El nuevo año comienza -entre otras muchas cosas- con el estreno de Steve Jobs, la película de Danny Boyle sobre el controvertido cofundador de Apple. Reescribe la historia que se contó con desigual suerte en Jobs, protagonizada por Ashton Kutcher, de 2013. 

La mayoría  de los filmes -seis hasta la fecha- sobre el personaje trata de perfilar las luces y las sombras del cofundador de Apple. Jobs creó -no sin ayuda- un gigante de la informática en apenas unos años, fue expulsado de la empresa que había fundado, se rehizo y después lo llamaron para que la reflotara.

En 1983 Apple ya había salido a bolsa, tenía un tamaño considerable y necesitaba un CEO con experiencia. Muchas empresas optan por esta decisión, con el fin de consolidarse, tras una primera etapa de desmadre creativo. John Sculley, que como responsable de PepsiCo había ganado terreno a Coca Cola, se presentaba como un candidato idóneo. Al principio él y Steve Jobs trabajaron bien juntos, pero pronto Sculley se vio obligado a poner coto a las excentricidades del cofundador.

Jobs organizaba reuniones que, según se dice, duraban hasta pasada la medianoche y volvía a convocar a los empleados a las siete de la mañana. La indisciplina y una exigencia despótica con los trabajadores de Apple se contaban entre sus señas de identidad. Ejercía un control absoluto sobre la división Macintosh e incluso alentaba la rivalidad entre su grupo y la división del Apple II.

Sculley y el consejo de administración despidieron a Jobs, que entonces tenía 30 años. Antes de marcharse había ayudado a configurar el ordenador personal, un producto que a partir de ese momento empezaría a llegar al gran público, y había lanzado el Macintosh, cuya interfaz gráfica, que se manejaba con teclado y ratón, ha sido la base de la computación personal hasta nuestros días.

Macintosh 128K. Wikimedia

Steve en su destierro

Apple siguió obteniendo buenos resultados tras la marcha de Jobs. Las ventas aumentaban y la familia Mac crecía. Las campañas de marketing eran exitosas y los ingresos iban a más, que a fin de cuentas es lo que se espera de una empresa que cotiza en bolsa, sobre todo desde que Sculley empezara a repartir dividendos a los inversores.

Pero Apple también tuvo sus fiascos. A principios de los 90 lanzó al mercado sus portátiles, los PowerBook. Empezaron con buen pie, pero la empresa dejó de poner énfasis en este producto y para el año 1995 la versión PowerBook 5300, plagada de fallos técnicos, no fue capaz de competir con sus rivales.

El Apple Newton fue una PDA, otro dispositivo original para la época (1993), en este caso demasiado novedoso: fracasó, entre otras cosas por las deficiencias de su pantalla táctil. En 1995 la compañía se llevó otro revolcón. Construyó una consola y trató de que otras marcas la comercializaran. En aquellos momentos la empresa estaba desesperada por recuperar los buenos tiempos.

Entretanto Jobs había fundado la empresa de informática NeXT, cosa que hizo nada más salir de Apple llevándose a algunos empleados de la compañía. Al mismo tiempo había comprado una división del grupo Lucasfilm, en la cual invertiría cinco millones de dólares para crear uno de los estudios cinematográficos más influyentes en el mundo de la animación, Pixar.

La llamada de Apple

Los ordenadores de NeXT eran caros pero sobresalían técnicamente en comparación con los de la época. El software fue otro de los aspectos donde innovó la empresa de Jobs. Todo ello sirvió para que en 1996, cuando Apple miraba con vértigo el borde del precipicio, llegara a un acuerdo con Jobs para comprar NeXT y de paso traer de vuelta al hijo pródigo.

Entró pisando fuerte. Decidió dar carpetazo a algunos de los productos que Apple había lanzado y que no habían tenido el éxito esperado, como Newton, y canceló el programa para licenciar Mac OS a otros fabricantes de hardware. Por el momento tocaba centrarse en los ordenadores y darle un lavado de cara a los Mac.

A partir de aquí empiezan las invenciones en cascada. En 1998 se lanzó el iMac, cuyo moderno diseño marcó una distinción con respecto a los modelos anteriores de Macintosh. Para impulsar sus ventas se ofreció en diferentes colores y el primer año desde su comercialización Apple volvió a los beneficios.

La empresa estaba resucitando, pero Steve Jobs no se conformaba con el mundo de los ordenadores. En 2001 Apple lanza el iPod para competir con los nacientes dispositivos MP3. Las descargas a través de Internet iban a cambiar la industria musical (Napster estuvo funcionando desde junio de 1999 a julio del 2001) y Jobs quería que Apple estuviera presente.

En 2003 se da otro paso más en esa dirección. Abre iTunes, donde los usuarios podían comprar música online para reproducir en su iPod. Era una nueva fuente de ingresos y una alternativa a las descargas a través de redes P2P. La compañía de Cupertino, ya en una situación bastante saludable, había entendido bien qué significaba internet para el entretenimiento personal.

No tardó mucho en aparecer el producto estrella de Apple. El iPhone sale a la venta en 2007 y Steve Jobs lo promociona como un producto único y revolucionario, que integra tres tecnologías: un iPod con pantalla táctil, un teléfono móvil e internet. Pronto se convirtió en una referencia a nivel tecnológico y poco a poco en un símbolo de identidad social.

Aquel mismo año Apple lanza el iPod Touch, un producto prácticamente igual que el iPhone pero sin ser un teléfono. Así se aprovechaba la capacidad de fabricación desplegada para crear otro producto. En 2010 Jobs presenta el iPad, al fin y al cabo un iPod Touch con pantalla grande, pero que supo ocupar el nicho de mercado que no ocuparon los Tablet PC de la época, entre el portátil y el móvil. En el primer mes se habían vendido un millón de unidades.

En esta vertiginosa carrera hacia el éxito, que ha llevado a Apple a ser con diferencia la compañía más valiosa del mundo, Steve Jobs tuvo mucho que ver. Las ideas que ahora parecen brillantes en su momento fueron arriesgadas, pero estaban pulidas al máximo para funcionar de forma impecable, además de estar arropadas por un marketing medido al milímetro.

Su afilado perfeccionismo a la hora de trabajar también despierta animadversión. Se cuenta que cuando los ingenieros le presentaron un prototipo del primer iPod para que lo evaluara, Steve les dijo que era demasiado grueso. Ellos respondieron que era imposible adelgazar más el dispositivo, lo habían reducido al máximo. Steve cogió el prototipo, se acercó a un acuario y lo dejó caer. Salieron burbujitas mientras se hundía. Aquello significaba que había aire dentro: sobraba espacio. Sea verdadera o no la anécdota -de Sony se cuenta otra igual, que incluso aparece en un anuncio- ilustra la arbitrariedad que muchos empleados temían.

Ahora que falta Steve Jobs es fácil encontrar voces que critican que a Apple se le ha acabado la inventiva, a pesar de que la valoración de la compañía está por las nubes. Habrá que esperar años para poder responder a esta cuestión. 

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