Manuel Vilas es uno de nuestros mejores poetas vivos -apunten El hundimiento (Visor)-, aunque dio el salto al gran público con la novela Ordesa (Alfaguara), indiscutible libro del año 2018, radical éxito editorial donde tejía una de sus obsesiones más profundas: la relación entre padres e hijos.

En 2019 quedó finalista del Premio Planeta con Alegría, la historia de un hombre frágil, temeroso, que pende de la vida, pero que en realidad se agarra a ella con infinito ahínco: eso es porque la ama, aunque no pueda comprenderlaEso es porque está aprendiendo a oler la alegría que hay debajo de todas las cosas: un entusiasmo tintineante, un revulsivo químico, una ternura bestial que le ata a esto y a aquello. Lo que hoy nos falta, lo que se nos va desgastando con los días, ¿les suena?: así la reconocemos.

Vilas dice que, en plena pandemia, lo que más le desasosiega es ver a la gente con pánico en los supermercados. Y el hecho de que nos enfrentamos a un enemigo invisible: "Para el ser humano, lo infinitamente pequeño sigue siendo algo que no entiende, por mucho que nos lo expliquen los epidemiólogos y biólogos. Yo sigo teniendo incredulidad hacia lo invisible. Me podría inventar otra caracterización del bicho", dice, con cierta amargura. 

"Pero me exigen un acto de fe. Esta amenaza intangible no es el agua, el fuego o el viento. La ciencia me exige un acto de fe y los actos de fe, a los no creyentes, nos ponen muy nerviosos", chasquea. Charlamos con el autor sobre los tentáculos del Covid-19: ética, cultura, libertad y responsabilidad individual. 

¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro? ¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?

He aprendido algo que puse en un tuit: que la vida es quedar a comer en una terraza, con un amigo, perderte en una calle desconocida, tomar el sol, ir de librerías o coger un tren. Y cuando la vida regrese, le pediremos menos cosas. Nos vamos a dar cuenta de que la vida es ir de tiendas, meterte en un restaurante, en un cine, ir al teatro, pasear, tomar un café… esas cosas mínimas eran grandes cosas y la gente las va a redescubrir. Vamos a encontrarnos con las poderosas fuerzas de la vida que estaban ahí todo el rato.

¿Cuál es el pensamiento más extraño que le ha asaltado estos días?

Son días de diálogo con uno mismo, pero tampoco hay nada nuevo en la idea del encierro. Lo han utilizado los místicos, lo utiliza la clausura… no es un procedimiento ajeno al ser humano, no es contemporáneo. La clausura y los místicos han utilizado el apartamiento del mundo, el encerrarse en una habitación, la idea de no ver absolutamente a nadie… como fundamento de un crecimiento personal. Eso es del siglo XVI español, pero hoy nos resulta inédito.

Creo que existe un pensamiento escondido y secreto que llevamos en la cabeza, y es la idea de que esto se pueda prolongar en el tiempo y dé origen a otro tipo de mapa social, a otro tipo de estructura social. Eso es lo más inquietante. Nadie lo verbaliza pero de alguna forma recóndita esa posibilidad existe en el inconsciente. Hay un pacto de no exteriorizarlo, un pacto de “esto también pasará”. Ese mantra lo estamos manteniendo, pero nadie nos lo puede garantizar. Garantías no hay. No está claro cuándo va a terminar esto. Es una postura de gran pesimismo asumir esto, pero el ser humano siempre se pone en lo peor, es una de nuestras formas de procesar la inteligencia, y es supervivencia pura.

¿Qué es el mundo interior, cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo?

Bueno, ahora toda esta oferta brutal que hay en internet… esa oferta tan exagerada tiene algo de banal. No lo acabo de ver. Que la gente pueda ver películas maravillosas gratis está muy bien pero está un poco adocenado todo eso. La cultura es una búsqueda de cada uno, sobre todo ahora que nos enfrentamos a algo que nadie sabe qué es.

“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra concepción del tiempo, del trabajo y del placer?

Cuando esto termine, la gente va a reencontrarse con la vida. Eso va a ser la mejor parte de todo esto. Y la gente va a tener una relación más sana con la vida y con el trabajo: puede darse una concepción más moderna de la vida, donde la obsesión por el trabajo se frene un poco. Creo que vamos a salir de ésta muy cambiados, por lo menos un tiempo. El capitalismo volverá a atizar como siempre, pero la memoria de fondo de esto la vamos a tener presente. Por otra parte, va a haber una crisis económica brutal cuando esto termine. Devastadora. No hay alternativa al capitalismo: vamos a terminar esto y no va a haber alterativa al sistema económico del que procedemos. Se tratará de reanimar y resucitar el sistema que conocíamos, porque habrá muerto. Sólo tenemos eso: un cadáver al que reanimar, ¿qué hacemos? Resucitarlo para poder seguir comprando pizzas, y zapatos, y libros, y poder seguir teniendo un piso… a ver qué pasa.

Esta crisis, ¿le ha vuelto más humanista o más misántropo?

Una mezcla de los dos, al 50%. Yo tengo recursos. Tengo libros, películas, amigos. Sobre todo, los que tenemos los libros… conocemos del auxilio de la cultura y sabemos que funciona. En ese sentido estamos un poco protegidos. Hay una forma de vida en los libros, pero eso no lo sabe todo el mundo.

Decía Blaise Pascal: “Todos los males derivan de una sola causa: nuestra incapacidad de quedarnos quietos en una habitación”. ¿Está de acuerdo? ¿Encerrados sacamos lo peor -la verdad- de nosotros mismos, como en El ángel exterminador?

Esa frase es literatura y está muy bien como desafío intelectual. Ahora: la vida no es eso. La vida son las ciudades, los viajes, la gente distinta, la diversidad, las montañas y la nieve. No es una habitación, la vida. Claro que la renuncia es poderosa desde el punto de vista de la belleza: renunciar es bello, encerrarte en un cuarto entra en la idea de la belleza. Pero es mentira, al final. La vida está ahí fuera.

¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual? ¿Qué valor le da a ésta?

Muchísima. El mundo avanza por responsabilidad individual. Todo depende de lo que cada persona hace. Reivindico la responsabilidad individual en un mundo donde todas las desgracias se atribuyen al Estado o a un ente colectivo: así no hay manera de caminar hacia adelante. Tú le puedes pedir cosas al Estado, pero ponte tú las pilas. Pensando, viviendo y estando al frente de tu vida. No vale la queja general, tienes que hacer algo, tienes que mover el cuerpo. La responsabilidad individual es acción, acción positiva, pensando en ti y en los demás.

¿Qué lectura política y económica hace de esta crisis? ¿Qué cree que sucederá? ¿Cómo valora la gestión del Gobierno?

Ahora toca unión política y lealtad al Gobierno, no tiene vuelta de hoja. Cabe estar con quien pilota el Estado en estos momentos, ahora bien, cuando pase la crisis inmediata habrá que revisar algunas cosas. La manifestación del 8-M la tendrían que haber prohibido, entre otras cosas: habrá que revisar todas las actuaciones. Yo estaba en Italia cuando empezó esto, estaba en Roma.

En España parecía que no iba a pasar nada, que era sólo un caso… no sé cómo las autoridades españolas, al ver un país hermano como Italia caer en esto, no reaccionaron antes. Creo que hubo ligereza en ese sentido y el hecho de que Sánchez autorizase la manifestación del 8 de marzo me parece un despropósito. No puede ser, coño, es una irresponsabilidad tremenda. Parece que en esa manifestación estuvo el caldo de cultivo de muchos contagios madrileños.

¿Reforzará esta crisis nuestra idea de colectividad? ¿Empezará a estar mejor vista la palabra “España”?

Ojalá sí, y desde la solidaridad. ¿Qué es España, sino gente que se ayuda los unos a los otros? La idea de nación que perturba a mucha gente es una idea práctica, de colaboración. Lo tienen claro en todos los países menos en el nuestro: no es un armatoste ideológico, son vecinos y si a alguno le pasa algo se le echa una mano. Eso es la nación. Ojalá la gente se dé cuenta. Estamos viendo casos tristes en Twitter… de puro nazismo… en el independentismo catalán. Y Torra su deslealtad brutal. Él se cree que está legitimado, pero su deslealtad es salvaje. Torra quiere mandar en Cataluña, no le preocupa Cataluña en realidad, no le preocupa si las camas hospitalarias son suficientes, ni si ve a un vecino infectado le va a echar una mano. Sus criterios son bastante tristes. Él es un coronavirus político. Otro infectado. Otro bicho.

Una canción, una película y un libro para resistir en cuarentena.

Una película: Tal como éramos, con Robert Redford y Barbra Streisand. Es una película romántica, muy hermosa, de los años setenta. Se ve un poco la inocencia de esos años frente a cómo somos ahora. En cuanto a libros, estoy leyendo ahora los ensayos completos de Montaigne. Había leído fragmentos y antologías, pero ahora me estoy tragando entera la edición de Acantilado. ¿Música? Estoy escuchando a Vangelis, música sinfónica electrónica de los ochenta. Un poco rara. Pero es el momento de descubrir cosas nuevas e investigar.

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