a la inauguración".

Pese a todos los halagos que recibió, también tuvo que lidiar con algunos problemas técnicos, teniendo que llevarse a cabo varias correcciones para intentar que cesaran los movimientos de los cuadros, algo que resultaba "verdaderamente notable"

Pero igual que llegó, se acabó marchando. El 15 de septiembre el kinetógrafo Werner se despedía de la ciudad como consecuencia de los "compromisos contraídos". Eso sí, prometiendo volver con una importante colección de nuevas obras para arrancar los aplausos de los malagueños, que decían adiós a los últimos años del siglo XIX dándole la bienvenida al cine. 

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