Santiago Alba Rico; escritor, ensayista, filósofo. El que fuese lúcido guionista del mítico programa La bola de cristal, el teórico desencantado de Podemos, el hombre insurgente que cree que "las cosas bellas lo son, entre otras razones, porque han resistido" y nos insta a recuperar nuestro cuerpo -ahí su último y brillante ensayo-. Alba Rico defiende el placer frente al hedonismo, "que acaba siendo muy poco placentero", y explica que "se nos ha impuesto la velocidad en todos los campos de nuestra vida: en las operaciones financieras y en las relaciones sexuales. Hay que reivindicar la lentitud en la conversación, la bebida y la sexualidad". 

Piensa que proteger nuestra intimidad es "lo más transgresor que podemos hacer". Frente a esta crisis epidémica, el filósofo celebra el aburrimiento como un método de frenar el capitalismo voraz y la asunción de esta realidad incómoda como una excusa válida para quitarnos la venda que llevábamos en los ojos. Dice que este letargo que amasamos ahora, este hastío, es la madre de todos los vicios -como señalaba la Iglesia-, pero también de la ciencia, la literatura, el arte y la filosofía. Llama a recuperar la idea de colectividad frente a un mundo peligroso que no podemos manejar solos. 

¿Qué ha aprendido de usted mismo en este encierro? ¿Y de los demás -del ser humano, en sentido profundo-?

El encierro acaba de empezar y es pronto para sacar conclusiones. Pero provisionalmente diría dos cosas. Respecto de mí he descubierto que soy un privilegiado: tengo casa, recursos, libros, compañía, todo lo cual hace llevadero y potencialmente fecundo el confinamiento. En cuanto al ser humano, hemos descubierto que es mucho más antiguo y decisivo de lo que pretende nuestra tecnología y nuestra economía. Tenemos cuerpo y su fragilidad, que es su maldición y su gracia, es también la fragilidad del mundo que ilusoriamente la niega.

¿Cuál es el pensamiento más extraño que le ha asaltado estos días?

La extrañeza de estos días tiene menos que ver con el pensamiento que con la percepción: es decir, con la sensibilidad colectiva, que se ha visto radicalmente alterada por el virus y las medidas tomadas contra él. Es como si nos hubiesen arrancado, a todos al mismo tiempo, un velo de delante de los ojos y la realidad, por eso mismo, nos pareciera irreal. Nos hemos vuelto extraños para nosotros mismos.

¿Qué es el mundo interior; cómo se cultiva? ¿Realmente puede la cultura salvarnos de algo?

El mundo interior está lleno de chatarra común. Así que no se trata tanto de cultivarlo como de reciclarlo. En cuanto a si nos salva la cultura, creo que ni ella ni ninguna otra cosa puede salvarnos porque no se trata de salvarse sino de flotar agarrados a una boya compartida. La cultura es una de ellas, sobre todo en momentos en que se pone a prueba nuestra relación con el tiempo. La lectura, la música, el cine, el arte son algunas de las más nobles y consoladoras maneras de “perder” el tiempo que existen.

“Para los desgraciados, todos los días son martes”, cantaban las Vainica Doble. ¿Cómo cree que afectará esta situación a nuestra concepción del tiempo, del trabajo y del placer?

Llegamos mal preparados a esta crisis. O mejor dicho: mejor preparados que nunca desde un punto de vista tecnológico y peor preparados que nunca desde un punto de vista antropológico. El capitalismo de consumo ha convertido nuestro tiempo libre en ocio proletarizado a través de una industria del entretenimiento altamente tecnologizada que nos ha dejado sin medios propios, individuales o colectivos, frente al aburrimiento. Cada uno de nosotros es una copia solitaria del otro.

En este sentido el coronavirus nos ofrece una oportunidad trágica de “recaer” en el cuerpo y, a través de la distancia misma que impone el confinamiento, convertir la distancia en corporalidad común y el ocio obligado en una especie de psicoanálisis civilizacional. De cómo gestionemos esta “recaída” dependerá el que, una vez superada la crisis, la consideremos un mal sueño y regresemos cobardemente a la fantasía que llamábamos normalidad o que acomodemos el orden económico, político y social a la realidad traumáticamente descubierta.

Esta crisis, ¿le ha vuelto más humanista o más misántropo?

Porque nunca he sido misántropo he sido siempre muy pesimista. La capacidad del ser humano para huir alegremente de la realidad es fascinante y a veces estimulante. Pero el pesimismo tiene siempre algo narcisista y la comunidad trágica que impone esta crisis -el hecho de que todos seamos victimas por igual, aunque no de la misma forma- impide el narcisismo. Como decía una pintada en Buenos Aires en tiempos de la dictadura: “dejemos el pesimismo para tiempos mejores”.

Decía Blaise Pascal: “Todos los males derivan de una sola causa: nuestra incapacidad de quedarnos quietos en una habitación”. ¿Está de acuerdo? ¿Encerrados sacamos lo peor -la verdad- de nosotros mismos, como en El ángel exterminador?

Estoy totalmente de acuerdo con esa frase, que es apenas el comienzo de una reflexión de Pascal que recomiendo leer entera. Pascal dice que, contra el “veneno” del aburrimiento, el hombre busca el “ajetreo” y el “juego” y al final prefiere “empujar una bola” sobre una mesa de billar antes que entrar en contacto consigo mismo (es decir, con la chatarra común). Buscamos “divertirnos”, en sentido etimológico, sin parar. Y nos dejamos divertir, que es uno de los grandes negocios del capitalismo. El aburrimiento es un gran riesgo que hay que correr.

Es el máximo riesgo, sí, para los cuerpos individuales, los cuales están obligados, cuando les cae encima, a inventar algo contra él; el aburrimiento, dice la Iglesia, es la madre de todos los vicios; pero también lo es de la ciencia, de la literatura, de la filosofía, del arte. Ahora bien, el aburrimiento, que es el máximo riesgo para los cuerpos individuales, es sobre todo el máximo riesgo para el capitalismo, pues un aburrimiento general detendría su movimiento sin límites. De hecho, con la crisis del coronavirus ha ocurrido precisamente esto aunque en dirección inversa: el parón del capitalismo ha producido un enorme y general aburrimiento, la cosa más excitante y peligrosa que nos ha ocurrido en décadas. Un novedosísimo aburrimiento que deberíamos aprovechar para mantener frenado, como quería Benjamin, el capitalismo desbocado.

¿Cree que los ciudadanos españoles han mostrado responsabilidad individual? ¿Qué valor le da a ésta?

Tiene razón Daniel Innerarity cuando dice que no se trata de combinar soberanía y solidaridad sino cooperación institucional y responsabilidad individual. Las dos cosas han fallado parcialmente. La UE ha coordinado muy mal sus medidas contra la pandemia y una parte de la población, mal preparada para concebir como “real” la amenaza, ha demostrado muy poca responsabilidad.

El resultado es que esta fatal convergencia de negligencias parciales deposita ahora un peso enorme, excesivo, sobre algunos sectores de la población, especialmente médicos y sanitarios, pero también cajeras, transportistas, limpiadoras y cuidadores en general, a los que admiramos como héroes por comportarse sencillamente como ciudadanos responsables. Creo que el único modo en que podremos agradecer su esfuerzo es de carácter institucional: mejorar en el futuro el sistema público de salud y tomar medidas contra la desigualdad social.

¿Qué idea tiene ahora mismo de la libertad? ¿En qué se canjea?

Es una palabra que no significa nada si no se la define bien y que, si no se la define bien, sirve únicamente para prestigiar el concepto de libertad neoliberal: el derecho, es decir, a comprar y vender. Hemos olvidado todos los conceptos de libertad individual o colectiva que no tengan que ver con esta libertad de los mercados para comérselo todo: las selvas, el tiempo, los cuerpos y sus imágenes. En un mundo en que cada vez hay más perdedores de la globalización y en el que las propuestas autoritarias y destropopulistas ganan terreno, la “recaída en el cuerpo” asociada a la pandemia puede precisamente llevar a mucha gente, no a buscar la libertad fuera de los mercados, sino a renunciar lisa y llanamente a la libertad. Esta sería una de las peores salidas imaginables a esta crisis -y no la más improbable.

¿Qué lectura política y económica hace de esta crisis? ¿Qué cree que sucederá? ¿Cómo valora la gestión del Gobierno?

Acabo de firmar un manifiesto (frenar la curva, evitar la caída) en el que se valora el esfuerzo social del gobierno, pero se juzga muy insuficiente. El gobierno es un centauro mitad neoliberal mitad socialdemócrata que, empujado en una dirección por Podemos y un sector del PSOE, es frenado por Calviño y otro sector del PSOE. El resultado es criticable pero en todo caso mucho más tranquilizador que si hubiera estado gobernando la derecha. El deterioro de la sanidad pública en Madrid, no hay que olvidarlo, se debe a los recortes y privatizaciones decididos por el PP.

¿Reforzará esta crisis nuestra idea de colectividad? ¿Empezará a estar mejor vista la palabra “España”?

Esa es la verdadera cuestión: la de saber si volveremos a la normalidad fantasiosa en la que vivíamos o ajustaremos nuestras vidas a la realidad de un mundo que no controlamos y minado por toda clase de amenazas -ecológicas, económicas, políticas- que no podemos enfrentar individualmente. De lo que no estoy seguro es de que haya que identificar nacionalmente esas soluciones colectivas. Me importa poco lo que pase con la “palabra” España. Lo que quiero es que España, en coordinación con una UE necesariamente remozada, cuide a todos los que viven en su territorio. Y “cuidar” implica cuidar también la democracia.

¿Cree que esta crisis reforzará la idea de “clases sociales”, y, más allá de eso, de “lucha de clases”? Es decir: ¿esta crisis nos iguala a todos en la desgracia o nos aleja respecto a nuestra situación económica?

Precisamente porque esta crisis nos está ocurriendo a todos a la vez y sin escapatoria, revela asimismo las diferencias de clases; y no menos las diferencias entre países. De pronto, ante esta trágica realidad compartida, podemos comparar. Podemos comparar, por ejemplo, la situación de un autónomo que debe seguir pagando la cuota sin ingresos o la de un parado que vive en un piso patera con la de Amancio Ortega o la del rey de España. Y podemos comparar la sanidad de Europa con la de África.

El virus nos golpea a todos por igual, pero la crisis económica que el virus acentúa, castiga y va a castigar a unos mucho más que a otros. O los gestores de la economía capitalista entienden la relación que existe entre la fragilidad del sistema y la fragilidad común o es muy evidente que la desigualdad y, por lo tanto, los conflictos aumentarán sin cesar (junto a las “catástrofes” víricas o climáticas y las dictaduras políticas). De lo que no estoy seguro es de que el capitalismo sea capaz de ir contra su propia naturaleza.

Una canción, una película y un libro para resistir en cuarentena. 

Una canción: Canço de suburbi, de Silvia Pérez Cruz, versión musical de un hermosísimo poema de Josep María Segarra. Una película: Historias extraordinarias, de Mariano Llinás, porque es muy larga y además muy literaria. Un libro: El eclipse de la fraternidad, que nos puede ayudar a entender qué es eso de la “libertad”.