Este mismo lunes se confirmaba algo que se venía rumoreando desde hacía semanas: la intención, por parte del emperador japonés Akihito (82 años) de retirarse del trono de Crisantemo. "Tengo más de 80 años y hay ocasiones en las que me encuentro limitado. Me preocupa que me pueda resultar difícil llevar a cabo mis funciones como símbolo del Estado con todas mis fuerzas como lo hice hasta ahora (...). En ocasiones me planteo cómo sería posible evitar esta situación", aseguraba en una intervención televisada en la que se dirigía a toda la nación.

Si bien es cierto que no tiene poder para abdicar en vida puesto que no se lo permite la legislación de su país, en Japón la maquinaria ya está en marcha para buscar una solución alternativa, que bien podría pasar por una regencia.

En cualquier caso, los ojos ya están puestos en el sucesor, Naruhito (56), y, por ende, en su mujer Masako (52), conocida como la princesa triste.

Naruhito con su esposa y su hija Aiko. Gtres

La depresión, un rasgo común de las emperatrices y princesas

No sólo la vida de Masako ha estado marcada por la melancolía y las crisis nerviosas. Hace unos años, su predecesora, la emperatriz Michiko (81) reconoció que desde que se convirtió en princesa le acompañó el sentimiento de inadaptabilidad y la falta de confianza. Deseaba ser invisible y por eso llegó a enmudecer. "Pasé por muchas dificultades a la hora de hacer frente a tantas exigencias y expectativas. Incluso aún lo siento (...). Me sentí triste y apenada por no estar a la altura de las exigencias del pueblo (...). Ha sido un gran reto superar mi dolor y mi angustia cada día de mi vida", llegó a asegurar en una rueda de prensa durante un viaje por Europa junto a su marido.

Crown Princess Michiko, wife of Crown Prince Akihito, celebrates her 28th birthda...HD Stock Footage

La renuncia a su privacidad por amor y el sentimiento de tristeza unen, pues, a la actual y a la futura emperatriz. Por eso Michiko entiende bien por lo que está pasando Masako, que desde 2003 arrastra una depresión por culpa del estrés que le supone no concebir un varón para la dinastía nipona.

Actualmente sigue en tratamiento pero parece que poco a poco comienza a salir del ostracismo y acude, en contadas ocasiones, a algún viaje oficial propio del cargo, como la investidura de Guillermo de los Países Bajos, hace ahora tres años.

Naruhito y Masako, en los Países Bajos hace tres años. Efe

Dos plebeyas que trajeron nuevos aires

Cuando Michiko, hija de un rico industrial y con una exquisita educación a sus espaldas, pero plebeya al fin y al cabo, enamoró a primera vista a Akihito durante un campeonato de tenis, nadie se imaginó que una tradición milenaria estaba a punto de romperse y que la actual emperatriz iba a convertirse en la primera plebeya en más de 1.000 años en entrar a formar parte de la Familia Real nipona por amor. A su suegra, la emperatriz Nagako, no le hizo ninguna gracia y no se lo puso fácil, hasta el punto de mostrarle a menudo su antipatía y someterla a sus intimidatorios juicios. 

Pero a Michiko no le importó. Su cercanía y su relación con Akihito renovaron la Casa y juntos otorgaron a la institución un halo de modernidad y naturalidad: bailaban, posaban juntos con sus hijos, vestían a la moda, cocinaban ellos mismos, supervisaban la educación (mas liberal) de sus vástagos, bañaban a sus retoños... en definitiva, rompió el férreo conservadurismo de la corte japonesa. De hecho, para la celebración de su último cumpleaños la Casa Real difundió un vídeo en el que se la veía haciendo footing.

Michiko y su marido, paseando por los jardines. Efe.

Con la princesa Masako la historia no ha sido muy diferente. Hija de un ex viceministro, estudió Ciencias Económicas y enamoró al heredero desde el principio. Tras la boda, comenzaron los problemas de fertilidad y la futura emperatriz hubo de sufrir un aborto hasta poder concebir a una niña, que no convenció al pueblo nipón. 

Los herederos nipones junto a su hija Aiko. Gtres

La conjunción entre la férrea tradición japonesa y la modernidad propia de la sociedad actual se ha consolidado de forma perfecta con Naruhito y Masako. Él será el primer emperador educado al lado de sus padres y no sólo con preceptores, el primero que fue a la universidad y el primero que reivindica algunos cambios para renovar una monarquía que no permite que su hija pueda llegar a heredar el trono de Crisantemo.

Aficiones dispares

Michiko y Masako, el presente y el futuro de Japón, tienen muchas cosas en común, más de las que ellas mismas pudieran pensar. Pero los gustos y aficiones las separan. La actual emperatriz es amante de la música y la poesía, disfruta tocando el arpa y el piano y escribe en sus ratos libres.

A Masako le gusta el mundo occidental, montar a caballo, cenar con amigos e ir de compras. Aficiones todas ellas muy propias del siglo XXI, y también muy criticadas por un pueblo que no entiende la desigual entrega de ésta a sus compromisos oficiales que a sus actividades privadas.

Masako, en una imagen de archivo. Gtres