Tengo guardados todos los correos, todos los pads, todos los hashtags. Durante años, el rito se repetía cada mañana: llegaba un correo dirigido a los iniciados, que incluía un hashtag de combate y un pad con frases reivindicativas, para lanzar una campaña en Twitter a una hora determinada. El objetivo era conseguir convertir el eslogan en trending topic, y de esa forma influir en la agenda mediática.

El protocolo se siguió durante los días del 15M y las mareas posteriores, pero se había utilizado mucho antes por los colectivos en contra de la Ley Sinde, que además contaban con la artillería pesada de las grandes páginas de enlaces. Así se lanzó el hashtag #NoLesVotes, que en un inicio se impulsó desde seis cuentas conjuradas; en poco tiempo fueron cientos de miles. La gran diferencia es que entonces improvisábamos: sin convocatoria previa, sin correos cruzados, sin hora fija de lanzamiento, sin aparato y sin líder.

Fue llegar la época electoral y torcerse todo. Lo que durante la primavera árabe y el 15M eran redes descentralizadas, formadas por personas autónomas, sin una dirección unificada, se transformó rápidamente en una máquina de guerra mediática controlada por el aparato de un partido. Aquellas listas de Twitter que colaboraban para convocar una manifestación o paralizar un desahucio se empezaron a convertir en artefactos de propaganda de la peor especie, diseñadas para lanzar consignas de partido y lo que es peor, para acosar a rivales ideológicos.

Como he dicho al comienzo, tengo guardada mucha información: hay nombres en esos correos que después aparecieron en listas electorales. Pero no los publicaré aquí, porque al lado de esos nombres también hay otros que no aceptaron entrar en el juego de las élites, las vanguardias y las jerarquías. Gente que ha seguido ejerciendo su trabajo de siempre y su compromiso social sin exigir ningún cargo público a cambio.

No descarto, con todo, darle algún uso a toda esa información. Poco me importa la propaganda electoral en Twitter, y estoy convencido de que cada vez influye menos en los electores, bastante más inteligentes de lo que presuponen los apparatchik responsables del agitprop. Lo que me preocupa no es la propaganda, que siempre se vuelve contra quien la promueve. Lo que me preocupa es el acoso cibernético del disidente.

Pastorear una red de bots sin cerebro, gritando consignas de partido, es algo inofensivo si solo se dirige a conseguir votos. El problema surge cuando se señala un objetivo a abatir. Esas mañanas en que una columna de prensa irrita al responsable de la jauría digital, y el pastor de bots decide activar su maquinaria de guerra para un acto de represalia. Esas mañanas en las que no se lanza un hashtag neutral, diseñado para concitar adhesiones, sino que lo que se lanza es un toque a degüello, sin cuartel, contra el periodismo que se considera enemigo.

La libertad de expresión no es delito, pero el acoso cibernético sí lo es. Intentar limitar la libertad de expresión ajena mediante la coacción de un linchamiento digital es delito. Acosar a una persona de forma insistente y reiterada, haciendo que terceras personas se dirijan contra ella abusando de sus datos de carácter personal, es delito.

Cuenta Manuel Chaves Nogales, en el prólogo de A sangre y fuego, su gran obra sobre la guerra civil, que un hombre como él, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros. Pensando en lo difícil que sigue siendo, todavía, ser librepensador en este país de extremos cainitas, habrá que poner a disposición de los que sufran acoso todo un arsenal informativo, técnico y jurídico. Que nadie pueda ser perseguido, ni por escribir en Twitter ni fuera de él. Que nadie tema a las redes de bots a sueldo de ningún partido, porque podemos desenmascararlas en cualquier momento.

Carlos Sánchez Almeida es abogado especializado en delitos informáticos.