Valentina tiene el pelo negro y lacio, cortado a lo garçon. Los ojos entreabiertos, desvaídos, como en permanente placer o permanente cansancio. Las piernas largas, los andares sofisticados y el culo terso -a menudo desvestido-. Valentina se masturba con el teléfono, rabiosamente. Le gustan los hombres y las mujeres, se dedica a la fotografía y vive en un vaivén de realismo y psicodelia. Valentina sueña que se tumba en la playa y que los pájaros comen de su cuerpo. Sueña que desentierra niños vivos en la arena que echan a andar. Sueña porque con el subconsciente, de algún modo, contrarresta la opresión social que experimenta.

Uno abre cualquier página del cómic de Guido Crepax (Milán, 1933-2003, su padre, su ilustrador) y la ve con sus pezones desafiantes, fumando, enganchada a algún devaneo, exhausta en pleno conflicto. Está inspirada a medias en la actriz de cine mudo Louise Brooks y a medias en Luisa Crepax, esposa del historietista.

Viñeta de Valentina Guido Crepax

Es una femme fatale con estética de Amélie, esposas, guantes de boxeo y una lencería sugestiva adelantada a su época. Ahora, DeBolsillo (Penguin Random House) la recupera en Tetralogía de Baba Yaga, cuatro álbumes de fetichismo sadomasoquista y folclore eslavo rematados con temores de madre. Casi nada.

Nació de una costilla

Valentina -también- nació de una costilla para acabar rebelándose: la primera vez que Guido Crepax la dibujó en 1965, era aún un personaje secundario, la prometida de Neutrón, un crítico de arte e investigador ocasional. Pero el creador no tardó mucho en ser devorado por la potencia de la fotógrafa: era una superheroína sin poderes, una mujer morbosa y afilada que se dejaba zarandear, bella y pasiva, por los acontecimientos. Vulgar, tal vez. Real, seguro. Le cedió el papel principal, cómo no. De su trabajo y de su vida. Y ella, por su parte, consiguió humedecer la ropa interior de lectores de todo el mundo, impermeable desde su hoja de papel.

Las feministas del momento la tacharon de concubina al servicio de la sociedad machista, aunque Crepax nunca lo entendió

Eso sí: su libertad ofendió a las feministas del momento, que la tacharon de concubina al servicio de la sociedad machista. Crepax no daba crédito-"Yo soy feminista"- y continuamente recordaba que en el trabajo, en los problemas sentimentales y familiares y en todas las aventuras de Valentina "se defiende la emancipación de la mujer". Su venus era tan sagrada para él como su padre violonchelista, como su admirado Einstein, como la Nouvelle vague, como el jazz y la carrera de arquitecto que nunca ejerció porque su mente no era rectilínea.

Sadismo, violencia y pasión 

El dibujante decía repeler el sadismo y la violencia, pero en su obra los expone sin miedo, quizá como terapia de superación. Aseguraba que sólo había pasión en su trabajo: lógico, era imposible dibujar a Valentina sin querer hacerle el amor, sin recorrer su figura gastando lápices enteros. Por ella innovó en recursos como los flashbacks o el mise en abyme, con el consecuente resultado de montaje cinematográfico. Umberto Eco dijo de Guido que cambió la función del tiempo en la historieta y que le dio omnipresencia al lector: ahora podía estar en dos extremos de la escena erótica a la vez. Una delicia para el voyeur

Viñetas de Valentina Guido Crepax

Valentina Roselli es, en realidad, todas las mujeres de cerebro sexual: clásicas como Emmanuelle o Justine; Anita Ekberg en La dolce vita de Fellini y las que su imaginación acierte a alcanzar. Transversales, enigmáticas, de retina honda. La protagonista se convirtió, además de en un icono sexual de los sesenta y setenta, en un trazo imperdible de la cultura popular hasta hoy.

Valentina Roselli viene de clásicos como Emmanuelle, Justine o la mismísima Anita Ekberg en La dolce vita de Fellini

Fue el único personaje de cómic con carnet de identidad. El tiempo pasaba por ella: murió a los 53, pero revive por ediciones, como ahora. Lumen la editó para nuestro país por primera vez en 1977, nueve años después de su publicación en Italia. Valentina llegó en las ruinas franquistas para dar forma a todo el sexo que España se quedó sin ver en los sesenta. Una vagina vanguardista para hambrientos. Placeres de la democracia. 

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